Exaltar la vida de Rafael Rangel cuando mañana 25 se cumplen 142 años de su natalicio, es hablar del reclamo para alimentar y renovar la fe en el hombre venezolano de todos los tiempos y es igualmente testimonio que encierra variadas y ricas lecciones.
Algunos estudiosos y admiradores de Rangel se enfocan en cierta tendencia romántico – pesimista que tuvo mucha fuerza en la Venezuela del siglo XIX y que se proyecta en la literatura y el pensamiento del siglo XX. El origen humilde de Rangel, los prejuicios sociales y raciales que pudieron afectarle, el drama de su muerte, todo eso estimuló una visión melancólica del personaje, debilitando la fuerza vigorosa y estimulante de su mensaje.
Esa visión triste y pesimista de Rangel se emparenta con otra clara tendencia nacional hacia el fatalismo y el temor apocalíptico, que tantas veces se ha puesto de manifiesto. Quizás esta actitud tenga que ver con la confluencia de la sangre mestiza de la tristeza indígena y el dramatismo español. Porque esos ingredientes están presentes en Bolívar, cuando se lamenta de haber arado en el mar y en Miranda, cuando recoge en la palabra «bochinche» su percepción de la patria que nace, y en Juan Vicente González, cuando clama que con Fermín Toro ha muerto el último de los venezolanos, y en Pocaterra, escritor auroral, que se cree memorialista del ocaso. Es una realidad del ser venezolano, tan patente en la vida fascinante de Rangel.
Pero Bolívar no había arado en el mar, sino que había cambiado el curso de la historia. Y lo que vieron los ojos de Miranda no fue la escenificación de un bochinche sino la aparición tumultuosa de un pueblo nuevo que demostraría aptitud y capacidad para hazañas sólo comparables con las más grandiosas de antiguas razas o regiones. Fermín Toro no fue el último venezolano, puesto que después de él vinieron otros, como Rafael Rangel, y Pocaterra no estaba narrando las vivencias de un pueblo próximo al final, sino el proceso terrible y doloroso que había de conducir al surgimiento de una forma de vida más civilizada y más cónsona con los valores de la dignidad humana y las libertades públicas.
En la perspectiva romántico-pesimista a la cual hemos hecho referencia se ha repetido insistentemente que Rafael Rangel fue una víctima de su medio. En otras palabras, que Rangel fue sacrificado por la Venezuela de su tiempo.
Cierto que Rangel nació y vivió en un país completamente diferente al actual, en un país muy pobre, con acentuadas características de subdesarrollo. A los venezolanos actuales nos ha impresionado mucho el marco político al cual corresponde la existencia de Rangel. Nace cuando termina el decenio de Guzmán Blanco y muere cuando se inicia el ciclo de Juan Vicente Gómez. Ese largo periplo de anarquía, violencia y despotismo, como signos predominantes de la historia nacional durante más de un siglo, nos va a causar un profundo trauma, va a afectar terriblemente la confianza del venezolano en su aptitud para la vida conviviente y civilizada. Ese trauma en ocasiones deriva hacia un cierto complejo de inferioridad que nos ha hecho dudar de las posibilidades de Venezuela para el logro de objetivos que demanden grandes esfuerzos colectivos, coherentes e inteligentes.
Lecciones y enseñanzas
La enseñanza más importante que asimila el Sabio, Rafael Rangel es que solo se puede aprender mediante el estudio. Por eso renuncia a ser médico para dedicarse integralmente al estudio.
Para convertirse en el primero de nuestros investigadores a tiempo completo.
Es ahí donde está una de sus mejores lecciones, un estupendo mensaje de vigencia actual y futura. Rangel ha podido ser uno de los grandes médicos de su tiempo. El éxito como médico le habría permitido superar las dificultades sociales y con toda seguridad conllevaba posibilidades de riqueza, a más de todas las otras satisfacciones intelectuales y morales propias de la profesión. Rafael Rangel renuncia a ser médico porque tiene el coraje de asumir a plenitud la responsabilidad que le impone su auténtica vocación: investigador a dedicación integral.
Es así como este hombre que muere cuando apenas tenía 32 años, llega a ser sin embargo el padre de la parasitología venezolana el precursor del sanitarismo y la medicina tropical, primera de las grandes figuras científicas de la Venezuela Moderna.
La otra gran lección de Rangel es la orientación tan coherente que mantiene en su labor científica. Para decirlo con una expresión contemporánea, Rangel investigó en función del desarrollo nacional. Con maravillosa percepción que la primera prioridad de una tarea científica en función del desarrollo tiene que ser el hombre.
Rafael Rangel duerme el sueño eterno en compañía de Bolívar y de los otros Padres de la Patria, porque él fue HEROE y precursor en de nueva gesta de Independencia, que, Venezuela nos reclama.
Grande y útil
Nace el 25 de abril de 1877, en la población de Betijoque, estado Trujillo, humilde de cuna e hijo de Eusebio Rangel y Teresa Estrada, al morir su madre es criado por su madrastra, María Trinidad Jiménez de Rangel. Su vida la desenvolvió en la pobreza y llena de estrecheces. A pesar que su mente era la de un genio, fue una persona tímida y modesta.
Se podría decir que constituye el prototipo del hombre grande y útil que pedía Bolívar.
MARCEL ROCHE, en su libro: Rafael Rangel -Ciencia y Política en la Venezuela de Principios de Siglo. Monte Ávila, Caracas, 1973, escribe: «A pesar de todo, la realidad eterna de la Venezuela de entonces le fue, en balance, más bien favorable a Rangel. Pasó de la humilde vida provinciana a la eminencia nacional.
Su modestia, timidez y humildad lo llevó a presentar una depresión y una paranoia es decir una manía de persecución. Era tan modesto que cuando hablaba de sus descubrimientos sobre la anquilostomiasis, le escribe a Dominici: «Ni siquiera tengo valor de llamarlos trabajos científicos» habla de las faltas que contienen y menciona sus humildes «investigaciones».
El suicidio, de Rafael Rangel, puede interpretarse como un castigo inconsciente contra una sociedad que, según él pensaba, lo perseguía. Dicha sociedad, por su parte, se vengó olvidando su memoria y su tumba por largos años». (Marcel Roche, Caracas, 1973).
Ejemplo para la juventud de hoy
Según los registros históricos, era cerca de las 3 de la tarde, de un 20 de agosto de 1909, a los 32 años; en el laboratorio del Hospital Vargas se escucha un alarido, todos se apresuraron a descubrir su origen, y, allí recostado junto a la puerta, a punto de caer, está el sabio Rangel, quien habría alcanza a murmurar: «cianuro de potasio», y cae, muriendo a los pocos segundos.
Así terminaba la vida de un hombre que habría podido llegar a ser uno de los más brillantes científicos del continente.
La corta vida de Rafael Rangel, y lo mucho que logró en tan breve lapso, son ejemplos estupendos que la juventud estudiosa de hoy debería tomar como paradigma.