Pararse a reflexionar |  Por: Antonio Pérez Esclarín

 

El 2023 va deslizándose rápidamente, posiblemente hemos olvidado ya algunos  de nuestros planes y  propósitos, pero estamos a tiempo  para reencontrarnos con nosotros mismos, y analizar nuestro caminar, para ver si vamos  en la dirección correcta, o es un caminar sin sentido ni horizonte.

Hay un bello cuento africano que nos advierte del peligro de que las prisas y aspiraciones, el frenesí con el que asumimos nuestras tareas, nos vayan alejando de nosotros mismos  y perdamos el rumbo:

“Hace mucho tiempo, un expedicionario se aventuró en los territorios más inhóspitos de África. Solo le acompañaban sus porteadores. Todos llevaban un machete para abrirse paso entre la espesa vegetación. Tenían un único objetivo: avanzar rápidamente a cualquier precio.

Si encontraban un río, lo cruzaban en el menor tiempo posible. Si se interponía una colina, apretaban el paso para no perder ni un minuto. Sin embargo, de repente los porteadores se detuvieron en seco.

El expedicionario se sorprendió puesto que solo llevaban unas cuantas horas de marcha, y les preguntó:

– ¿Por qué se han parado? ¿Acaso ya están cansados? Apenas llevamos unas horas de camino.

Uno de los porteadores lo miró y le respondió:

– No estamos cansados. Simplemente hemos avanzado demasiado rápido y por eso hemos dejado nuestra alma atrás. Ahora tenemos que esperarla hasta que nos alcance de nuevo”.

Este precioso cuento nos habla de la necesidad de hacer un alto en el camino para conectar con nosotros mismos y no permitir que la prisa y el agite  con  que vivimos hagan que nos desconectemos de nuestro “yo”, que perdamos la perspectiva y nos olvidemos de nuestra interioridad. La sociedad moderna ha apostado por “lo exterior”, y ha olvidado la interioridad.  Todo nos invita a vivir desde fuera. Todo nos presiona para movernos con prisa, sin apenas detenernos. Para ser humana, a nuestra vida le falta una dimensión esencial: la interioridad. Es necesario aprender a conocer el mundo; pero también dentro de cada uno hay un mundo interior que descubrir.

El enorme desarrollo tecnocientífico no se está traduciendo en desarrollo humano. Los seres humanos hemos  sido capaces de explorar el espacio,  descender a las profundidades de la tierra y de los océanos, pero  somos cada vez más incapaces de entrar en nuestro interior. Llenos de ruidos y prisas, nos resulta  imposible estar a solas con nosotros mismos y escuchar las voces  de nuestro corazón. Necesitamos  volver a nosotros mismos, desarrollar la conciencia, trabajar por el desarrollo de la interioridad, pues es en ella  donde el hombre puede conocerse, amarse y plantearse  el sentido de su vida. Necesitamos potenciar una mirada profunda que no se queda en la apariencia de las cosas sino que se sumerge en lo hondo y permite el análisis de lo que está sucediendo y de lo que nos está sucediendo.

La interioridad es el lugar de las preguntas y los encuentros, de  las dudas y  las certezas.  Lo propio del ser humano es hacerse preguntas esenciales y enfrentarlas con sinceridad y responsabilidad. Sócrates decía que no merecía la pena una vida sin preguntas, pero  hoy la mayoría de las personas le tiene pavor a enfrentar el misterio de la existencia y asumir la vida como pregunta: ¿quién soy?,  ¿para qué vivo?, ¿cómo me  imagino realizado y feliz?, ¿en qué debo cambiar y mejorar?

La interioridad supone recuperar el propio misterio humano, el asombro de la  existencia. No es aislamiento, sino el viaje hacia uno mismo para salir de sí mismo al encuentro fecundo con los demás.

 

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