En Venezuela han cambiado muchas cosas y a veces nos cuesta reconocer hasta los recodos más familiares. Sin embargo, algunos lugares siguen siendo los mismos. A ciertos empeños no les ha hecho mella la mala hora ni el tiempo. Por el contrario, lucen intactos. Rejuvenecidos por la urgencia, diría uno.
Si uno llega a Trujillo, por ejemplo, y desemboca en Valera por el eje vial —o sale de la ciudad por esa vía, depende de la ruta—, y mira hacia la zona industrial va a ver, en una de las esquinas, la que está frente al estadio, uno de esos empeños. Leerá el mismo cartel: Centro de Animación Juvenil (CAJ) Y el mismo lema: Acción Popular. Como si el tiempo no hubiera pasado.
Gracias al CAJ, antes como ahora, grupos y personas preocupadas por la ciudad, por el estado y por el país, han aprendido y siguen aprendiendo a trabajar en equipo, porque “una sola golondrina no llama agua”, y a diagnosticar problemas sociales, pero también a diseñar soluciones con base en el trabajo colectivo.
Valera propone, por ejemplo, es un observatorio de políticas públicas, pero no solo eso. Desde el CAJ observan, detectan los problemas, pero mientras lo hacen los veedores promueven la participación ciudadana, el diálogo comunitario y la incidencia política. Se juntan, denuncian, convocan voluntades.
Hace 25 años me detuve en esa esquina y pasé por esa puerta para entender la comunicación de otra manera. Con ellos y con ellas, sobre todo con ellas, con las mujeres de los barrios de la parroquia San Luis, entendí que la agenda de los medios y de los periodistas era una, y la de la comunidad, muchas veces era otra.
No lo hubiera entendido si no hubiera llegado a las comunidades de la mano de aquellos muchachos que trabajaban constantemente para superarse a sí mismos y conseguir -gracias a su propio esfuerzo- mejores condiciones de vida para ellos mismos y su gente.
Recuerdo como si hubiese sido ayer la primera visita que hicimos a uno de los barrios vecinos. Yo iba con una pauta clarísima: recoger cuáles eran las dificultades de la comunidad; pero el grupo animado por los muchachos quería que el periódico hiciera un espacio para divulgar sus logros organizativos. Querían denunciar, sí, pero también decir: queremos participar en la solución de los problemas. Que oigan lo que tenemos que proponer.
Con ellos entendí las teorías de la comunicación alternativa, aquellas que hablaban del silencio de los receptores y de la necesidad de “darles voz”. ¡Cómo si no tuvieran una! Con los muchachos del CAJ las oí alto, claro, y de todos los tonos posibles.
Durante varios meses fueron muchos los sectores populares que trajiné con ellos, y diversas las iniciativas de las que di cuenta, hasta que unas notas sueltas sobre las comunidades se convirtieron en un proyecto colectivo de comunicación comunitaria dentro de un medio de comunicación, el Diario de Los Andes, que lo acogió como suyo.
Este suplemento de cuatro páginas (Construyamos Juntos) le dio otro sentido al Diario de Los Andes. La gente se leía en él. Porque lo escribía. De este informativo sui generis, independiente, comunitario, pero dentro de un medio masivo, surgió una Escuela de Comunicadores Populares y publicaciones locales en otras ciudades andinas.
Pasaron los años, llegó Internet, pero el CAJ no había envejecido ni un día. Allí, en esa esquina, abrieron una hendija para que los desconectados se conectaran al mundo, pero a través de proyectos educativos y comunitarios. La biblioteca Paulo Freire albergó entonces el primer telecentro comunitario de Venezuela.
En esa misma esquina de Valera, en la entrada de la zona industrial, siguen esos muchachos empeñosos animando la juventud y la acción popular. ¿Qué los mueve? Lo dice su misión y lo muestran estos 45 años de vida: Promover el desarrollo, la educación, la organización y la autogestión de las comunidades, para contribuir con la transformación social, a través de una cultura organizacional basada en el diálogo y el respeto a las ideas de los otros.
¿Cómo van a envejecer? ¡Larga vida, muchachos del CAJ!
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