En la película Cónclave, dirigida por Edward Berger y protagonizada por Ralph Fiennes, uno de los momentos más impactantes ocurre durante el primer discurso del cardenal decano, quien ofrece una reflexión inesperada sobre el liderazgo en la Iglesia Católica: «Que Dios nos conceda un Papa que peque.»
Interpretado con intensidad por Fiennes, el cardenal decano plantea que la certeza absoluta es el verdadero enemigo de la unidad y la tolerancia. En su homilía, sostiene que la Iglesia no debe quedar atrapada en la tradición ni en el pasado, sino mirar hacia el futuro, un futuro lleno de incertidumbre y apertura. «La Iglesia es el futuro, y el futuro no es de la certidumbre, sino de la duda», declara el personaje.
El discurso es un llamado a la humildad y la evolución dentro de la institución religiosa, en la que se llama un Papa que no tenga miedo a equivocarse, que sepa que la Iglesia es un barco que se mueve por el agua y no una roca que se queda anclada en la orilla.
La homilía (insisto, en la película) subraya que la fe verdadera no puede existir sin el misterio, sin la duda, y por tanto sin la necesidad de creer más allá de la evidencia. Por eso, el cardenal decano ora no solo por un líder que dude, sino por uno que también se equivoque, que peque, que pida perdón y que siga adelante.
Este poderoso discurso establece el tono para toda la trama de «Cónclave», donde la elección del nuevo Papa se convierte en una reflexión propicia para nuestra realidad, esa que traspasa la pantalla del cine y pone de nuevo en el verbo de la sociedad el debate sobre futuro de la Iglesia: ¿aferrarse a las certezas de siempre o abrirse a un mundo que cambia?
La película, basada en la novela de Robert Harris, invita así a reflexionar sobre la fragilidad, la humanidad y la necesidad de adaptarse para sobrevivir en tiempos de transformación.
Lea acá el discurso completo del cardenal decano (en la película «Cónclave»):
«San Pablo decía, sométanse unos a otros por reverencia a Cristo. Para trabajar juntos, para crecer juntos debemos ser tolerantes: ni una persona, ni una fracción que intente dominar a los otros.
Y al hablar con los Efesios – que eran claro, una mezcla de judíos y gentiles – Pablo nos recuerda que el regalo de Dios a la iglesia es su variedad. Es esta variedad, esta diversidad de personas e ideas, la que le da fuerza a la iglesia. Y a lo largo de muchos años, al servicio de nuestra madre la iglesia, he de admitir que hay un pecado al que ahora temo más que a cualquier otro: la certeza.
La certeza es la enemiga de la unidad. La certeza es enemiga mortal de la tolerancia. Hasta Cristo llegó a dudar al final: ‘Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?’. Él gritó en su agonía, en la novena hora en la cruz.
Nuestra fe es una presencia viva justo porque camina siempre al lado de la duda. Si sólo existiera la certeza, sin la duda, no existirían los misterios. Y no necesitaríamos de la fe.
Hay que pedir que Dios nos otorgue un Papa que dude. Que nos otorgue un Papa que peque, que pida disculpas y logre continuar».
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