Cuando creíamos que lo habíamos visto todo, este fin de semana fuimos informados que una familia que reside en el caserío Escora de la parroquia Mons. Jáuregui (Niquitao de Boconó), se vio en la necesidad de acondicionar una nevera dañada para darle cristiana sepultura a una humilde mujer que había sido asesinada por un familiar que presuntamente padece de trastornos mentales. El Cicpc hizo el levantamiento del cadáver y lo trasladó hasta la morgue de Valera, desde donde deben traerla nuevamente, para sepultarla en su lugar de origen.
Hasta este punto hemos llegado, lo que resalta la evidente situación económica de nuestro país, donde muchas familias venezolanas carecen de los recursos para llevar dignamente hasta su última morada al familiar fallecido y acudiendo al ingenio venezolano, hacen uso de viejo escaparates, urnas de cartón y otros implementos que puedan ser útiles, como esta vez una nevera. Lo sucedido, nos hace retornar a la década del 50, cuando hasta en esteras o envueltos en sábanas, daban cristiana sepultura a un fallecido.
La despedida se hace en medio de un doble dolor; primero por la inesperada desaparición física de un integrante de la familia y segundo porque el entierro que antes reflejaba el más amplio sentido de humanidad, para sin apariencias de ninguna índole, invertir lo máximo para el cortejo fúnebre aunque esto significara buscar un préstamo o resolver los gastos funerarios con una ·”Vaca familiar” actualmente, ni esto se puede hacer. No es posible, porque los venezolanos carecemos de modestas reservas y estas cada día se alejan más para pensar que aún podemos ahorrar, porque el efectivo ingresa por la parte delgada del embudo y sale por la amplia boca de la especulación y la hiperinflación.