Ernesto Rodríguez (ernestorodri49@gmail.com)
El escritor Franz Kafka (1883-1924), nacido en Praga, escribió un brevísimo cuento de apenas 3 páginas sobre la maldad humana titulado: ‘El Jinete del Cubo’ que publicó en 1921.
Como todas las obras de Kafka, este cuento está escrito con su típico estilo que recuerda lo onírico, es decir, parecería que fueran recuerdos de sueños y lo que narra luce a veces algo incoherente. Pero la idea central del cuento es muy clara: Un hombre se está congelando de frío y su carbón en el fogón se ha acabado. Entonces, para no morirse de frío decide buscar al carbonero para suplicarle que le fíe algo de carbón porque ha sido un antiguo cliente aunque en ese momento no tiene dinero para pagarle.
Cuando llega a la casa del carbonero grita: “¡Carbonero! (…) por favor, carbonero, dame un poco de carbón. Mi cubo está vacío (…) Sé bueno. Tan pronto pueda, te pagaré. El carbonero se lleva la mano al oído.– ¿Oigo bien? — pregunta por sobre el hombro a su mujer, que teje sentada en el banco de la chimenea (…) — No oigo nada — dice la mujer, respirando con tranquilidad por encima de la aguja de tejer, con un agradable calorcillo en la espalda”. Entonces el cliente dice: “Soy yo; un viejo cliente; un seguro servidor; sólo que momentáneamente sin medios”. El carbonero trata de ir a la puerta para atender al cliente pero la esposa le dice: “Tú te quedas (…) Acuérdate de tu tos (…) Iré yo”. Cuando el cliente la ve le dice: “Señora carbonera (…) la saludo; sólo una palada de carbón (…) La pagaré toda, claro está, pero no ahora, no ahora”. Entonces el carbonero le pregunta a la esposa: “¿Qué es pues, lo que quiere?”, pero ella le responde: “Nada (…) no hay nadie; no veo nada, no oigo nada; sólo están dando las seis y nosotros cerramos. Hace un frío terrible”. Entonces el cliente le dice: “¡Mala mujer! (…) ¡Mala!: te pedí una palada del peor carbón y no me la has dado”.
Este breve cuento de Kafka ilustra algo que todos hemos conocido en el transcurso de la vida: Hay personas absolutamente insensibles ante el sufrimiento del prójimo…¿Cómo se puede entender eso?…Quizás algún día la ciencia nos permita conocer lo que ocurre en el cerebro de esa clase de personas deshumanizadas como la esposa del carbonero pero el hecho cierto es que existen.
En mi artículo titulado: ‘LA QUÍMICA CEREBRAL DE LA COOPERACIÓN Y LA CONFIANZA’ que publiqué en este diario (Diario de los Andes) en fecha 6 de marzo de 2022, vimos las investigaciones científicas sobre el cerebro humano y vimos que cuando las personas establecen nexos de cooperación y confianza se activan las áreas cerebrales con las neuronas más ricas en dopamina. La dopamina es una sustancia neurotransmisora que se libera en el cerebro cuando hay sentimientos de placer asociados con el orgasmo sexual, ver a personas queridas como los hijos o el ser amado, etc. Además las investigaciones científicas han evidenciado que una hormona llamada oxitocina, sintetizada en la zona del cerebro llamada hipotálamo y secretada en la sangre por la glándula pituitaria, se libera durante las experiencias agradables como el orgasmo sexual (tanto en hombres como mujeres), comer con gusto, cuando la mujer amamanta a su bebé, etc.
Además se ha encontrado que cuando las personas cooperan y se tienen confianza secretan oxitocina en su sangre (1).
Estas investigaciones evidencian que durante la evolución biológica que originó a la especie humana se desarrolló una potencialidad para la cooperación y el establecimiento de nexos de confianza entre los miembros de una comunidad.
Entonces, después de conocer estas evidencias científicas sobre el cerebro humano podemos preguntarnos: ¿Es posible que las personas crueles e insensibles ante el sufrimiento ajeno tengan desequilibrios de tipo bioquímico en el cerebro?…¿Es posible que esas personas crueles e insensibles secreten menos dopamina y oxitocina?…¡Sería interesante investigar tales cuestiones!!!!.
NOTA: (1) En mi mencionado artículo de fecha 6 de marzo de 2022, describo con más detalle estas investigaciones cerebrales, pero las referencias básicas son pags. 256 y 257 en Michael Shermer (2004) ‘The Science of Good and Evil’. Times Books. New York., y Pag. 36 en Michael Shermer (2005) ‘Unweaving the Heart’. Scientific American. October.