La llegada del maestro rural Pedro Castillo a la presidencia del Perú es una realidad que merece reflexiones, desde distintas miradas y expectativas. Obliga la esperanza que represente una oportunidad de transformación hacia una sociedad peruana más justa, pero como los demonios son muchos y perversos, la interrogante se hace necesaria.
Viví en Lima entre los años 1971 y 1973 mientras realizaba unos estudios de maestría en Planeamiento Urbano y Regional en la Universidad Nacional de Ingeniería. Allí nació mi segundo hijo Juan Andrés y allí vive ahora con su familia cuando se sumó a la gran emigración venezolana. Conocí algo del Perú, su geografía y su historia, sus ángeles y demonios. Visité algunos lugares de la costa, la sierra y la selva. Conversé con mis compañeros de estudios, con profesores, políticos y empresarios, con mis vecinos. Sostuve largas conversaciones con el fundador del Partido Aprista Peruano el Dr. Víctor Raúl Haya de la Torre y con el demócrata cristiano Arquitecto Fernando Correa Müller. Esta es mi mirada a su realidad.
En una apretadísima síntesis sostengo que la sociedad peruana, al menos cuando la conocí de cerca, es racista, profundamente desigual, con un estado exageradamente centralista y con una clase política corrompida. El poder lo tiene la oligarquía costeña, blanca – criolla, en particular la limeña, cuyos intereses se reproducen en las débiles oligarquías de la provincia. Los criollos pobres que viven en “pueblos jóvenes” – barrios de ranchos – de Lima y de las ciudades peruanas, o en sus tugurios, muchos son igualmente racistas. La mayoría indígena vive resignada, agobiada y pobre, acumulando resentimiento.
En estos estratos muy marcados, y poco permeables, hay gente buena y gente mala, personas nobles y malvados, como en todas partes, pero la situación estructural la veo como estancos donde la movilidad es muy difícil. Han existido iniciativas audaces para romper esa realidad, pero son muchos años – 500 – que han marcado al pueblo peruano. Incluso al seno de cada estrato hay jerarquías impenetrables, que hacen más complejos los análisis y más difíciles los caminos. O más inciertos.
No es fácil el camino o los caminos que lleven a una sociedad peruana de bienestar y de justicia. Es muy diverso el mapa cultural peruano, más allá de la simplificación presentada de estratos socioeconómicos. Allí cobran importancia las ideas de la identidad e innovación, tradición y vanguardia, acompañada de audaces esfuerzos por elevar el llamado “capital social” que no es otro que el arte de escuchar, conversar, respetar y generar confianza, asumiendo la complejidad física y cultural, de enorme riqueza espiritual, de esas realidades.
La religiosidad es en el Perú una realidad, en todo el complejo tramado socio-cultural. Por allí puede existir una puerta a la esperanza, pero traduciendo, con sabiduría de orfebre, esa religiosidad en espiritualidad, en conciencia de que la diversidad y la heterogeneidad es el camino, como lo marca su imponente geografía.
Rezo porque Castillo y su familia sean un punto de quiebre en la historia peruana. No soy optimista que voto por que todo saldrá bien. Pero tengo la esperanza que esta nueva realidad lleve a la sociedad peruana al encuentro de su ser, diverso, pero en igualdad de oportunidades. Voto porque este sea un verdadero quiebre que inicie una trasformación extensa y profunda. Dios quiera conduzca a nuevas realidades, y no a repetir las tragedias ya sufridas.