Seis pipotes por día y agua de invierno

 

El agua de lavar los corotos se recicla y se usa para bajarle al baño. Fotos: María Gabriela Danieri

Ilba Suárez tiene una familia de trece integrantes, distribuidos en tres casas, dice haberse habituado a la falta de agua potable, pero en ocasiones se molesta porque no puede tener una rutina normal. Dos de sus bisnietos se enfermaron del estómago

 

Ocho días sin agua, se escribe fácil, pero para una familia de 13 miembros, es una tragedia. La señora Ilba Suárez, la matrona de su casa, se alegra al verle la trompa al camión del vecino, “Chucho”, quien la ayuda a llevar “un botellón, cuatro pipoticos y una pipa” al llenadero de Santo Domingo. Le dan 20 mil o 30 mil en efectivo, a cambio de esa cantidad, que apenas los ayuda a pasar un día.

 

Nunca es suficiente

En otras ocasiones van con un carrito hasta un tubo abierto, que está en Las Mercedes y se trae un balde lleno. Pero nunca es suficiente. Los Suárez están distribuidos en tres casas, que se conectan por los lados. A la derecha está su hija con su esposo y tres nietos; en el fondo su otra hija, sus dos nietas y dos bisnietos. Cada casa tiene su tanque grande, pero la mayoría del tiempo están vacíos. La fuerza del agua, cuando al fin llega, no da abasto para rebasarlos.

 

Bombas dañadas

Ilba, junto a su vecina Aurora Manzanilla, cuentan que todo comenzó hace un año. Antes estaban acostumbrados a que un ingeniero de Hidroandes viniera todos los martes a cerrar la llave del acueducto. De esta manera, le llegaba el servicio al sector de Las Terrazas. Luego, los miércoles, la abría para que le llegara a ellos. Actualmente apenas pueden lidiar con las excusas del organismo.

“Se ponen bravos cuando uno los llama. “Que ya va, que no hay agua ni para otras partes” nos dicen y lo dejan a uno sin agua para darle a otros. Dicen que está dañada la bomba y trabajan con dos o tres. Dicen que las de aquí (San Luis) están muy obsoletas” explica Ilba, quien comenta sus nietos, de 4 y 5 meses, se enfermaron del estómago hace poco, y desde ese momento le compran un botellón de agua mineral en 1.500.000 bolívares en el centro.

Aurora Manzanilla dice que para otros ha sido peor. En su casa son cuatro personas adultas y un bebé de dos años, que estuvo enfermo con diarrea, vómito y fiebre. Además, algunos vecinos han tenido episodios de sarna por la irregularidad en la higiene personal.

Los tanques no se llenan totalmente cuando llega el agua y un camión cisterna cobra 4 millones en efectivo.

Cuando Dios abre el chorro

Ilba se baña dos veces al día y tiene su medida. Medio balde para mojarse el cuerpo y medio para sacarse el jabón. Si se va a lavar el cabello, es aparte. “Uno con medio mojarse tiene. Ahora, cuando llega agua sí, uno se logra bañar bastante” relata. Lavar ropa es otra historia, acumulan las piezas que se van ensuciando y corren cuando la tubería suena. Sin embargo, la última vez pasaron 13 días. En ese momento, llovió con fuerza y pudieron asear un montón de ropa.

Al parecer, Dios es el único en acordarse de ellos. La comunidad se alegra cuando llueve con fuerza. Los puedes ver cómo se mojan para poner a llenar sus recipientes. Les salva la vida. “Con agua de invierno nosotros lavamos y cocinamos. Es la más natural y la hervimos para que no le vaya a dar diarrea a los niños”.

 

Camiones cisternas un golpe al bolsillo

Lejos de la Urbanización Santa Cruz, los habitantes de un edificio en el Country, tienen que cancelar hasta 20.000.000 semanales para abastecerse de agua, a punta de camiones cisternas. Una renta costosa, por la irregularidad en el servicio, que debería estar garantizado. Sin embargo, al menos ellos pueden costearlo. En la Cuarta Etapa, los Suárez no pueden ni siquiera pagar 4.000.000 bolívares para llenar los tres tanques de sus casas.

Si se ponen a pedir “colaboraciones” entre varias familias, la cantidad de agua no les alcanza. Por ese motivo, los camiones ni se asoman por ahí. Afortunadamente cuentan con “Chucho”, quien hace uno o dos viajes al día a Santo Domingo. Hay días duros, pues el conductor se va de viaje fuera de Trujillo.

 

Reciclaje para el baño

Ilba Suárez dice haberse habituado a esta situación, a la carencia, pero en ocasiones se molesta porque siente temor hasta de ir al baño. No quiere ni ensuciarlo. Bajarle al wáter es todo un reto. Usa la misma agua de lavar los platos, que ha tenido el cuidado de contener en una olla.

Las mamás de los niños también aplican sus maromas. Una de las nietas de Ilba, calcula el tiempo en el cual el bebé va a digerir el tetero y lo pone en el vaso. De esta manera se ahorra tener que lavar con abundante agua los pañales de tela. Aurora Manzanilla tiene su propia técnica, “yo me voy al patio” dice y se ríe.

 

María Gabriela Danieri

maria.danieri@diariodelosandes.com

 

 

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