Terminó la segunda ronda de negociaciones en Noruega, entre la oposición extremista y externamente tutelada de la Asamblea Nacional y el régimen dictatorial de Nicolás Maduro. Que haya habido dos rondas es bastante significativo, así Guaidó y su combo se empeñen en tratar de demostrarle a sus seguidores fanáticos, que fueron a Oslo solamente a dejar claro que el “cese de la usurpación” precedía cualquier otra conversación. Sin embargo, la declaración de este sector de la oposición venezolana, aunque afirma que no hubo acuerdos, no señala la terminación de las negociaciones. Tampoco el gobierno lo expresa explícitamente, pese a las declaraciones agresivas de Maduro descalificando a Guaidó por mentiroso. Los noruegos, por su parte, al pedir a los participantes que fueran comedidos en sus declaraciones, están diciendo que hubo por lo menos un acuerdo: volverse a reunir, lo que significa que las negociaciones continuarán.
Con excepción de EEUU y de Colombia, el resto del mundo parece apoyar las negociaciones, como medio para alcanzar una solución pacífica y electoral de la crisis venezolana. La posición de Guaidó es coincidente con la del gobierno de Trump. Para éste lo único que se puede negociar es la salida de Maduro de la Presidencia de la República; han llegado incluso a dar un plazo: hasta diciembre de este año. Es más que claro, que la fuerza fundamental de Guaidó es el respaldo de la primera potencia militar del mundo, la misma que con su reconocimiento-bendición le hizo acreedor al reconocimiento como Presidente de la República por medio centenar de países. Es también la principal razón que pueda seguir actuando libremente dentro del país, a pesar de su clara acción al margen de la Constitución.
En Caracas, el enfrentamiento beligerante continúa, lo cual no es de extrañar si no se coloca en la mesa de negociaciones la posibilidad de una tregua. El TSJ y la Constituyente continúan arbitrariamente allanando inmunidades y dictando órdenes de aprehensión a diputados de la Asamblea Nacional. Ésta, por su parte, aprueba el reingreso de Venezuela al Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), que se pretende utilizar de manera impropia para generar una intervención militar extranjera en nuestro país. No hay ninguna duda que las interpretaciones acomodaticias de leyes y normas no son exclusivas del gobierno de Maduro; también buena parte de nuestros diputados opositores hacen gala de las mismas.
Por otra parte, marginada totalmente de estos escenarios se encuentra la oposición democrática, contraria a salidas violentas, a invasiones extranjeras y a que se tomen decisiones vitales para la patria a espaldas del pueblo venezolano. Son quienes colocan las elecciones en primer lugar, como lo ordena la Constitución, lo que significa que las mismas son la única forma democrática de cambiar a los actores políticos principales. Guaidó y su séquito aspiran a llegar a Miraflores en hombros de un ejército invasor, ya que como lo han declarado “solos no pueden”; son muy poquita cosa. Sólo consultarán al pueblo al final de su hoja de ruta, que tienen una duración indeterminada. Maduro y su mafia, por su parte, sólo ven las elecciones como forma de defenestrar a quienes se les oponen y no como consulta de la voluntad del pueblo soberano.
Ambos sectores demuestran su talante antidemocrático, independientemente del discurso engañoso que utilizan. El país nacional sigue totalmente al margen de las decisiones que se toman y con unas condiciones de vida cada vez más estrechas y lamentables.