Ya finalizando la última semana de campaña electoral en EEUU, se evidencia una expectativa latente del electorado y del mundo. En esta ocasión de elecciones generales: legislativas, estadales, entre otras; está claro que las presidenciales —más concurrentes— dejan ver que hay novedosas circunstancias que hacen de la justa electoral un torneo muy distinto: relevantes e impostergables intereses políticos qué atender por el liderazgo global de EEUU, que adentro y afuera ha venido quedando en entredicho.
En el transcurso de la restringida campaña —debido a la Covid-19— se ha visto de todo menos desaliento. Aunque al presidente Trump le ha tocado pagar los platos que él no ha roto, y a Joe Biden —aspirante a reemplazarlo— disfrutar de una opípara mesa que la suerte le ha servido; la carrera final entre el burrito y el elefante está que chifla. Es como el gran clásico de Kentucky Derby, y no precisamente entre ejemplares purasangre de corta edad; y podría ser la diferencia entre el auge o declive de la gran nación estadounidense, por las diferentes actitudes de los candidatos que van más allá de lo cotidiano o del mero estilo.
El ambiente electoral —donde figuran dos contendientes adicionales por los partidos Libertario y Verde—, se encuentra diferenciado en el bipartidismo tradicional, principalmente entre la tendencia populista socialistoide y tolerante del partido Demócrata, y la línea de sinceración y eficiencia del oficialista Republicano; ambos dispuestos a resolver los ingentes problemas que persisten en ese país, y que requieren lo mejor de la visión, voluntad y determinación política de sus líderes, so pena de que el volumen y fuerza de gravedad interna —de esos problemas— vuelquen la ‘buena intención’ de resolverlos.
Las encuestas mediáticas son propaganda para Biden-Harris; y las independientes coinciden en una elección reñida, con posibilidades ascendentes para Trump-Pence.
Aspectos cruciales a considerar este martes 3 de noviembre, aunque casi la mitad del voto popular ya se haya efectuado:
Uno. – Que las encuestas esgrimidas por el volcán mediático, se han cuadrado ‘contra Trump’—New York Times, Washington Post, CNN… —; y que las empresas de medición confiables y más asertivas aunque dan ganador a Biden por margen de un dígito alto a nivel nacional, en los estados determinantes —pendulares, bisagra o disputa (swing o battleground states)— indican un empate técnico promedio en su conjunto; lo que aún da a Trump posibilidades de victoria.
El voto popular pensado en cada candidato, se otorga a los compromisarios —’intermediarios’— de lista para seleccionar el número de delegados asignado a cada estado, para integrar el Colegio Electoral con 538 delegados que ejercerán el voto elector, para con un mínimo de 270 votos elegir al Presidente y Vicepresidente.
Hasta ahora, el estrecho margen de las encuestas influye en el voto popular que: aún no está decidido, no pensaba ser ejercido, desea ‘apostar’ a ganador.
De manera que las encuestas son sombrías: muy esperanzadoras para Trump que no deja de sortear injustos e inesperados obstáculos; y terribles para Biden que ha estado frotándose las manos por los caprichos de una suerte que le ha sonreído. Y es que —sin ánimo de descalificar al ex-vicepresidente y senador— el persistente y alevoso contrincante de un Donald Trump aguerrido, controversial y extrovertido, ha sido el coronavirus chino, y su franqueza misma.
Que Biden haya hecho velas con el viento de las circunstancias ajenas al desempeño del gobierno —teniendo realmente muy poco qué criticarle en sus funciones—; llegando a inculpar a Trump de problemas raciales, climáticos y sanitarios, de inmigración y deportación; no sabemos si es el colmo y fin de las vicisitudes republicanas o el descaro de una suerte que ya pareciera recoger sus velas en la travesía demócrata.
Dos. – El electorado afroestadounidense (12,5%), es una variable qué analizar en la ecuación de ambos partidos. Los demócratas han tratado de pescar en el río revuelto de los viejos sentimientos raciales, aupando o tolerando a los de color en sus protestas callejeras protagonizadas por Antifa y Black Lives Matter, y haciendo ver en las filas republicanas a un difuso enemigo con la supuesta supremacía blanca que tiene nombre y apellido en Lana Lokteff, la «abeja reina» de las mujeres de extrema derecha en Estados Unidos, y del movimiento Alt-right del mismo derrotero, ambos fieros oponentes de la inmigración, y defensores de Trump.
Los republicanos han aclarado que sus políticas han beneficiado —mucho mejor que los demócratas— a los afrodescendientes del país, y que no hay actitud racista desde el gobierno, sino un propósito de evitar los desmanes anarquistas frente a la policía, el ornato y el comercio con agendas politiqueras ocultas de alcaldes y gobernadores demócratas.
Tres. – El voto latino (13,3%), es otra variable qué considerar minuciosamente. Factor de mucho peso en relación a la política interior y exterior de EEUU. Es una variable de dos caras: los latinos proclives a defender la inmigración de la que son parte, son una ‘quinta columna’ en la lucha contra la inmigración sostenida por la mayoría estadounidense.
Las masas latinas —principalmente cubanas y venezolanas— no persiguen solo tolerancia para sus congéneres inmigrantes, sino que el gobierno de la gran potencia azul, blanco y rojo propenda a limpiar el subcontinente de dictaduras y populismos que han empobrecido sus países de origen, y maltratado a sus paisanos con la violación de los derechos humanos.
Y cuatro. – En la geopolítica, donde confluyen intereses principalmente de apoyo y coalición en la relación comercial y militar, por razones prácticas, hay potencias y líderes jugando a uno de los dos candidatos; tal vez prefiriendo al menos activo, al menos exigente y predecible; pero sin perder de vista el interés de seguridad mutua, y la defensa de sus intereses principalmente frente a una China expansiva y a Rusia. Quienes están temiendo a estas potencias apuestan a un decidido Donald Trump, igual quienes desean la liberación real de sus países cautivos por autoritarios y pseudosocialistas, que además desestabilizan las democracias de la región.
Luis A. Villarreal P.