Maestra Ana Duarte: 70 años al servicio de la educación trujillana / Por: Alfredo Matheus

Sentido de Historia

Ana Duarte, 70 años al servicio de la educación trujillana

 

La educadora Ana Duarte, a los 15 años ya era maestra de escuela. Formó centros de estudio en Carache, Carvajal y Valera.

En plena faena agrícola, su mamá sintió los dolores de parto, y debajo de una mata de cambur, una famosa comadrona en Cerro Libre (Cuicas), brindó el auxilio correspondiente, naciendo esta insigne maestra trujillana.

Es una de las fundadoras de la urbanización Plata 2. Al lado del médico psiquiatra Jesús Matheus, Dr. Jesús Enrique Zuleta y quien esto escribe, hace 30 años, crearon el programa «Aprendiendo a vivir mejor», espacio de psicoterapia desde la comunidad, donde se trabaja con centenares de valeranos todo lo referente al bienestar emocional.

Cambiar el competir por el servir

Ana, es una excelente coterapeuta que ha salvado a más de un trujillano del suicidio. Para este ameno espacio de “La Otra Valera” dijo: la competencia nos destruye como seres humanos, hay que cambiar el competir por el servir. Si no aprendemos desde temprana edad a gestionar nuestro mundo emocional podemos convertir la vida en un verdadero caos de sufrimiento.

-Mi madre murió cuando yo tenía apenas 10 años de edad, fue un golpe devastador, el dolor me partió el alma, esa adversidad me marcó para siempre, pero aprendí algo maravilloso, vivir el dolor del momento (la pérdida de mi santa madre) y no dejar que nos arrope el sufrimiento (los recuerdos de esa pérdida), que es una trampa de la mente que nos atormentará el resto de la vida.

Aprender a escuchar

-A los 15 años, como maestra en aquel Trujillo rural con muchas carencias, comencé a escuchar el alma de los niños a los que impartía clase, al solo observarlos me daba cuenta en qué estado emocional se encontraban, pasaba un largo rato escuchando sus lamentos, luego, observaba, que ellos, al hablar de sus padecimientos, se iban tranquilizando de manera sorprendente.

-Soy docente jubilada, llevo en la sangre la vocación por enseñar. El maestro de aquel Trujillo de hace 70 años, era otra cosa. Tenía una mística admirable, si había que dar clase bajo una mata de mango, iba encantado de la vida. Cada alumno tenía que llevar su silla, si no lo hacían se sentaban en el suelo, un día después, llegaban con su sillita, porque no les había gustado “el dolor en el hueso de la garizapa”. En aquellos tiempos, un maestro de escuela ganaba 100 bolívares mensuales, con ese dinero se hacía un mercado para 15 días, y todavía quedaba capital.

El aprendizaje nunca termina

De aquel Trujillo rural que se fue para no volver, Ana Duarte, dice: Hay algunos profesionales que los mata la soberbia, piensan que ya lo saben todo, vanidad de vanidades; el aprendizaje nunca termina… Lo importante no es lo que uno tiene, sino lo que hacemos con lo que tenemos, de qué sirve el poder, mucho dinero, riquezas, si no está al servicio de la gente, de la ciudad, de la humanidad. No he visto el primer muerto rumbo al cementerio y atrás un camión con todo el “corotero” que le acompañaba en vida.

Mucho respeto

De esos años de añoranza, esta insigne educadora manifiesta: En mi juventud había mucho respeto, especialmente hacia las personas ya entradas en años. El orden sobresalía, nada que ver con la anarquía de estos tiempos. La gente se ganaba los bienes materiales con “el sudor de la frente” y ese reto los hacía sentir en regocijo porque ningún gobierno les había dado “limosna». Desde que “papá gobierno” comenzó a regalarle a la gente hasta lavadoras, no se imaginan el gran daño moral, ético, que les hicieron a los venezolanos.

La Ley de la Cosecha

Con esa experiencia que es “oro puro”, finalmente la educadora Ana Duarte, sentenció: Me siento una mujer feliz, uno recoge lo que siembra, esa paz y armonía espiritual se la debo a mi alma servicial, me encanta ayudar a la gente, ese ha sido mi apostolado de vida, algunos me preguntan, ¿Cuál es mi secreto de longevidad?, les respondo; el servicio, si los demás lo agradecen, pues, bienvenido, si no lo agradecen, ya el solo hecho de servir a otros, nos hace sentir en inmenso regocijo.

La riqueza del espíritu es lo que nos hace trascender como personas, no tengo riquezas materiales, pero me acompaña una gran fortuna de corazón, riqueza en paz y tranquilidad, en bienestar emocional, este patrimonio humano no lo cambio por nada del mundo; allí está el secreto de el buen vivir.

 

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