En la noche del 15 de noviembre se apagó la vida del padre Javier Eliécer. En los últimos meses varias recaídas de salud lo llevaron a la tumba. La enfermedad lo acompañó desde hace varios años pudiendo superar una difícil y riesgosa operación de un tumor en la base del cerebelo. Al parecer lo tenía desde temprana edad causándole algunos malestares que no le permitían llevar vida normal. Con sencillez y sin quejarse sobrellevó su parcial incapacidad pero ejerciendo con cariño y devoción su ministerio sacerdotal. Procede de una familia levítica, pues dos de sus hermanos son sacerdotes, Marco en Italia y Trino obispo auxiliar en Caracas.
La muerte que a todos nos acecha se hace más dolorosa cuando se está en edad productiva. Javier Eliécer nació en Mérida el 17 de junio de 1975. Tenía, pues, 42 años de edad y nueve de sacerdocio. La parroquia San José Obrero ha sido una de las más fecundas en vocaciones sacerdotales en el último medio siglo. Allí recibió los sacramentos de la iniciación cristiana y en la escuela y liceo aledaños a la parroquia cursó sus estudios primarios y secundarios. Ingresó en el Seminario San Buenaventura en 1999 hasta 2008 en el que concluyó sus estudios eclesiásticos.
Trabajó como vicario parroquial en San Miguel del Llano de Mérida, y se encargó como capellán del ancianato de Ejido, del Hospicio San Juan de Dios y de las Hermanas Dominicas de San José de la Sierra. Ayudaba a los hermanos sacerdotes que le pedían algún servicio pastoral y añoraba estar al frente de una parroquia pero su salud no se lo permitió. Hombre de oración y de espiritualidad que compartía con los grupos de apostolado que le solicitaban su presencia.
Sus restos fueron velados en su querida iglesia de San José Obrero, y la misa exequial fue presidida por su hermano obispo, acompañado del presbiterio merideño. El sábado 18, día de la Virgen de Chiquinquirá, recibió cristiana sepultura en el Panteón Sacerdotal de El Espejo donde espera la resurrección final. Sus hermanos sacerdotes que trabajan o estudian en Italia, España y Puerto Rico enviaron sus condolencias, uniéndose así al luto de nuestra iglesia emeritense.
Gracias por su ejemplo silencioso, por su ministerio llevado adelante con la carga del sufrimiento asumido con gallardía. Cuando sentía alguna nostalgia venía a conversar con quien escribe estas líneas y salíamos ambos reconfortados. Paz a sus restos y que la Virgen Inmaculada a la que siempre quiso con devoción lo lleve ante el altar del Señor a quien sirvió con vocación plena.
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