Judith Valderrama.- “Dependemos para comer de cuando el gobierno decida ponernos la luz. Así que yo a mis 75 años como una vez al día, porque nos quitan la luz hasta 20 horas diarias. Hace 7 meses no nos venden gas para cocinar y no tenemos cómo hacer comida. Tampoco nos ponen agua y a veces siento que no aguanto más”, relata peleando contra su llanto, Miriam Alvarado.
El relato lo hace Alvarado desde la ciudad de San Cristóbal, en Táchira, Venezuela, en medio de la cuarentena obligada y en una protesta de calle a pocos metros de su residencia en Pirineos.
Por la pandemia, muchos en el planeta deben estar encerrados y se comunican de modo virtual con el exterior, pero el aislamiento les hace manifestarse agobiados. Pero lo de Miriam va peor, a diferencia del resto del mundo no tiene comunicación virtual porque no hay internet en su ciudad, no puede cocinar sin electricidad, ni gas doméstico. El agua se la ponen algunos días de la semana y la comida es muy cara con la hiperinflación, y sin gasolina es difícil ir a comprar, lo debe hacer caminando y con miedo a la delincuencia que roba hasta bolsas de mercado, dice.
Como Alvarado viven millones en Venezuela. Ella está en la fronteriza región del Táchira, uno de los estados más golpeados desde hace años. En esta región hace dos meses no le despachan gasolina a la población común, solo se permite a los autorizados por el gobierno. El resto debe pagar combustible en 2 dólares el litro en el mercado negro, lo que convierte su gasolina, en la más cara del mundo, si se compara con 0,47 centavos de dólar que cuesta en Estados Unidos.
Jóvenes sin paz: “estoy obstinada”
La psicóloga social y profesora universitaria Yorelis Acosta, dice desde Caracas, que la situación con la pandemia es compleja y nueva para todos. “Al mes del encierro ya la gente estaba agotada, aburrida y muy ansiosa. Eso es lo que se ha conseguido en todos los niveles. Comenzaron las clases y los alumnos se inscribieron para clases presenciales y ahora les correspondió online y no se les hizo más fácil”, sostiene.
Pero en Táchira no es igual que Caracas. En la región fronteriza no es posible recibir clases online porque son muy extensos los racionamientos eléctricos, que también privan de señal de internet.
“Es complejo y muy triste ver como universidades en otros países están saliendo adelante en la pandemia porque pueden trabajar online. Incluso mi papá que se emigró a Bogotá y da clases allá lo hace por “classroom” (aplicación web) ¿y nosotros qué podemos hacer aquí? No se puede ni whatsapp porque cuando no hay luz no tenemos señal, ni siquiera salen llamadas telefónicas. He llorado. Me he sentido agobiada, triste, obstinada”, dice la joven estudiante de ingeniería de la Universidad del Táchira, Nathalí Volcán.
Volcán vive San Cristóbal y en su zona tienen días protestando por lo severo de las condiciones en las que viven. Ella estudia ingeniería en y su preocupación no es solo verse paralizada sin poder prepararse ni interactuar con el mundo ante la casi inexistencia de servicios básicos como la electricidad.
“Me afecta también ver como mi mamá entristece y no me gustaría que ella caiga en una depresión, así como están mis vecinos que son gente mayor y se la pasan llorando porque no hay luz, no tienen gas y algunos cocinan con leña. Mi mamá se enfermó mucho porque había un vecino que cocinaba con leña y nos afectó mucho la salud, enfermamos”.
La nieta de Miriam Alvarado de 17 años, es otro caso, su abuela llorando narra que ella se deprime mucho de verla como debe pescar en las madrugadas las pocas horas de electricidad que les permiten para intentar hacer las tareas, “ella se desespera, llora y me estreso y sufro mucho por eso”.
Nathalí Volcán, por su parte, no puede evitar comparar su juventud en Venezuela con la de sus iguales en otros países, “aquí llevamos años sufriendo mucho, pero en los últimos meses se ha agravado tanto la situación que ya estamos a punto del colapso. Nos tiene amarrados, debemos estar encerrados y en otros países lo pasan en sus casas con electricidad, aire acondicionado y pueden cocinar. Pero nosotros no tenemos ni gas, ni comida porque el dinero no alcanza ni para comprar un cartón de huevos y es triste porque la gente no va a sobrevivir comiendo arepa todo el día. He conocido vecinos que solo comen arepas. Y no nos sentimos en paz con eso, ni creo que ningún venezolano se debe sentir en paz con la situación que pasamos en este momento”.
“Siento ganas de salir corriendo y gritar”
Gladys Contreras, otra mujer tachirense a quien las emociones en algunos días la superan. Tiene 74 años de edad y trabajó para una vejez tranquila, pero en Venezuela en lugar de vivir su reposo tiene que sobrevivir y luchar cada día hasta por lo más básico, como conseguir combustible para preparar un café.
