La Historia es la única verdadera fatalidad:
se la puede releer en todos los sentidos,
pero no se la puede reescribir.
Laurent Binet
En el año 2020 el escritor francés Laurent Binet nos entregó su extraordinaria novela Civilizaciones. Obra literaria con la que el autor nos invita a la reconstrucción histórica, con sentido lógico, construida con hechos posibles, pero que no sucedieron realmente. Género literario conocido como unicronía.
Es así como Binet se pregunta acerca de: “¿Qué hubiera ocurrido si el inca Atahualpa (1500-1533) hubiera conquistado Europa, derogado el decreto de expulsión de judíos y moriscos en España, hasta imponer la religión del Sol?”. Nos pone en presencia de una historia alternativa, poseída por una imaginación sin fronteras. En donde la ficción alcanza su mayor plenitud; ya que, la reinterpretación del pasado se hace a partir de hechos que no ocurrieron; “donde conviven los diarios de Cristóbal Colón con las cartas entre Tomás Moro y Erasmo de Rotterdam. Como un ajedrecista avezado, mueve a los personajes con su propio método: una combinación verosímil entre la crónica y la invención. El “nuevo” mundo es Europa (Portugal, España, Francia); el “viejo” mundo está integrado por el Imperio Inca, México y Cuba. Los conquistados devienen conquistadores. Y viceversa”.
La obra de Binet, por su “hermosa e inteligente locura”, nos atrapó. Nos corroboró la cara idea de que, para decirlo con Raffaele La Capria, el sentido común “puede y debe servir como antídoto contra el abuso de los conceptos”.
Como buenos soñadores, decidimos revisar la historia del Estado Trujillo. Nos paseamos por distintos momentos de la misma. Hasta que, nos encontramos con la variedad y complejidad de hechos y sucesos que se produjeron en el año 1899, en nuestro terruño. Año en que Trujillo recuperó su independencia del Gran Estado Los Andes. El presidente de la República, Ignacio Andrade, designó como presidente del estado a Juan Bautista Carrillo Guerra, lo cual no fue del agrado del “araujismo” ni del “gonzalismo”. Año en que se produjeron los más cruentos enfrentamientos entre los caudillos regionales; sobre todo, entre los herederos políticos del Gral. Juan Bautista Araujo (el León de la Cordillera), los seguidores del Dr. y Gral. Rafael González Pacheco, y quienes apoyaban a don Juan Bautista Carrillo Guerra.
Podemos afirmar que, el siglo XIX trujillano, fue un siglo de permanentes conflictos políticos internos; especialmente, después de culminada la Guerra Federal, pues -a partir de entonces- las rivalidades entre “ponchos y lagartijos” aflorarían con toda su “furia”. Rivalidades que, a partir del año 1870, transitaron del plano político, al plano político-militar. La guerra, y no la paz, será el signo de aquellos años.
Cruento período, no hay duda. Pero el año 1899, fue el más sangriento; fue el que más vidas cobró. Destaca, entre ellos, la “carnicería humana” en que fue convertida la Batalla de Isnotú (8 de octubre 1899), en donde las tropas comandadas por Leopoldo Baptista y Rafael González Pacheco se enfrentaron de manera cruel e inhumana.
Los caudillos trujillanos, como herederos de los Cuicas, habían ganado fama de ser buenos guerreros. Valientes y batalladores. Por ello, no es ninguna casualidad que el presidente de la República, Ignacio Andrade, tomara la decisión de comisionar al Dr. y Gral. Rafael González Pacheco para que detuviera en Tovar, Mérida, el avance militar del Gral. Cipriano Castro, líder de la Revolución Liberal Restauradora.
Más allá de las explicaciones sobre las causas de la derrota de González Pacheco, en esa batalla, lo cierto es que, a partir de allí, Castro encontrara el camino abierto hacia Caracas para hacerse del poder.
Y es aquí, donde siguiendo a Laurent Binet, recurrimos a la unicronía y nos preguntamos: ¿Qué hubiera ocurrido si en la Batalla de Tovar (1899), Castro hubiera sido derrotado por González Pacheco?, ¿Trujillo, se habría convertido en la Roma de Venezuela?, ¿El caudillo de El Burrero de Santiago, en un Atila moderno? No olvidemos que Valera tiene las siete colinas; y, González Pacheco la valentía heredada de su antepasado Cuica.
Pudiéramos establecer muchas otras interrogantes y conjeturas, pero la intención de esta reflexión no es otra que la de invitar a pensar. A un pensar distinto. Por qué la historia es un permanente pensar. No olvidemos que el valor de la historia no es científico, sino ético. Ya que, como dijo Carl Becker: La historia al liberalizar la mente, profundizar en las simpatías y fortalecer la voluntad, nos permite controlar, no la sociedad, sino algo mucho más importante, a nosotros mismos. Nos prepara para vivir de una forma mucho más humana en el presente y enfrentarnos al futuro en lugar de predecirlo.