A mí no me gustan las sanciones. Me refiero, por supuesto, a las sanciones acordadas por la Administración Trump contra el Gobierno de Nicolás Maduro. No me gustan por muchas razones. En primer lugar, porque las considero contraproducentes. Se supone que esas medidas buscan sacar a Maduro de Miraflores. Creo que ellas producen el efecto exactamente contrario. Las medidas de Trump, en mi opinión, atornillan a Maduro en Miraflores.
Las sanciones le dan un arma a Maduro para explicar el fracaso de su gobierno. Todos sabemos que el sufrimiento del pueblo venezolano se debe a las políticas equivocadas de los gobiernos de Chávez y de Maduro.
Las sanciones agravan el sufrimiento del pueblo venezolano. Como lo ha dicho la comisionada para los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, Michelle Bachelet, ellas agravan el sufrimiento de los venezolanos, especialmente, de los más pobres, de los más vulnerables, de los que no tienen dólares. Las sanciones le dan al aparato de propaganda del gobierno un argumento: “estamos mal por culpa de las sanciones”.
Estoy en contra de las sanciones porque la experiencia histórica nos pone en evidencia que esa política consolida a los gobiernos a los que se pretende derrocar. Allí están los ejemplos de Corea del Norte, de Irán, de Cuba y de Siria. Podríamos agregar otros como el de Rusia después de la Revolución Bolchevique o el de España, bloqueada por las Naciones Unidas después del término de la segunda guerra mundial.
En ninguno de esos ejemplos funcionó la política de sanciones. Los gobiernos que debían ser derrocados se perpetuaron en el poder. Y lo que es más grave, “pagaron justos por pecadores”. El pueblo sufriente es el que pagará la factura. Además, la aplicación de las sanciones divide a la comunidad internacional que tan solidaria se ha mostrado con Venezuela. La Comunidad Europea ha manifestado su desacuerdo con esa política y ha expresado sus serias reservas acerca de la conformidad de las mismas con el derecho internacional público.
Yo quiero salir de Maduro. Quiero hacerlo civilizadamente, por la calle real, consultando la voluntad del pueblo venezolano en elecciones limpias, transparentes y confiables. Afortunadamente, cada día crece más la convicción de que la salida de la crisis debe lograrse por la vía de una elección popular celebrada en las condiciones adecuadas.