“La Historia, aunque sea obra colectiva parece a veces encarnar en el pensamiento de escasos hombres de privilegio.”
Mario Briceño Iragorry en Casa León y su tiempo.
Continúa infatigable, Don Mario, su lectura aplicada en los salones del Archivo General de la Nación…
III
En ésta ingente indagación, el aún joven Director, se topa con una serie de personajes que, siendo descendientes de los blancos europeos llegados a América en plan de conquista, desde el siglo XVI, crecieron como señores propietarios, a costa de la sangre aborigen y luego de la africana; y edificando ciudades, pueblos, sembradíos, adelantados ingenios e instituciones civiles y aún cuerpos de milicias, se transformaron en la clase social dominante del estamento que rigiera desde España para sus colonias. Tales personajes pertenecían a prominentes familias que fueron asentándose en las diferentes comarcas. Su interacción con la explotación de la tierra y clases trabajadoras los condujo a una plácida bonanza productiva que no por beneficiosa carecía de obstáculos y exigencias fiscales por parte de la administración del Imperio Español. ¡Ah! Gran malestar cundía entre los criollos y canarios. Los ceños se fruncían al susurrar las noticias de los nuevos impuestos, evidenciando creciente incomodidad en cada tertulia, en los intercambios de la plaza del mercado, en los sombreados patios de las casonas donde con regularidad se jugaba a los naipes y en los palacetes de los encumbrados marqueses y nobles mantuanos donde las matronas obsequiaban el bienmesabe y el chocolate caliente.
En el manejo y procura de los intereses de la clase escollada se heredó una cultura del avasallamiento, del aprovechamiento del más necesitado, mérito en la adulación y lisonja rapaz, la picardía, el disimulo, la aparente amistad… todo para lograr el provecho particular, el reconocimiento de la hidalguía, el disfrute de los privilegios que colgaban de las casacas peninsulares y el poder político del momento.
Llama poderosamente la atención al insigne escritor, la aparición recurrente de una familia cuyo enriquecimiento es vertiginoso, sospechosamente inmaculado. Los registros y documentos dan cuenta de sus exitosas adquisiciones sobre los mejores predios en fértiles campos de los valles centrales. Se les ve en cuanto negocio e intervención de asuntos públicos importantes se demande. La familia de los Fernández León, con sus tres hermanos: Lorenzo, Esteban y Antonio servirán para mostrar el “símbolo paradojal de la oligarquía criolla” (Briceño-Iragorry, M. 1946), destinada a perpetuarse hasta nuestros actuales tiempos.
Una buena cantidad de datos han sido recopilados, minuciosamente asimilados. Aguda lectura ha puesto, Don Mario, en el obstinado desentrañar de los aspectos privados que se suscitan en los intríngulis de las actividades y funciones de los tres hermanos Fernández de León, en lamedora yunta a las relaciones con autoridades peninsulares, con sus amistades, familias de similar estirpe, las autoridades de turno y humillante trato con el pueblo llano, trabajadores de sus productivos feudos y esclavos. Comienza a estructurar la información y a dar forma literaria a su constante preocupación por esa conducta del anti-héroe en los entretelones de la historia y la política dura que han caracterizado las revueltas y cambios de fuerzas socioeconómicas en nuestro azotado territorio.
Aunque todavía tiene en su mente varios títulos para la obra, él escoge darle el perfil de ensayo biográfico, dónde el personaje que más resalta es Antonio Fernández de León, intrépidamente trepado a Marqués de Casa León. Con las frases y modos de la época, gran parte del lenguaje que utiliza nos remonta a la usanza que obligaba el estilo del Castellano del momento, no sin presentarse en la intención de éste valioso “documento” histórico una constante reflexión sobre las consecuencias de los actos de sus personajes. Su profusa investigación histórica se hace con una profunda crítica a las relaciones sociopolíticas imperantes, al péndulo que manifiestan los protagonistas al ser arrastrados hacia el radicalismo de las ideas de la época.
Trascurre la redacción; quizás, Mario Briceño-Iragorry, impertérrito escribe sobre la parte superior del papel bond: “Casa León y su Tiempo” … meditabundo se dice: – Éste será el título.
Abundan en su obra el detalle pertinente, sin determinarse ociosidad alguna. Va construyendo la sutil habilidad de la familia Fernández para destacarse en la sociedad criolla. Desde la llegada de España del mayor de los hermanos, “Un Provisor de Hierro”, el Presbítero Lorenzo Fernández de León, de carácter intransigente y apegado al Poder y la disciplina férrea del Solemne Clero Inquisidor de la Iglesia Católica hispana, fiel heredera de Fray Tomás de Torquemada, va articulando su inherencia en los asuntos religiosos y civiles de la ciudad de Santiago de León de Caracas, de mediados del siglo XVIII. Ataviado de la potestad que le otorga su cargo, el áspero Don Lorenzo va creciendo en autoridad y con el tiempo, al hacer uso de privilegios y ventajas, verá aumentada sus arcas, cuyas fuentes servirán para adquirir valiosas posesiones. La actividad económica que despliega requiere de pronta ayuda, para lo cual insta a sus dos hermanos menores, extremeños como él, para que vengan prestos a América a echarle una mano.
