Mario Villegas
La andanada de insultos, obscenidades, infamias y todo tipo de agresiones contra Bony Pertiñez de Simonovis ponen nuevamente de manifiesto la degradación moral que ha experimentado buena parte de la sociedad venezolana en los últimos veinte años.
El odio y la intolerancia se han desatado contra ella en forma atroz por el solo hecho de haberse manifestado en favor del voto en las elecciones presidenciales del 20 de mayo.
El linchamiento de esta admirable luchadora por los derechos humanos y la libertad de los presos políticos ha tenido como principal escenario las redes sociales, especialmente el twitter, pero eso no es sino la expresión digital de una cultura fascistoide que se ha instalado en la mente y el corazón de sectores ultraradicales de distintas proveniencias sociales y orientación política e ideológica. Lo mismo da si quienes ejecutan esas prácticas contra quien piensa distinto son de izquierda, de centro, de derecha o de cualquiera otro punto de la geografía política. Sus impulsos destructivos obedecen a una misma estructura de pensamiento que los hermana a todos por igual. No porque esos pichones de fascistas puedan vestirse de azul, de amarillo o de algún color pastel, significa que sean distintos de otros que lo hacen de negro o de rojo. La podredumbre es la misma.
Lo que Bony hizo no fue sino expresar su personalísima decisión de votar en las presidenciales y, tal como lo ha hecho todos estos años, de mantenerse en el centro de votación para defender su voto. Es decir, ejercer sus libérrimos derechos. Así como ha defendido la libertad y la dignidad de su familia, al igual que los derechos humanos y la libertad de todos los presos políticos, así también tiene todo el derecho del mundo de utilizar y de defender la más poderosa de sus armas: el voto.
El que una porción de la ciudadanía, cualquiera sea su tamaño, no quiera acudir a votar en las elecciones presidenciales, no le da la facultad de irrespetar y de atropellar a una dama cuya valentía y aportes a la lucha por los derechos ciudadanos son, con seguridad, infinitamente mayores a los de quienes la atacan despiadadamente.
Soy de quienes piensan, al igual que Bony, que la vía para salir de la crisis multidimensional que vive el país sigue siendo pacífica, constitucional, democrática y electoral. Y esa vía se reconfirma cada vez más en claro contraste con el inmovilismo y las fantasías hollywoodenses que el abstencionismo ha querido venderle al país.
Las sociedades se edifican con el esfuerzo de todos sus integrantes en sus distintos escenarios de acción. Las democracias se alimentan y renuevan mediante el ejercicio del voto. Una sociedad es más fuerte y vigorosa en la medida en que la mayoría de sus miembros hábiles participa del trabajo y del esfuerzo productivo en sus diferentes expresiones. Una democracia es más sólida, estable y prometedora en la medida en que la mayoría de sus ciudadanos ejercita el voto en forma regular y consciente.
El 20 de mayo es una oportunidad de oro para demostrarle al mundo la acendrada vocación pacifista y democrática del pueblo venezolano. Perder esa vocación, dejar que nos arrebaten definitivamente la cultura electoral que hemos cultivado por décadas para dirimir nuestras diferencias, cierra las puertas a las soluciones pacíficas y las abre al infierno de la violencia.
Por eso, el valiente paso que ha dado Bony Pertiñez de Simonovis adquiere una inconmensurable dimensión. Al hacerlo, está defendiendo los derechos de todos los venezolanos, incluso los de quienes, cegados por el odio, la bombardean para exterminarla moralmente.
Por suerte, aún sin habérselo propuesto ella es voz pública de millones de mujeres y hombres que han dado el mismo paso y, contra la corriente del odio y la amenaza fascistoide, van a votar este domingo. Al hacerlo, cada uno estará ratificando el espíritu pacifista y democrático de la inmensa mayoría de nuestro pueblo.
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