Les presento con mucho gusto, parte del Prólogo de mi libro Una Semiótica Del Orgullo: En este libro se reúnen algunos ensayos donde se postulan posibles bases para una semiótica de nuestro orgullo. Tal idea nace alrededor de la interpretación de la “Carta de Jamaica” donde Bolívar habla del “conato” o el ímpetu americano para conseguir “una mejor felicidad”. Esto se asocia inicialmente al sentido de búsqueda de un lugar mejor, superior a la desquiciada España convertida en enemiga en un proceso de desmadre que bien va a explicarse en documentos y en acciones históricas presentes en el relato real e imaginario. Llama la atención el desvío o giro semiótico en esta carta dirigida a pueblos y gobiernos para solicitar ayuda al proceso de independencia. La prédica utópica de la Gran Colombia, convertida en el centro del mundo, emulando a Bizancio y Constantinopla, en el fondo desvía la intención de recibir la ayuda de los ingleses en procura de aumentar el orgullo independentista que nos permitiese volar como Ícaro al lugar de la felicidad. Semiótica del orgullo, entendida en nuestra historia como el proceso de ese vuelo polisémico y plural para buscar un mejor lugar. No sería arrogancia o vanidad expresada en el sentido negativo del orgullo sino la manifestación discursiva y activa en el relato cuya configuración va atendiendo a la necesaria definición y comunicación de nuestra cultura. Finalmente, este proceso, hoy día, exige la consideración de una semiótica terapéutica, cuestión que propondremos en el último capítulo del libro.
En el ser, la persona, el pueblo, la sociedad, existe la busca de un mejor lugar, búsqueda tensada por las filosofías de las angustias o por la posibilidad de conquista de una dimensión de lo humano donde se supere el incesante interés del “dividir para reinar”. El venezolano, se ha vuelto un hacedor de proyectos, pedazos de miradas que podrían justarse en una mirada diversa capaz de reunir los sueños anticipatorios convertidos en futuro posible. Pero, también existen aquellos que nos desmadran cada vez para hacernos irreconciliables y, peor aún, irreconocibles. En todos los textos de la cultura, en cualquier parte del mundo, existen los buscadores que, con distintos instrumentos, quieren encontrar el locus del deseo. De esta manera, la semiótica del orgullo se vuelve poética de la utopía, entendida como política de esa búsqueda en sus diversas expresiones y formas múltiples, simples y complejas.
Bolívar, el mayor soñador de esta poética, en “El Manifiesto de Cartagena” (1812), expresa que nuestra división interna y no las armas enemigas ha sido quien nos ha infringido la derrota, descubre la semiótica opuesta a la semiótica del orgullo. Una larga historia de divisiones ha predominado en el campo de las ideas y de los actos humanos hasta el punto de que hoy presenciamos ensayos “novedosos” para afinar esa vieja táctica de los conquistadores de “dividir para reinar”, usando instrumentos satelizados capaces de convertir el simulacro, es decir, el experimento mismo, en una realidad controlada. La nueva dependencia mental tiene matices extraordinarios. Ya no es Santos Luzardo lavándole la cara a Mariselita, sino el gran amo lavándole el cerebro a los Santos Luzardo de arriba y de abajo. Debemos comprender los nuevos signos del conquistador o de la conquista y, los nuevos signos del Santos Luzardo, heredero no improvisado de la cultura domada.