Tenía 7 años cuando sucedió la tragedia de «La Llovizna” en el estado Bolívar, se realizaba un encuentro nacional de maestros, centenares de ellos pasaban por un puente, este se vino abajo, las aguas arrastraron a un numeroso grupo de educadores de todo el país.
En Valera, el impacto de la noticia conmocionó a la ciudad. El Club de Educadores quedaba cerca de donde yo vivo (Av. 13 con calle 12). Me acerqué al lugar, aquello era un llanto dantesco. Una larga fila de autobuses se iba llenando de personas que iban al aeropuerto de Carvajal a recibir los féretros con los maestros fallecidos. Me acerqué a una señora, la agarré por el largo vestido, y así pude entrar al bus; no aceptaban niños que no fueran en compañía de un adulto.
Ese día comencé a patear las calles, fui al aeropuerto, por primera vez en mi vida tenía la dicha de observar el aterrizaje de un avión…
Y llegó la televisión
Mi madre Josefa rezaba cada vez que salía de casa en aquella Valera donde pasaba un carro cada media hora. Hoy reconozco que hay un ángel que siempre me ha acompañado. Pateaba las calles para ir a ver televisión blanco y negro en el centro comercial “Curazao”, donde permanecían los televisores prendidos todo el santo día para que los valeranos se llevaran uno, pagando cómodas cuotas.
Arepitas “mata perros”
Pateaba las calles para visitar a “Pedro el italiano”(calle 10 con Av. 11) y degustar las mejores arepitas “mata perros” que hayan conocido los valeranos. Luego, venía la gran tángana para comprar el tiquet y entrar al Cinelandia, y gozar a lo grande con las películas de “Santo, el enmascarado de plata”.
En las noches pateaba las calles con mis hermanas y vecinos, quienes marchaban en romería al centro de la ciudad a mirar las vidrieras de las centenares de tiendas y disfrutar “el último grito de la moda” en ropa, que había llegado a nuestra comarca.
Aquello era todo un espectáculo, especialmente los meses de noviembre y diciembre; unos subían y otros bajaban, por la Av. 10, en la ciudad que llegó a tener el mayor movimiento comercial en el occidente del país, hace 60 años.
Pateaba las calles para disfrutar las barquillas de la heladería Roma, en la Av. 10. Eran una exquisitez que se juntaba con la belleza de la muchacha, hija de los dueños de la heladería, parecía una Miss Venezuela, de allí que el lugar se la pasaba full de adolescentes.
A patinaaar
Patear las calles en diciembre era la gran felicidad. La música navideña se escuchaba en cada esquina, la llamativa gaita zuliana prendía la parranda, acompañar a mi mamá Josefa a comprar el estreno de fin de año era una delicia.
Pateaba las calles para asistir a las misas de aguinaldo en la iglesia San Pedro, a las 4 de la mañana, es un recuerdo inolvidable. Luego, las patinatas en la plaza Sucre, de ahí, arrancar para Las Acacias, donde se disfrutaba hasta más no poder con la acrobacia de los patinadores y la compañía de la novia adolescente.
Carmania, era candela
Patié las calles valeranas a partir del año 1970, participando en gloriosas marchas estudiantiles que hicieron historia. Respiré “gas del bueno”. Recibí soberanos peinillazos sobre mis espaldas, conocí el albergue de Carmania a los 15 años, en tiempos en que el lugar era “candela pura”, pero, el que tenía fama de “guerrillero” era más que respetado.
El Gobernador se puso bravo
Cómo olvidar aquel 8 de mayo de 1973, cuando una bala asesina de un militante de Acción Democrática, acabó con la vida del estudiante Alvaro Viloria, quien iba a mi lado, gritando: “El pueblo arrecho, reclama sus derechos”.
En el momento de su entierro, miles de trujillanos patearon las calles para llevar a su última morada al humilde estudiante del barrio El Milagro. Jamás la ciudad había vivido un sacudón social de tanta violencia callejera, como se vivió ese día.
Unas semanas después, tuvimos que patear sabroso las calles y correr a escondernos en casas de amigos y familiares, ante las amenazas del gobernador copeyano, Alejandro Sánchez Cortés, quien juró por los medios de comunicación, que se le aplicaría la Ley de Vagos y Maleantes a los cabecillas de los violentos sucesos que sacudieron a Valera, aquel 9 de mayo de 1973.
Comida pa´ cochinos
Patié las calles para llegar hasta donde “Chente”, al final de la calle 14 y alquilar bicicletas a bolívar la hora.
Para dar “colitas” en el más grande carro de rolineras que recorría el Lasso de la Vega y La Ciénaga, ayudaba con otros amiguitos, al personaje que apodaban “Miracielos”, a recoger de casa en casa comida para cochinos, que íbamos depositando en el carretón de madera que volaba por esas calles.
Patié a Valera para ir al “quemador” (detrás del cementerio municipal), a elevar gigastescos papagayos que hacían fiesta en el azul cielo valerano.
Se incendia Valera
Patié, hace 55 años, las calles de mi amada ciudad, al momento en que Radio Valera daba una noticia que paralizaba la comarca: “Extra: Urgente, última hora, un voraz incendio acaba con varias casas comerciales en el centro de la ciudad, los bomberos no pueden dominar las llamas. Seguiremos informando”.
La muchachada de los barrios, en minutos estaban en el lugar del incendio, no para ayudar a los apagafuegos dirigidos por el capitán Ramón Mendoza, sino para entrar en acción y llevarse a sus casas, lo que se había salvado de las llamas.
Allí empezaba un interminable enfrentamiento con la policía, quienes dándoselas de “avión”, también querían llevarse lo suyo.
La mejor espaguetada
Un día sí y otro también, salía a patear las calles para comer la mejor espaguetada que preparaba la señora Carmen, frente al cine Delicias (calle 14 con Av. 16). Gozarme el guarapo de panela con una cuca del gran bodeguero Toño Lobo, en la Av. 10. Comprar el mejor pan V-14, de la panadería La Valerana.
Guerra a piedras
Me patié a Valera, para subir la adrenalina, en el instante en que escenificaban las batallas a punta de piedra entre muchachos de la calle 16 y la calle 10, en el parque ubicado en la calle 12, donde hoy encontramos la U.E. “Padre Blanco”.
El escenario era algo parecido a un lugar de guerra. Piedras iban y piedras venían. Algunos utilizaban caucheras que le ponían el ojo de taparita a sus víctimas, quienes tenían que acudir a emergencia del Hospital Central de Valera, a recibir los primeros auxilios.
Y patié las calles, hace 60 años, para llegar hasta la Av. 11 con calle 15, donde un pequeño grupo de evangélicos gritaban, hacían oración, bailaban, se desmayaban, ante la mirada de asombro de los vecinos, quienes los calificaban de “locadios” o personas que tenían un tornillo flojo en sus cabezas.
Hoy, esos “locadios” se multiplicaron por toda la ciudad. 60 años después, sigo pateando las calles de la comarca, es un sabroso ejercicio que sube la dopamina (hormona de la felicidad), nos permite conversar con amigos y conocer qué noticias hay en la ciudad de los “7 cerros», como la llamaba Rafael Pinto, director del semanario El Tubazo.