Se acabó el sueño democrático

Las protestas que tuvieron lugar en la primavera de 1989 en la Plaza de Tiananmen, sigue siendo un tema vetado en China, cuyos gobernantes niegan la brutal represión, ejercida por el ejército contra manifestantes desarmados, que dejó como saldo, más de diez mil estudiantes asesinados. Los líderes de las manifestaciones fueron estudiantes universitarios que exigían un camino irreversible hacia el liberalismo, no solo económico, sino también cultural y político, que para aquel momento se imponía en casi todo el globo, incluida la Unión Soviética. A los estudiantes e intelectuales que protestaban, se sumaron los obreros urbanos, que, con el inicio de las reformas económicas, habían emigrado del campo a la ciudad.

Esta amalgama de quejas cristalizó en la inmensa Plaza de Tiananmen que, durante el mes y medio de movilización ciudadana, sirvió de escenario para todo tipo de quejas, algunas de las cuales se canalizaron por la vía de la huelga de hambre. El Gobierno optó desde un primer momento por ignorar la protesta, confiando en que el agotamiento acabara por extinguirla. Tras las demandas y llamadas del Gobierno pidiendo que disolvieran la manifestación, se produjo en el seno del Partido Comunista una división de criterios acerca de cómo responder ante esta situación. La decisión tomada fue suprimirla por la fuerza, en lugar de acceder a las exigencias reivindicativas.

El Ejército sacó los tanques a las calles de la capital china y abrió fuego contra los estudiantes, intelectuales, obreros y activistas, durante su huída por las calles adyacentes a la Plaza de Tiananmen. En simultáneo con este ataque, se le ordenó a CNN que finalizara sus emisiones, y aunque trataron de desafiar estas órdenes y cubrir las protestas a través de la vía telefónica, el Gobierno inhabilitó los enlaces por satélite. La única cadena de televisión que pudo grabar, en el interior de la plaza, esa noche del 3 al 4 de junio fue Televisión Española.

En la masacre participaron casi una treintena de francotiradores y todos los militares disparaban con balas explosivas, municiones prohibidas por el derecho internacional. La explicación de las autoridades chinas fue completamente insuficiente, ante la gravedad de la tragedia. En un encuentro al que solo acudieron agregados diplomáticos de Canadá y Reino Unido, el jefe político de la 38ª división del Ejército, Li Zhiyun, aseguró que no habían disparado a nadie y que fueron “balas perdidas” las que acabaron con la vida de 200 personas, únicas muertes recogidas en la estimación oficial.

Esta fue la mayor masacre civil en el gigante asiático tras las purgas maoístas. La dimensión de lo ocurrido en la primavera de 1989 explica que los dirigentes chinos siempre hayan evadido las valoraciones históricas de estos hechos. La versión oficial, que llega hasta nuestros días, ha calificado las protestas en la Plaza de Tiananmen de contrarrevolucionarias.

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