Al igual que la mayoría de los pobladores de la zona pasa 16 a 20 horas sin electricidad: “Solo comemos una vez al día, no tenemos cómo cocinar y hace 7 meses que no nos llega el gas doméstico. Si llega la luz a las 12 se hace el almuerzo, si llega a las 4 se hace el almuerzo, si llega en la madrugada pues no se hace nada. Al desayuno si hay pan comemos pan, pero todo el tiempo no tenemos dinero para comprarlo. Prácticamente no podemos hacer comida si acaso una vez por día y mal alimentados”
Con tantas carencias y sufrimientos relata que sufre subidas de la tensión, se deprime y siente tristeza permanente, “tengo ganas de llorar y salir corriendo a la calle a gritar y gritar muchas cosas obscenas contra los encargados de todo esto, porque ellos son los únicos culpables de todo lo que estamos pasando”.
Sostiene que la comida es escasa en nutrientes y lo que más comen es arroz y pasta, que es lo que vende el gobierno en las bolsas de CLAP cada dos o más meses, “nos toca comer arroz y arroz y pasta y pasta”, sostiene.
Los niños sufren mucho
“Un día mi hijo me llamó que no tenía nada que desayunar porque no tenían gas para hacer una arepa. Me vi obligada a pedirle a un amigo que le llevara unas arepas. Menos mal y me hizo el favor porque les llegó la luz fue a las 5 de la tarde, solo a esa hora iban a poder comer por primera vez en el día, sigue relatando la adulta mayor, Miriam Alvarado.
Los nietos de Miriam son dos niños, de 13 y 6 años de edad. La abuela angustiada sufre mucho porque no comen bien, “su padre quedó sin trabajo con la cuarentena y sin gas doméstico, ni electricidad es difícil preparar alimentos, además no pueden ni ver la televisión porque pasan todo el día sin luz”.
La psicóloga Yorelis Acosta asegura que para los niños son momentos difíciles este encierro en circunstancias tan adversas, “como emoción resaltante en el venezolano, durante estos más de dos meses de confinamiento está la ansiedad, que es una emoción muy desagradable y afecta también a los niños”.
“A los niños la ansiedad no le corresponde, pero la están sintiendo. Extrañan sus amigos, la escuela, la rutina. Hay que hacer ejercicios con ellos, ayudarlos a respirar despacio que ayuda a entrar en estados de mayor tranquilidad. Abracen a los niños porque el abrazo activa una química cerebral que da bienestar, calma, da alegría. Hay que ayudar a los niños con el contacto físico que libera oxitocinas. Hablarles, tocarlos y explicarles que el mundo es así, que no siempre deben estar brincando, que hay momentos de tranquilidad”.
Recuerda la especialista el incremento de los suicidios y destaca el seguimiento que le viene haciendo sobre todo en la zona de Los Andes venezolanos. Al respecto advierte la necesidad de estar atentos a las demandas de niños y adolescentes y propinarles mucha cercanía y apoyo en estos momentos tan difíciles para todos los venezolanos.
Tres fases de la crisis emocional
El psicopedagogo y psicólogo Miguel Jaimes dice que el tachirense vive en un mundo muy asfixiante, que las situaciones extremas a las que son sometidos les ha venido deteriorando su salud mental y física de manera importante.
“La crisis tienen varias fases y el tachirense vive una crisis crónica desde hace años que tiene que ser considerada desde lo psicológico y casi todos requerirían apoyo profesional”.
De acuerdo al especialista la primera fase es el shock o impacto agudo, “y si nos enfocamos solo en el tema de la suspensión de los servicios vitales que hoy sufren, -aunque lo han sometido a mucho más- su primera reacción es la afectación profunda, al pasar días sin electricidad, sin gas y no poder cocinar y darle comida a sus hijos, se entiende su debilidad emocional”.
Pasada el shock, dice que se intenta en una crisis buscar soluciones del problema y lo hicieron con las protestas en Táchira, “sienten que fallaron porque no solucionaron su requerimiento y ahí es cuando la tensión emocional aumenta hasta niveles insoportables. En este estado, diversas actividades pueden ser emprendidas, no para mejorar las cosas o resolver la situación, sino, simplemente, para escapar o descargar la tensión acumulada”.
Entre las reacciones a ese escape de las circunstancias sostiene el especialista que pueden surgir conductas autodestructivas, pero también surge la búsqueda de ayuda apropiada, “pero si sigue la insuficiencia de los recursos personales se hace más repetidos sentimientos depresivos de indefensión y fracaso.”
Sostiene Jaimes que algunos individuos pueden sentirse incapaces de enfrentar la situación y llegan una tercera fase, “sienten que la crisis se puede resolver y superar con mecanismo de defensa propia para su situación crítica, pero en el caso del Táchira donde las condiciones negativas colectivas se agudizan, muchos continúan sintiendo una creciente presión”.
Para Jaimes hay dos caminos básicos en el núcleo central de la crisis, uno es asumir el problema y buscar alternativas emocionales que permitan mantenerse en pie y superar las situaciones por difíciles que sean minimizando daños a la salud; pero también hay quienes caen en depresiones e incluso quienes atentan o terminan con su vida”, señala.
Judith Valderrama
@juditvalderrama