Por: Francisco González Cruz
La señora Eda dormía plácidamente la noche del domingo 20 de mayo aun cuando a lo lejos, por los lados de la avenida, se escuchaban las protestas. Los domingos es de ajetreo tempranero en La Quebrada Grande, pues bajan las personas de los campos a misa y a realizar sus diligencias, y es menester atender a los que llegan a la casa, siempre abierta para servir al que necesite. Y hoy había sido un día particular por las elecciones, aunque sin el movimiento de otras oportunidades. Por ello ya cansada se había acostado temprano. Apenas comenzando el sueño la despierta el escándalo que llega cerca, escucha ya aterrorizada como parten los vidrios de las ventanas, y siente que una enorme piedra rompe el cristal y cae al lado de la cama. ¿Qué pasa? Grita angustiada, se asoma y ve como los uniformados van agrediendo al que encuentran en la travesía, los golpean, destruyen sus motos, rompen lo que encuentran y con una furia nunca vista en ese pueblo se meten con las familias que tranquilas estaban en sus casas.
La gente, como en todas las fechas electorales, se había reunido cerca del liceo, donde estaba el principal centro de votaciones. Unos gritaban a favor y otros en contra mientras se anunciaban los resultados parciales. Pero se exaltaron los ánimos más de la cuenta cuando sintieron que no reflejaban la voluntad popular, y que los abusos oficiales merecían una protesta, que se inició pacífica pero que pronto se desbordó, prendieron unos cauchos y se obstaculizó el tránsito. Vino la policía que fue desbordada y entonces llegaron unos refuerzos de Valera que actuaron de inmediato con una violencia desmedida.
Disparos, perdigones, bombas lacrimógenas, golpes, atropellos y otras agresiones provocaban la desbandada de la gente, algunos reaccionaban con piedras y botellas, otros se enfrentaban directamente y se extiendió en el pueblo y en la noche una experiencia de violencia jamás vivida en ese pueblo. Y es así como tranquilas familias que nada tenían que ver con el asunto se veían agredidas por unas autoridades que deben cuidar el orden, y si hay que restaurarlo lo deben hacer guardando el respeto a los derechos humanos contemplados en la Constitución.
La madrugada y la retirada de los uniformados no lograron regresar al sosiego de un sueño interrumpido por la amarga y real pesadilla. Ni siquiera en los campos hubo paz, pues hasta allá llegaron los ruidos aterradores de los disparos. Larga y amarga la noche del domingo 20 de diciembre para las familias quebradeñas.
Seguramente Eda recuerda ahora cómo en su casa, hoy ofendida, recibió ella y con la amabilidad de su esposo, el simpático y siempre recordado el gordo Humberto, a José Vicente Rangel, a Jorge Valero y sus compañeros cuando pensar distinto no era excusa para dejar de atender como gente decente a unos visitantes que ni conocían.