SALVADOR Valero Brindó su arte a la justicia social

Salvador Valero

Hoy cuando se conmemoran 42 de de la partida de Salvador Valero, le recordamos como fruto mágico de orquídea que hizo florecer el arte. Sus pinturas, impregnadas de un candoroso romanticismo místico, estaban sin embargo, cargadas de una fina ironía y cierta crítica social. Es un fenómeno visual, de imágenes, está más cerca de la narración que de la pintura

Hoy se cumplen 42 años de haberse apagado la luz  y arte de Salvador Valero a los 73 años de existencia. Nacido en un hogar humilde, donde las carencias económicas se presentaban con mucha continuidad.

El año 1903 saliendo el sol de un 10 de marzo, en el caserío “El Colorado” del municipio Escuque, nace el padre del arte popular venezolano, Salvador Valero. A los 12 años comienza a pintar sus primeros cuadros estimulados por el artista Guillermo Montilla, a quien le sirvió por varios años como ayudante.

Salvador Valero reflejaba la existencia poética en su niñez, aquellos ojos contemplando los barquitos de papel por el callejón de recuerdos en la época de lluvia cuando el caserío se inundaba en la tristeza.

Fue una síntesis de un film retrospectivo que abarcó una vida multifacética, con profesiones variadas desde agricultor, carpintero, santero, pintor de brocha, hasta escultor, fotógrafo, creador de formas, hacedor de milagros, imágenes y fábulas, y sobre todo extraordinario narrador del vuelo popular.

Cultor popular y social

Salvador Valero no sólo sobresalió como pintor, también fue un cultor popular que brindó su arte a la justicia social, a la lucha de los pueblos. En algunos de sus escritos que quedaron para la posteridad, el artista escuqueño expresaba: “Había días que en mi ánimo se posesionaba una inmensa angustia, un pesar, una profunda tristeza… Y aquello me daba motivo para echarme a llorar. En mi inconsciente se quedó grabada la triste escena del día en que siendo muy niño vi a mi madre desesperada ante el cadáver de mi padre asesinado”.

De su adolescencia de angustias y pesares el pintor de  “El Colorado” manifestaba: «Al hacer memoria de mi juventud y mi niñez, sólo de ellos tengo que rememorar penas morales y materiales… Fueron días de tinieblas donde las privatizaciones y falta de recursos cayeron con toda su dureza sobre mí… Doy gracias al Altísimo porque a pesar que fui sometido a duras penas espirituales y materiales, él me dio valor por largo tiempo para soportarlas».

Amor a sus antepasados

De la obra de Salvador Valero, el poeta Ramón Palomares, Premio Nacional de Poesía, dijo en una oportunidad: “El rasgo más resaltante de su personalidad fue el amor. Amor a sus antepasados, a su padre muerto, inmensa veneración por su madre, por su hermano mayor que lo cuidó y protegió”.

La patria para él fue algo supremo. Su pintura fue un culto por la historia y sus linóleos. Le acompañaba una profunda fe por Bolívar. “Si perdemos el sentido de pertenencia somos como huérfanos, porque carecemos de vinculación con la tierra que nos ha parido…  En su creación artística hay un amor profundo por las raíces culturales de su pueblo. Lo más rico y representativo de sus cuadros se manifiesta en las leyendas y creencias regionales. Los fantasmas de su aldea. Para el pintor era de mucho orgullo sentirse aldeano. Su arte era universal. Nos advertía que si llegáramos a perder los valores locales y regionales con el afán de entregarnos a un universalismo sin fondo, si llegáramos a perder los lazos con nuestra propia naturaleza y trayectoria histórica, quedaríamos irremisiblemente a la deriva. Quedaríamos sin corazón, sin sentimiento”.

A los 42 años de su cambio de paisaje, las obras artísticas y sus ideales de amor a la humanidad los mantenemos vigentes con una fuerza impresionante, con mayor razón en estos momentos difíciles por los cuales se atraviesa en esta tierra, por la que tanto se desveló el Salvador Valero de siempre.

El tiempo y el olvido

Dos factores actúan inexorablemente en la desaparición de un sinnúmero de valores: el tiempo y el olvido. En esta parte nos referiremos al olvido, ese olvido que se deriva de la forma de vida de los venezolanos, una vida reducida al aspecto político, materializada, sin ningún ideal espiritual, entregada a los placeres,  a la francachela, una vida despojada de toda sobriedad, de toda mesura, de toda contención, una vida desordenada y estúpida, más semejante a la muerte que a la vida. En ese tipo de vida no hay espacio para apreciar y recordar nuestros valores humanos. Las naciones y los pueblos se nutren y se sostienen con la sustancia de los grandes hombres cuyo recuerdo perdura en la historia y no con valores materiales que son efímeros. La riqueza es factor importante en un país, pero no el valor fundamental y constitutivo del país.

Nuestra historia está poblada de hombros representativos. Pero no estudiamos sus vidas, no penetramos sus ideas, no las incorporamos a la consciencia nacional ni regional. Nuestros grandes hombres permanecen desconocidos para el pueblo y nuestra cultura que debería nutrirse plenamente de ellos, también los ignora.

Salvador Valero, es uno de los más puros valores humanos y artísticos de la región y del país. “El Escuque que fue” revela una escritura laberíntica sobre una realidad esfumada, un claro talento narrador, un poeta que siente, que vibra, que recuerda, evoca y va arrastrando como Orfeo con su canto, todo un pasado. Un artista plástico que amó entrañablemente a su tierra, a sus hombres y a sus cosas. Un artista que actuó contra el tiempo, aprisiona e inmortaliza en sus pinturas las bellezas de su tierra. Nos dejó como legado no sólo una obra artística, de primera calidad. Nos deja para siempre la imagen radiante de un hombre que vivió  al servicio del arte y del bien. EHG

De Interés

LOS PRIMEROS

Linóleos que realizó este artista fueron de gran importancia. Es el “Posada nuestro” quien asoma su rastro singular, el 19 de abril de 1936, en las páginas del periódico “El Anunciador”,  donde con valentía enjuiciaba la política represiva del presidente López Contreras.

EN SU CUERPO

Bailoteaban las visiones, los sueños, las leyendas, “los encantos que bajaban” hasta La Honda, las fábulas, los pájaros, las figuras femeninas alargadas, los campesinos, los rostros martirizados, Santos y Cristo, los mitos y aves que formaban ese mundo natal de El Colorado.

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