Populismo sin pueblo |  Por. Antonio Pérez Esclarín

 

Hugo Chávez generó gran entusiasmo  con su discurso  contra la partidocracia y el neoliberalismo. Lanzó la propuesta de la revolución bolivariana para construir el socialismo del Siglo XXI, que traería la felicidad al pueblo. La Asamblea Constituyente gestó una nueva constitución que otorgó mayores derechos a los grupos tradicionalmente excluidos. Montado en un enorme  respaldo popular, multiplicó las elecciones de todo tipo y sus triunfos evidentes no necesitaron, al comienzo, de recurrir a fraude.

Los altos precios petroleros y su gran  carisma, posibilitaron  políticas sociales que contribuyeron a disminuir la pobreza y la miseria, y posibilitaron a muchos el acceso a la educación y la salud, e incluso viajar al extranjero con dólares preferenciales. Todo ello le aseguró un  gran respaldo popular y le permitió expandir  sus ideas por  el continente y asegurarse muchas voluntades a base de beneficios y regalos. Sin embargo, pronto se evidenció que sus políticas   más que promover la autonomía y la  ciudadanía,   buscaban la fidelidad absoluta del pueblo al que se quería convertir en cliente  más que en  ciudadano. El discurso participativo e inclusivo se fue traduciendo en cada vez mayor control y exclusión de los que no aplaudían sus políticas.

El ansia  de un poder cada vez mayor, el sueño de convertirse en el nuevo Bolívar, la fantasía  de expandir su revolución por el mundo para redimir a los  excluidos, junto a la  miopía de la oposición que no supo  leer objetivamente  el fenómeno chavista y puso todos sus esfuerzos en derrocarlo –tentación a la que algunos no han renunciado- fue pervirtiendo sus ideales  y  se dedicó  a expropiar fundos y empresas productivas, a dejar en manos de incompetentes las empresas del Estado, lo que multiplicó  la corrupción, aceleró la quiebra  del país,  y le llevó a arrojarse  en  brazos de Cuba que terminó definiendo nuestras políticas. El poder legislativo, electoral, judicial y moral se convirtieron en  apéndices del ejecutivo, lo que supuso la muerte de la democracia y la manipulación de las elecciones.

Maduro heredó un país  muy enfrentado, y con una economía herida de muerte. Como carece del carisma de Chávez y de legitimidad, se ha visto obligado a recurrir a las otras dos formas de mantenerse en el poder propias de los gobiernos autoritarios: la represión y la cooptación.  Represión contra  derechos políticos y sociales esenciales como persecución y encarcelamiento de líderes opositores,  entrega de partidos  a sus seguidores,  compra de voluntades, eliminación de medios de comunicación, otorgamiento de beneficios sólo a los suyos, persecución de asociaciones civiles críticas de su gobierno. Represión también contra  derechos humanos esenciales como el derecho a la vida, a la integridad física, y a la libertad.

Junto a la represión, Maduro recurre  a la cooptación de grupos económicos, del aparato de seguridad y del mundo militar, a los que concede grandes beneficios, cargos y prebendas a cambio de su  lealtad. De este modo en Venezuela existe un   grupo minoritario que vive en la opulencia, dispuesto a todo para mantenerse en el poder, insensible ante el dolor de las mayorías  que hace tiempo les quitaron el  apoyo. El populismo entusiasta y redentor de  Chávez terminó en un país arruinado con un gobierno   represivo  y sin pueblo. Por ello, es urgente que unamos voluntades y esfuerzos para salir de él por métodos no violentos y  garantizar la libertad y la vida a todos.

 

 

(pesclarin@gmail.com)

 @pesclarin                  

www.antonioperezesclarin.com

Salir de la versión móvil