Tan pronto como llegan los hermanos, Esteban y Antonio, son enaltecidos con importantes cargos relacionados con la renta real y la administración de justicia. Varios acontecimientos relatan el provecho que éstos peninsulares con clase hacen como árbitros de la economía de la Provincia, siendo Intendente, Oidor, Justicia Mayor, Asesor del Cabildo u otra investidura que les sea concedida, sea por expreso mandato de la autoridad de la Capitanía General o la Real Audiencia o directamente por Cédula proveniente de Su Majestad el Rey o recomendación de sus preferidos. Basta y selecta es la relación con quienes se mueven y dominan en los círculos del Poder.
Cada capítulo va siendo descrito con certera pluma, destacando, Briceño Iragorry, con suma estrategia didáctica, los sucesos sustanciales que marcaron la historia del nacimiento de la venezolanidad y en los que tuvieron decisiva intervención, además de los próceres y anti-héroes que tradicionalmente conocemos, la familia Fernández de León y en particular, Antonio Fernández de León, luego convertido en Marqués de Casa León.
IV
Presentaremos una mínima parte de la semblanza, características y acciones que delinean al hombre que interesa por sus dimensiones, las cuales continúan asombrando al público, casi siempre ingenuo para responder a ésta clase de engaños; el gran señor movido por fuerzas de descomunal ambición. Soberbio, insinuante, calculador, cuya inteligencia rige sólo para su proyecto particular, sin remordimientos al traicionar o volver a dispensar sus afectos a quien descubriera su vil intención:
Para exponer el grado de ambigüedad presente en el individuo Casa León, en los días de la caída de la Primera República, Don Mario escribe: “En el recato de la familia discute el Marqués las graves circunstancias de la política y juzgan todos que el mejor temperamento sea mirar de lejos el progreso de las novedades. Él es hábil en las artes del disimulo y bien sabrá mantener recatada su impetuosa personalidad de Casa León tras el modesto hábito de pacífico ciudadano que hoy le obliga a vestir la Constitución de la República. Fácil le será este doble juego… Para eso tiene él dos ojos bien abiertos. Con uno guiñará a la revolución, con el otro alertará a los realistas cuando fuere menester. Nada de pasos violentos. Nada de mostrar su desagrado ante el gran trastorno que ha sufrido la Provincia y, cuando fuere necesario, sumarse al movimiento, si ello trae provecho a su interés.” [1]
Otra mañosa acción del personaje se desarrolla frente a la figura de Francisco de Miranda, ofreciéndole su apoyo y amistad en momentos donde vislumbra sacar el mayor provecho de la altísima responsabilidad asignada al Generalísimo: defender la Patria del mortífero avance del Capitán Domingo de Monteverde; así lo relata nuestro ilustre escritor: “Insinuante, de palabra grave y zalamera, rodeado de autoridad y de prestigio en estos ricos valles, Casa León se adueña de la voluntad de este hombre nacido para la desgracia. Le franquea con demostraciones de singular aprecio en casa señorial y luego el Generalísimo la escoge para sede de las conferencias que celebra con los notables el siguiente 19 de mayo” (1812) … luego, en un párrafo de por medio, continúa: “En esta conferencia se decide entregar a Don Antonio Fernández de León, como ha vuelto a firmar este noble agazapado, ya no como Conde de Casa León, la Dirección General de las Rentas de la Confederación donde se espera que su notorio espíritu de organización preste un servicio eminente a la economía de la República.” [2] Menuda tajada sacará de su efímero encargo; también le servirá, aprovechando la voltereta del revés independentista, para rendir sus buenos oficios al mismísimo sanguinario comandante realista Monteverde.
En éste magnífico ensayo puede palparse el inicio de una manera de hacer política, a lo venezolano, o ¿podríamos decir a lo suramericano? ¿a lo hispanoamericano?, donde la jerarquía se establece por la ventaja y la posesión de dinero.
El historiador merideño Mariano Picón Salas, en el prólogo de la 2ª edición de “Casa León y su Tiempo”, marzo 1946, titulado: “Historia de un anti-héroe”, comenta, de manera ejemplar, el aire que conforma al Marqués Casa León y sus hermanos, como estirpe antecesora de los que vendrán después, sean herederos directos o fieles seguidores de sus métodos. Alude admirablemente la manera como empezaron a surgir dichos hermanos: “El prestamista que se trocó en propietario de tierras o en “honorable comerciante”, el pleiteador que ensanchó sus linderos y destacó un boato, asume, por ello, un nuevo mérito moral. Los gobernantes le consultan porque se supone que el dinero es indicio de talento y de cabeza fría y equilibrada. Contra los ideólogos y los reformadores, son ellos los que “pisan en la tierra”. A veces fingen desinterés ante los cargos públicos que tanto persiguen gentes más humildes y hambreadas. Frecuentemente dicen que “sirven por honor” o “por cumplir con la patria”.
[1] Mario Briceño – Iragorry. Casa León y su Tiempo. (Aventura de un anti-héroe). Tipografía Americana. 1947. p. 187.
[2] Óp. Cit. p. 193
Por: Luis Carlos Guerrero Pérez.