Ernesto Rosales, Se fue soñando con la Valera Bicentenaria

Entre sus obras están el viaducto José Antonio Páez de La Beatriz y el viaducto de Bella Vista de Valera.

Ernesto Rosales fue un caballero en toda la extensión de la palabra, siempre afirmaba que vivía feliz, Dios le había concedido vida y sabiduría para seguir emprendiendo nuevos proyectos

Este valerano, que se marchó a los 81 años, una vez confesó que vivía feliz, vivía soñando cosas buenas, ideas innovadoras para su ciudad, su querida y amada Valera. Creía en Dios y en la democracia. Para él la región de la paz necesita gente comprometida y con alto sentido de pertenencia. Se nos fue Ernesto Rosales, “El Gordo” como le llamaban sus amigos, se fue un hombre bueno, un ser humano extraordinario lleno de bondad, un buen amigo, un hombre que vivió la vida para hacer el bien, un servidor social que supo tender su mano para orientar y guiar gracias a sus conocimientos profesionales e intelectuales.

Ernesto de Jesús Rosales Briceño fue uno de esos soñadores del mundo moderno, que siempre creyó que de las pequeñas cosas, los acuerdos y las conversaciones, la buena escucha puede cambiar el destino de los pueblos. Este valerano de carta cabal, se destacó por ser un luchador incansable que vive inspirado e inquieto por un mejor Trujillo. Siempre pensando cómo hacer de su lar, una ciudad más acogedora, moderna, dinámica y con un desarrollo supremo.

Había nacido en lo que para él era, la sucursal de lo posible,  Valera el 24 de septiembre de 1936 en un parto asistido por la comadrona doña María Rosario Ruiz. Su madre Mercedes Briceño Araujo le habría contado que su nacimiento es un regalo de Dios, pues abrió sus ojos al mundo el Día de la Virgen de Las Mercedes. Hoy luego de ocho décadas de vida rodando por ese mundo, lo despedimos, aunque creemos que aún le quedaban muchas cosas por hacer, entre ellas; disfrutar de una Valera Bicentenaria como él la soñaba.

Rosales Briceño de profesión ingeniero civil, tenía  55 años de graduado y se inclinó por esa carrera, vinculada a los cálculos, a los números, pues se consideraba flojo para el estudio de las letras, sin embargo, con el transcurrir del tiempo se apasionó por la literatura, todo gracias a la lectura de los artículos de opinión y otras notas de la prensa nacional y regional. Esa inclinación lo llevó a convertirse en uno de los articulistas más seguidos en Diario de Los Andes desde sus inicios. En este rotativo encontró un lugar ideal para plasmar sus ideas, aquí fue guía, consejero y asesor de quienes conformamos esta sala de redacción, donde ya comenzamos a extrañarle.

Hombre feliz

Un luchador incansable por un Trujillo mejor.

Ernesto Rosales fue un caballero en toda la extensión de la palabra, siempre afirmaba que vivía feliz, Dios le había concedido vida y sabiduría para seguir emprendiendo nuevos proyectos.

El profesional de la ingeniería en su primer matrimonio tuvo siete hijos, y con otra pareja tres. Sentía orgullo de contar con 17 nietos y 2 bisnietos.

Para Rosales, la familia ha estado marcada por la fe en un ser supremo, en el trabajo en equipo, el respeto, la unión y la tolerancia, consideraba que en el hogar se construye la democracia.

Este apacible Ernesto, sencillo y cortés, recibió de sus padres lo que por su poros brotaba, por sus enseñanzas. Su madre era una mujer recia de carácter, pero buena compañera y guía; era la de los correazos, mientras que su padre Agustín Rosales, era más pausado, buen amigo, un hombre cariñoso y dulce.

Fue el segundo de cinco hermanos procreados por el matrimonio Rosales-Briceño; estudió en la ULA-Mérida en plena dictadura de Marcos Pérez Jiménez, la estela de esa época lo marcó para siempre.

Siempre creyó en la democracia como el único sistema político capaz de construir nuevos mundos, ciudadanos, y mejorar la calidad de vida de la gente.

Hombre de fe

Soñaba con una Valera desarrollada.

