Caracas, 23 dic (EFE).- Se acaba el 2020 y muchos estudiantes venezolanos concluyen la universidad o se preparan para hacerlo en 2021. Entre la crisis propia y la heredada, se acercan tímidos a un futuro laboral en el que saben que se moverán entre la informalidad, el pluriempleo -elevado a su enésima potencia- y la migración casi obligada.
Han pasado toda su vida preparándose, deseando trabajar como diseñadores, odontólogos o periodistas, mientras veían como la situación en su país se degradaba. Ahora, cuando van a cruzar esa línea gris que separa la juventud de la vida adulta, observan una Venezuela en la que el salario mínimo, que percibe buena parte de la sociedad, roza los dos dólares.
Deben, por tanto, encontrar otro trabajo con el que subsistir, apelar al mercado informal o, simplemente, marcharse y desempeñar en otro lugar la formación que han obtenido en su país, y los recién graduados, entre ellos, Jessymar González.
«Todo joven venezolano ha llegado a plantearse irse del país. Llega un punto en que nos damos cuenta que en Venezuela no existen todas la oportunidades que cualquier otro joven podría tener», explica a Efe González, recién graduada en Comunicación Social.
UN DOCTOR, VARIOS EMPLEOS
Todos tienen la esperanza y la ilusión del que va a probar algo por primer vez. En su caso, buscar un empleo en su sector pero tienen los pies sobre la tierra y conocen bien la realidad que les rodea, por eso, Cristina Pinto, que estudia Odontología, ya sabe que «un médico gana unos 50 dólares mensuales».
«Uno tiene que rebuscarse, así sea para salir a tomarte un café», subraya.
«Rebuscarse» es la palabra que más se repite desde hace años en Venezuela y se debe traducir por multiplicarse para tener varios trabajos con los cuales obtener unos ingresos que te permitan subsistir.
Por eso, aunque se suele estimar en un 60 % el porcentaje de la población que vive con empleos informales, la realidad muestra una tasa mucho mayor. Además del trabajo reglado, se debe buscar otro con el cual elevar el ingreso fijado en dos dólares al mes (incluido un bono de alimentación).
«Pueden ser trabajos desde la casa. Ahora estoy trabajando como redactora en algo que no tiene nada que ver con lo que estoy estudiando y tampoco es que se gane demasiado», detalla la futura odontóloga.
Por su parte, González, que ya ha tenido sus primeras experiencias laborales con su título de comunicadora, agrega: «Cualquier institución te puede pagar el salario mínimo y eso, literalmente, es nada».
«Eso no te alcanza para nada, por eso la mayoría de los jóvenes buscamos estos otros trabajos informales», comenta.
Y subraya: «Como quizás el trabajo en el que estoy ahora no me da suficiente, entonces, aparte del trabajo de una agencia (de comunicación), tengo que tener otro trabajo haciendo sesiones de fotos, otro montando coreografías, porque soy bailarina, y eso pasa muchísimo en venezuela».
«Necesito varios trabajos para tener mi día a día de la manera más normal posible», destaca.
LA RUTINA DE LA INESTABILIDAD
Sin duda, Venezuela no es el único lugar del mundo donde quienes terminan la universidad tienen difícil el acceso a un empleo o a uno de calidad, pero con el alto porcentaje de informalidad y un salario que no para de caer por la devaluación, la inestabilidad absoluta es la rutina de todos los trabajadores, cualificados o no, como en el caso de Daniela Iglesias, quien está terminando Comunicación Social.
«Es una inestabilidad que manejas porque vives en ella (…) Para nosotros es una inestabilidad, pero es rutina», explica Iglesias a Efe.
Ella, como muchos de sus compañeros que han vivido los últimos lustros de decadencia económica, degradación de los servicios básicos y de la calidad en el trabajo, pero Iglesias admite que ya saben «como vivir en eso».
«Suena bastante complicado, pero para ti se vuelve algo normal», comenta.
Como sus compañeros, y todavía sin conocimiento profundo del mercado laboral al que acudirá, reconoce que «en Venezuela no existe el trabajar por ese salario» mínimo, el que te garantiza un trabajo formal, «sino buscar la forma de resolver y buscar tu propio sustento»
Eso implica «estar abierto a que sea un trabajo que va contigo de lunes a domingo, 24/7», subraya.
Y tiene otro efecto que aclara la también comunicadora González: «Dependo de la buena voluntad del contratador».
La informalidad implica falta de contrato y, por tanto, «no hay nada que avale los horarios, el trabajo, la cantidad (de horas) ni nada por el estilo».
«¿Cómo puedo denunciar que estaban abusando si no tengo un contrato que me avale?», se pregunta.
UN PRESENTE MIGRANTE
Es así, como las conversaciones vuelven al punto de partida, la posibilidad de emigrar.
En un país al que le faltan 5,4 millones de personas que han migrado, todas las estudiantes conocen a algún pariente o amigo cercano que ya se ha ido a buscar un futuro mejor fuera de Venezuela.
«Tengo muchísimos amigos fuera, muchísimos familiares fuera», comenta González, quien apostilla que también conoce a muchos otros que «están esperando recibir su título para irse».
«Me he planteado bastantes veces la migración, de hecho estuve a punto de irme durante la carrera (…) es una posibilidad que está ahí para todos los venezolanos, todos los días», comenta Iglesias, al borde de graduarse como comunicadora.
«Es un pensamiento que todo estudiante tiene», concluye Pinto, futura odontóloga.
Un pensamiento, una idea, de la que no se separan quienes hoy comienzan a pensar qué harán al terminar su carrera en Venezuela y también quienes, ya con años de experiencia, se cansan de rebuscarse el sustento o de ganar dos dólares al mes.