Por Lourdes Dubuc de Isea
Los recuerdos se agolpan cuando intento memorizar algunos de los espacios compartidos con Luis. El primero de ellos cuando desde Tiempo y Letra, en mi caso y desde el Diario El Tiempo, en el suyo, gestionábamos reconocimiento e integración de la Asociación Venezolana de Periodistas en Caracas. Iniciábamos así un grupo fraterno y compartido de ideales y de sueños. Tiempo después la Asociación Nacional de Cronistas de Venezuela (ANCOV) y un poco más tarde la Asociación de Cronistas Oficiales del Estado Trujillo (ACOMET), fueron oportunidades para activar los diálogos e igualmente, como antes, sueños e ideales. Luis fue creciendo sin pausa al compartir no solo el acontecer de la ciudad sino rasgos destacados y subyacentes de la historia local: en cada uno de los recodos, en cada uno de los espacios, en cada uno de los momentos luminosos o deprimentes de Valera, la ciudad que inspiró igualmente a sus primeros cronistas oficiales, antecesores de Luis: Alberto La Riva Vale, Rafael Ángel Espinosa y Pbro. Juan de Dios Andrade.
Esa ciudad encumbrada, centro de un territorio surcado por vegas y haciendas, donde la panela y los frutos menores llenaban de aromas los caminos, fue transformada y constituida en la metrópoli de la entidad, donde el comercio y la industria surcaban de bullicio calles y avenidas. Modernos edificios alternaban con el empuje de la cultura, de la recreación, del periodismo: autopistas, clínicas, hospitales, parques, restaurantes, cafés y quintas modernas exornadas con jardines luminosos. Un aeropuerto dinámico garantizaba el ir y venir de empresarios y gerentes. Un Ateneo ejemplar, una población viva, palpitante, instruida, culta sobresalía y llenaba de asombro al país. Liderazgos sobresalientes constituían ejemplos aleccionadores.
Alrededor de la ciudad, los pueblos vecinos crecían y participaban de la euforia triunfal de la urbe. Se multiplicó el tránsito de vehículos, y Luis asistió como observador inteligente y perspicaz al poblamiento creciente de las colinas de la ciudad que se llenaron de ranchos, donde la población flotante convergía allí en busca de trabajo -el llamado por él Barrio Moscú-, depositario y sobreviviente de pobreza, prostitución, droga y delincuencia que azotaban la ciudad y la convertían, paulatinamente, en hervidero de angustias y tragedias. La ciudad empinada que generó colegios, universidades, emprendedores y artistas, con el devenir de los tiempos, ha sufrido la vergüenza de sus calles repletas de basura, una delincuencia creciente, un transporte anárquico y un mercado que mengua día a día.
Luis ha sido el espectador insurgente en cada década de la historia de la ciudad. Por sus infatigables esfuerzos, por su mirada desprejuiciada y veraz, por sus llamados a la coherencia, al reconocimiento mutuo, por su infatigable postura en favor de los desposeídos, por su entereza física demostrada en el vigor de su presencia actual, ha sido reconocido, homenajeado y enaltecido por sus coterráneos y por instituciones del país.
La Universidad Valle del Momboy le exalta una vez más en el surco de su senectud, vibrante y altiva. Honor a un hombre de bien, gestor de esperanzas para su familia y su pueblo. Loor a su dignidad y a su resistencia física y moral. A distancia, estrecho su mano, le abrazo fraternalmente y confío en que su legado intelectual y espiritual sea por siempre un estandarte luminoso para la bella, digna, brillante e invencible Valera, que, a no dudar, despejará el camino de su futuro y ofrecerá a su juventud, a través de sus liderazgos múltiples y heroicos, oportunidades novedosas para sustituir la dolorosa fuga de talentos por espacios concretos, jubilosos, valientes y esforzados como los que surcaron Luis y muchos de quienes el día de hoy no se rinden y enarbolan la bandera de la esperanza y el reconocimiento de todos y cada uno de quienes habitamos este grande, noble, poderoso e invicto país.
Boconó, noviembre 2018