Mojito trujillano: La historia de la receta mágica de la abuela | Por Ariana Briceño Rojas

 

POR ARIANA BRICEÑO ROJAS

La cocina suele ser ese lugar del artista cotidiano en el que una persona común aprende día a día el significado de la magia. Mezclar ingredientes que separados no son nada, pero que unidos forman un todo, es simplemente mágico. No solo se trata de comer, se trata de degustar, de sentir, de oler, de conmoverse al levantar la cuchara y probar cómo va quedando. Muchos platos son capaces de traspasar generaciones e incluso hacerte sentir en casa cuando realmente estás a miles de kilómetros de allí. El Mojito trujillano es uno de esos platos. De esos que te enseña la abuela, que prepara con magia, con respeto por los ingredientes y por las tradiciones.

«Tienes que estar tranquilita, relajada, sin enojos y sin hablar cuando prepares este mojito (trujillano)», me decía mi abuela Rosa. «Si no haces caso se te corta, se te vuelve agua y no queda como debe quedar», continuaba.

Allí estaba yo, muy juiciosa, esperando que la mujer con la mejor sazón del mundo que conocía me enseñara como se hacía. «A tu mamá nunca le sale, pero es por eso, porque habla mucho». No tuve nada que decir a ese comentario. Tenía la sensación de que conmigo sería igual. ¿Quedarme callada? Jamás. Aunque esta vez lo iba intentar.

 

La magia en un mojito

Nunca he creído en la brujería, amarres, mal de ojo o rezos para curar enfermedades. La ciencia, lo práctico, lo demostrable y medible siempre han sido lo mío. Sin embargo, me inclino a pensar que las energías con las que haces las cosas siempre te darán mejores o peores resultados. Hacer un plato estando alegre, cantando y bailando por la cocina siempre quedará mejor que el que se hace con frustración. Con esta receta del Mojito trujillano sucede lo mismo. Si sientes que es un mal día, no la prepares. No insistas. No te va a quedar bien.

El Mojito trujillano siempre ha sido para mí una receta mágica por el ritual para prepararla, pero también por el resultado. Mi abuela siempre decía que cuando tienes poca comida pero mucha gente en la casa para desayunar no puedes dejar de preparar uno de estos mojitos. «Con solo tres huevos comíamos todos en esta casa», y cuando mi abuela se refería a todos, estaba hablando de nueve bocas alrededor de una mesa.

Para la época de mi abuela, ya no para la mía, saber preparar un clásico Mojito trujillano sin que se te cortara la preparación, junto a una pila de arepas que se inflen hasta volverse unos globos durante la cocción era sinónimo de estar lista. «¿Lista para qué?», recuerdo alguna vez le pregunté. «Lista para casarse», me respondió. «Entonces no me casaré nunca abuela porque no creo que pueda quedarme callada y no creo que me salga ese mojito». Pero me salió, y también me casé.

 

La evolución de la mujer en una receta

Tardé algunos años más, después de preparar esa receta, en entender que el Mojito trujillano era un plato, como muchos otros, que mostraban no solo el sabor de la tierra sino también la manera de ver la vida de quien cocina. Mujeres calladas, discretas, serenas era lo que exigía una época como la de mi abuela. Mujeres andinas que, desde la cocina, se dedicaron a criar familia, siendo muchas veces las promotoras de los logros mientras otros eran los receptores de los elogios.

Con sus manos, mi abuela edificó una familia cocinando, cociendo, moliendo maíz, vendiendo empanadas. Pero siempre desde la convicción que todo lo que hacía era para lograr que sus siete hijos fueran mucho mejores que ella, siempre desde la serenidad necesaria para poder realizar un mojito trujillano perfecto.

Ahora, desde la mirada de otra época, con otras visiones de mundo y otro conocimiento del rol de la mujer en la construcción de su futuro, el mojito trujillano es una receta que preparo cada vez que quiero sentir a mi abuela y encontrar la serenidad y la calma que ella tenía. Esto me obliga a pasar cerca de 10 minutos sin hablar, solo respirando, meditando y muchas veces curando.

 

La receta de la abuela

Ingredientes

50 gramos de mantequilla

2 dientes de ajo

Dos ajíes dulces

Una cebolla redonda

Un tallo de cebolla larga (cebollín)

Cilantro picado

2 tomates

3 huevos

Taza y media de leche

Sal

Pimienta

Tranquilidad

Silencio

 

Preparación

Triturar el ajo. Picar la cebolla redonda, la cebolla larga y el ají dulce. Se coloca en el sartén la mantequilla y se empieza a sofreír los ingredientes picados a fuego lento. Hay que esperar a que la cebolla se vuelva traslúcida con el fuego lento. Evitar la tentación de acelerar el proceso porque debemos evitar que se queme. Luego incorporar tomate picado en pequeños cuadros y mantener el fuego lento hasta que el tomate se cocine. Reservar para que se enfríe.

Licuar la leche con los huevos. Agregarla al sofrito (ya frío) y a fuego lento empezar a mezclar con una cuchara de palo. Este es el momento en el que según la abuela no debes hablar, solo concentrarte en mantener un movimiento circular y con un ritmo constante para que no se corte. Cocinar a fuego muy lento. La mezcla debe quedar sin grumos y se debe espesar. Este es el momento de colocar el cilantro picado, remover por dos minutos más y apagar.

Ahora solo queda disfrutar de un plato con sabor a familia andina,  el Mojito trujillano.

 



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