Los primeros años de profesión los asumió con alto compromiso que lo llevó a ocupar la Dirección de Obras Públicas con gobiernos regionales de distintas tendencias políticas. Este valerano después se dedicó a la empresa privada, a la elaboración de proyectos y consecución de obras. Hombre de fe, que se declaraba católico, creyó y luchó en la propiedad privada y lamentaba que un sector importante de los venezolanos haya perdido las ganas por el trabajo.

“El trabajo dignifica a las personas, cuando las cosas se hacen bien el país avanza, crece y se desarrolla. Trujillo tiene un gran potencial que espera a su gente para ese despliegue de progreso. Es la única región del país que tiene carreteras en casi la mitad de su territorio. 2 mil 800 kilómetros de vías se han construido”, dijo en reiteradas ocasiones.

Siempre apostó a la potencialidad y así lo dejo saber en una de las últimas entrevistas concebidas a este diario: “Hay que apostar al mantenimiento y conservación de la red vial de la región. Los trujillanos tienen que dejar a un lado sus parcelas, mezquindades para unirse y trabajar por un mejor estado. Muy pronto tendremos un santo que nos permitirá convertirnos en una región turística religiosa, hay que creer y apostar al futuro pero con voluntad”.

“Hay que emprender proyectos que minimicen los problemas, las necesidades básicas. Conoce de «cabo a rabo» a Trujillo, de punta a punta conozco sus debilidades de servicios y tiene sus soluciones, pero hay un desgano que nos separa, que limita desarrollar nuestras potencialidades y dar un salto hacia una región moderna. La Ceiba tiene las características para ser un puerto de anclaje internacional. La Zona Industrial de Agua Santa con sus urbanismos debe ser una prioridad. El gran acueducto de Valera es una vieja promesa que exige pronta respuesta. La región tiene buenos proyectos, pero no ha contado con visionarios, con gente que reclame el dinero de los trujillanos al gobierno central, con migajas no se construye. El tiempo perdido, hay que valorarlo, es una oportunidad que no se rescata”, decía.

Como buen enamorado que fue, se deleitaba con la música clásica. Con Beethoven, Mozart y otros grandes de la música. Era magallanero, y en las grandes siempre le fue en contra de los Yankees de Nueva York. Aunque tuvo muchas novias, hubo una que amó a su último suspiro, Valera, sin duda el gran amor de su vida.

Le fascinaba leer poseía y otras grandes obras literarias. La lectura trasciende el pensamiento y por eso «Canto a los hijos», por Andrés Eloy Blanco era su favorito.

Sus obras, marca registrada

Fue promotor y creador de decenas de proyectos urbanísticos y obras emblemáticas. El viaducto José Antonio Páez de La Beatriz y el viaducto de Bella Vista de Valera. La construcción del urbanismo El Carrizal de Mérida son algunas de las construcciones que definen su compromiso con el país. De igual forma elaboró otros proyectos para el desarrollo de la región, los cuales estuvieron a disposición de la clase política. Solía decir que en esta vida había que trascender y dejar huellas. Él lo hizo.

Su gran sueño, Valera Bicentenaria

Sus ideas seguirán como legado para nuestra urbe.

Ernesto Rosales venía hablando de su Valera Bicentenaria hacía más de 15 años. Soñaba con ese momento, con un Trujillo donde todos unidos construyamos el futuro. Que Valera celebre sus 200 años con un nuevo rostro.

Por eso se dedicó por años a elaborar proyectos e ideas factibles y viables para esa celebración. Decía que el Bicentenario se debía celebrar con grandes obras, la Valera de hoy reclama.

Lamentablemente se fue sin poder ver desarrolladas esas ideas salidas de su intelecto en favor de ese amor que siempre pregonó a su terruño. Sus ideas están ahí y seguirán ahí como legado para nuestra urbe.

 

Hasta siempre Ernesto… gracias por amar tanto a Valera.

«Para mantener nuestro estatus no tenemos que conformarnos con lo que tenemos (…) es necesario buscar mejorar nuestras condiciones de desarrollo y de vida»

Ernesto Rosales, 2017

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