RESUCITAR A UNA NUEVA VIDA | Por: Antonio Pérez Esclarín

 

Estos días de Pascua de Resurrección son días de júbilo y esperanza. Por ello, también, de compromiso tenaz y entusiasmado. Celebramos  el triunfo de la vida sobre la muerte, del amor sobre la crueldad, el odio y la violencia. Para los seguidores de Jesús, la cruz y el viernes santo  no son la última palabra: Son  sólo paso, puerta a una Vida Renovada.  El Padre resucitó a Jesús y quedaron derrotados la muerte y sus heraldos. Aceptar la resurrección significa creer que la forma de vida de Jesús es el modo de vencer radicalmente la muerte y salvar definitivamente la vida. Con frecuencia, afirmamos que creemos en Jesús resucitado, pero seguimos manteniendo los valores de los que lo crucificaron.

Por ello, celebrar la Resurrección, el triunfo del Amor sobre la muerte, de la paz sobre la violencia, del perdón sobre la venganza,  debe ser  ocasión para renovar nuestra decisión de seguir con mayor entusiasmo y radicalidad a Jesús y trabajar con tenacidad, alegría y esperanza  por la construcción de una  Venezuela próspera, reconciliada, justa y en paz donde todos podamos vivir con dignidad y vayan quedando atrás como recuerdos dolorosos de un pasado superado, las colas, la escasez, los apagones,  la inflación, las migraciones, el hambre, la inseguridad, los perseguidos y presos políticos..

El Dios de Jesús es amigo de la vida, tiene pasión por una vida más sana, justa y dichosa para todos, y nos invita a compartir su sueño y su proyecto de amor. Eso es el Reino. El Reino de Dios está  en la disposición de servir. Cuando se lucha contra el sufrimiento, cuando se alivia el dolor, cuando se trabaja para evitar nuevas crucifixiones ocasionadas  por la ambición, las ansias de poder y  la injusticia,  allí está actuando el Reino de Dios.  Si hoy reina la violencia, la opresión, la miseria, la injusticia, la mentira, el egoísmo,   Jesús Resucitado  nos invita a construir el Reino de la paz, la fraternidad, la verdad, el servicio, la compasión, la vida. Un Reino sin escandalosas diferencias económicas y sociales, sin la exhibición de lujos y pompas frente a la miseria de las mayorías,  sin ejércitos ni cuerpos de seguridad al servicio de una parcialidad política,  sin represión ni violencia,  con el único poder, como Jesús, de sanar,  de ayudar, de servir, de perdonar. Un Reino donde los últimos son los primeros, y por ello se les atiende con políticas sociales eficaces y dignificadoras, que no los conviertan en clientes, sino en ciudadanos.

El Reino de Dios es, en definitiva,  el anti-reino de los poderosos y de los que dominan en la  tierra. Como Jesús lo palpó y lo entendió con meridiana claridad “los jefes de las naciones las gobiernan como dueños y los grandes hacen sentir su poder. No debe ser así entre ustedes. Al contrario, el que quiera ser grande que se haga su servidor, el que quiera ser el primero que se haga su esclavo. Porque así sucede con el  Hijo del Hombre, que no ha venido a ser servido sino a servir, y a dar la vida por todos” (Mateo 20,20 y ss).

El Reino de Dios comienza a estar  entre nosotros, lo vamos construyendo,  cuando servimos a los necesitados, cuando nos esforzamos por combatir la injusticia, la mentira  y la violencia; cuando trabajamos por una Venezuela próspera, reconciliada y justa, que permita vida digna a todos. Para Jesús, servir a Dios y su proyecto es servir al prójimo necesitado: no hay otra manera de servir a Dios que sirviendo al prójimo.

 

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