Washignton, 9 nov (EFE).- Los republicanos estadounidenses anticipaban en las elecciones de medio mandato una gran «ola roja» que les devolviera el poder en el Congreso, pero su mitigada ventaja en ambas cámaras ha desinflado las expectativas y puesto en entredicho tanto su fortaleza como la del expresidente Donald Trump.
Ese tsunami, según llegaron a adelantar el senador por Texas Ted Cruz y algunas encuestas, se quedó finalmente en una ligera onda. Las últimas proyecciones sobre los comicios del martes apuntan que se han asegurado ya 203 escaños en la Cámara de Representantes, a 15 de la mayoría, y 49 en el Senado, a dos del control.
En anteriores elecciones el partido en la Casa Blanca, en este caso el demócrata, se había visto más penalizado. Trump (2017-2021) perdió 40 legisladores en la Cámara Baja y ganó dos senadores en 2018, mientras que en 2010, durante el primer mandato del demócrata Barack Obama (2009-2012), este se quedó sin 63 congresistas y seis senadores.
Para Grant Reeher, director del Instituto Campbell de Asuntos Públicos y profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Siracusa, el resultado previsto es reflejo de la polarización del país. «Es un ejemplo de su profunda división, que hace que la gente vote por el partido por el que siente afinidad, independientemente de lo que se diga», explica a EFE.
El bando demócrata había apelado al electorado alertando del peligro para la democracia y los derechos humanos que representaría una victoria conservadora, con el veto al aborto como eje central de esa advertencia, y los republicanos erigieron su estrategia en torno al alza de la inflación y de la inseguridad ciudadana.
«Esos temas han tenido un efecto en la movilización, pero no han influido en el voto individual. Se han neutralizado a sí mismos. No ha habido un ‘Normalmente voto republicano pero estoy muy preocupado por el aborto y voy a cambiar’, sino un ‘Esta vez voy a votar'», agrega el politólogo.
Estas han sido las primeras elecciones desde el ataque al Capitolio del 6 de enero de 2021, con hasta casi 300 aspirantes negacionistas de los resultados de las anteriores presidenciales, y las primeras desde que el Tribunal Supremo derogó en junio la protección federal al aborto.
Los republicanos «tenían motivos para ser optimistas, no solo porque el partido en la oposición suele ganar, sino porque los niveles de aprobación ciudadana de Biden han sido consistentemente bajos», añade Benn Bongang, profesor de Ciencias Políticas en la Universidad de Savannah (Georgia).
Pero las derrotas de candidatos respaldados por Trump, como Mehmet Oz en Pensilvania, han demostrado que el apoyo a gente muchas veces sin experiencia política no ha sido suficiente. El propio líder de la minoría republicana en el Senado, Mitch McConnell, admitió en agosto que las expectativas de su partido en esa cámara se veían minimizadas por culpa de la «calidad» de sus aspirantes.
El expresidente republicano subrayó este martes que se le debería atribuir el mérito en caso de victoria, pero no la culpa de una eventual derrota. «Su impacto ha sido desigual a lo largo del país. No ha sido el beso de la muerte, pero tampoco la llave del éxito», estima Reeher.
Esto hace que las presidenciales de 2024 estén más abiertas de lo anticipado y da nuevos matices al potencial duelo electoral entre Biden y Trump, aunque ninguno de los dos haya anunciado oficialmente todavía su candidatura.
«Hay señales de que la influencia de Trump se está desvaneciendo. Es cierto que algunos lo van a apoyar haga lo que haga, pero hay políticos, especialmente los que contemplen postularse, que se van a ir distanciando o apostando por republicanos moderados», considera el politólogo de la Universidad de Savannah.
El gran vencedor de la noche en el bando republicano fue Ron DeSantis, que ganó con holgura la reelección a la gobernación de Florida. Una victoria que, según Reeher, lo posiciona como presidenciable con buenas bazas en esa eventual batalla: es un político experto y recompensado en estos comicios por su labor en Florida.
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