Moscú, 24 abr (EFE).- El líder opositor ruso, Alexéi Navalni, volvió a comer después de más de tres semanas de ayuno, pero más de un centenar de personas mantienen la huelga de hambre y exigen su traslado a un hospital, ya que siguen temiendo por su vida en la cárcel.
«Yo no lo dejo. Seguiré mientras me acompañen las fuerzas», comentó hoy a Efe el biólogo Nikolái Formózov, de 65 años.
El pasado 10 de abril Formózov se declaró el huelga de hambre en solidaridad con Navalni con el objetivo de que éste recibiera la visita de su médico de confianza, ya que el opositor no se fía de los especialistas de los servicios penitenciarios.
CADENA DE SOLIDARIDAD
La iniciativa de Formózov fue secundada por más de un centenar de personas, que crearon un grupo en Facebook al que cada día se sumaban más entusiastas.
«A Navalni lo están matando lentamente. Sus condiciones son infernales. Había que hacer algo. Este es un método que ha demostrado su eficacia como instrumento de presión sobre el poder a lo largo de los años», explica.
El científico tiene la costumbre de enviar postales a los presos políticos, intercambio epistolar que también entabló con el enemigo número uno del Kremlin.
«Me gusta ayudar emocionalmente a la gente que se siente perdida por la represión estatal. Le envié diez postales, pero no le dejaron recibir ninguna. La huelga es como mi postal número once», explica.
Cree que su decisión de declararse en huelga de hambre abrió un camino para que mucha gente pudiera «combatir la frustración» de no poder hacer nada ante una «injusticia tan flagrante».
LA LUCHA NO CESA
Navalni anunció el viernes que suspendía la huelga de hambre, que inició el 31 de marzo, por recomendación de los médicos y de sus correligionarios, y también para evitar el sufrimiento de aquellos que se solidarizaron con su figura.
«No quiero que nadie experimente sufrimiento físico por mi culpa», escribió el viernes en Instagram.
No obstante, Formozov y más de cien personas siguen a día de hoy sin comer.
«Algunas decenas lo han dejado, pero más de cien seguimos adelante», explica.
Insiste en que su objetivo «es que lleven a Navalni a un hospital normal donde reciba tratamiento calificado, no a un hospital para moribundos».
«Me parece bien que lo haya dejado, ya que está muy enfermo, pero nuestra acción era en solidaridad con Navalni, no con su huelga. Por lo que yo sé, aún no ha recibido tratamiento cualificado. Demandamos que sea trasladado a un hospital en Moscú», señaló.
PEOR QUE DURANTE LA URSS
Formózov recuerda que en tiempos soviéticos los presos políticos también recurrían a las huelgas de hambre para ser escuchados.
«Sea en el GULAG o en prisión, es mucho más difícil que estar sin comer en tu propia casa», admite.
Recuerda que «nunca hubo tantos asesinatos secretos como ahora» con Vladímir Putin en el Kremlin y considera que «la magnitud del terror es mucho mayor que en tiempos de (Lavrenti) Beria», jefe de la policía secreta de 1938 hasta la muerte de Stalin en 1953.
Aunque admite que no se siente bien y amigos y desconocidos le han pedido insistentemente que lo deje, insiste en que la huelga es «indefinida».
«Me siento como después de beber la mitad de una botella de vino. Siento una neblina en la cabeza, pero ligereza y frescura en el alma», apunta entre risas.
Entre los que le intentan convencer para que lo deje está la veterana defensora de los derechos humanos Yelena Sánnikova, que fue detenida en 1984 por «agitación antisoviética».
«El objetivo era llamar la atención. Hoy pienso empezar a beber», señala tras más de una semana sin probar bocado.
Recuerda que al oligarca Mijaíl Jodorkovski, que estuvo diez años en prisión, lo trasladaron al hospital después de ocho días de huelga de hambre.
«Lo que no sé es si ésta vez tendremos éxito, ya que vivimos tiempos más duros, más inhumanos. Las autoridades no quieren dialogar con la sociedad. Temen perder el poder. Cualquier régimen represor se vuelve cada vez más agresivo», argumenta.
Ella misma se declaró en huelga de hambre cuando fue enviada a prisión en enero de 1985, poco antes de la llegada al poder de Mijaíl Gorbachov.
«Esa vez fue más dura que ésta. En mis propias carnes comprendí que un preso sólo deja de comer cuando no hay otra salida», subraya.
Admite que, como muchos otros liberales, no votó en 2012 a Navalni en las elecciones al Ayuntamiento de
Moscú porque abogaba por un endurecimiento de la política contra los inmigrantes.
«Pero su decisión de volver a Rusia tras ser envenenado es muy valiente. Muchos disidentes que se fueron, nunca volvieron. Es un ejemplo de coraje», asegura ahora.
Ignacio Ortega