Después de largos y oscuros setenta años, al fin se le rindieron los merecidos homenajes al ínclito soldado americano; al héroe de Pichincha y de Ayacucho. Al fiel amigo de Bolívar, por quien aceptó dirigir un último intento de mantener la unidad, ya desquebrajada, de la Gran Colombia; lo que le costó la vida.
Después de develado el secreto del lugar en el que reposaban los restos del Gran Mariscal de Ayacucho, se dio inicio a la labor de su exhumación. Eran las dos de la tarde de ese día 24 de abril del año 1900.
Terminaba un siglo y comenzaba otro. También se terminaba lo infructuoso de esa tan ajetreada búsqueda; llena de incertidumbre, de momentos de alta y esperanzadora expectativa, la que a poco se desvanecía en la nada, para luego renacer al abrigo de nuevas informaciones que la prensa se encargaba de dar a conocer.
Para darle una mayor y verdadera importancia que tal acto requería, la persona del General Eloy Alfaro, presidente del Ecuador, estuvo presente en la Iglesia del Carmen Bajo, encabezando esos actos propios del derecho civil, y también actos fúnebres, dado el contexto físico y solemne donde se encuadraban esos trabajos.
Se trataba de abrirse paso hacia una cripta oculta debajo del piso cercano al altar mayor, frente a la tumba del General Daste, en la Iglesia del convento del Carmen Bajo, en el centro de la antigua ciudad de Quito.
La joven viuda, Marquesa de Solanda, se ocupó de rescatar los restos del insigne hombre vilmente asesinado en Berruecos; y así, evitar la profanación del cadáver de quien fuera el Gran Mariscal de Ayacucho. Eran esos tiempos de mucha zozobra política.
Está ampliamente demostrada la conjura que, en connivencia de varios hombres entre sí, urdieron el plan para asesinar al Mariscal Sucre; hombre de inmenso prestigio y suficientes títulos que lo convertían en un obstáculo peligroso para los despropósitos de los complotados.
La señora Rosario Rivadeneira, poseedora del secreto sobre el paradero de los restos mortales de Sucre, también les dijo a los periodistas de “El Diario” de Quito, lo que hacía 15 años le había confiado la esposa del mayordomo de la hacienda El Deán, sobre el traslado de los restos del Mariscal; desde Berruecos: “Después de algunos días, partieron de Quito, por orden de la Marquesa, el mulato asistente y mi marido, acompañados de algunos indios…”
Luego de algunos años, en 1841, los restos de Sucre fueron sepultados en secreto en la Iglesia del Carmen Bajo, en donde fueron hallados el 24 de abril del año 1900, y trasladados con toda la pompa merecida por Sucre, hasta la Iglesia Catedral de Quito, en donde hoy reposan en una urna tallada en piedra Andesita, traída desde el volcán Pichincha.
Pero hay un rasgo muy particular en todo este asunto. El General Sucre nunca estuvo solo en su oculto sepulcro dentro de la Iglesia del convento del Carmen Bajo. Allí, en esa misma tumba había alguien más… Sobre este artículo volveremos. *Abogado.
Wolfgang J. Flores A.