A algunos de estos personajes nadie les conoció el nombre de pila, pero se hicieron más que populares en toda la comarca… «El loco Humberto”, no se le aguaba el guarapo a la hora de hacerse respetar ante el más guapo. Un día se marchó a la gran Caracas en busca de mejorar la calidad de vida y encontrar nuevos caminos de esperanza.
Se incorporó a la policía metropolitana, pasó todos los exámenes, además, que su corpulencia física le facilitaba convertirse en nuevo “rolito” de la república, no olvidemos que 50 años atrás los funcionarios se hacían acompañar de un enorme rolo de vero que llamaban “tatequieto”, porque le quitaba la furia al más comecandela peleador.
Humberto era excelente chofer, en Valera manejaba grandes camiones que lo convirtieron en verdadero experto en eso de conducir vehículos. En la policía metropolitana de Caracas le asignaron un potente Chevrolet que le permitió conocer los más apartados barrios caraqueños… Un día se cansó del bullicio de la gran capital; se juntó con un cable pelado que hizo cortocircuito en su cabeza. Una mañana se montó en su patrulla, visitó la residencia donde vivía, acomodó una gran muda de ropa, se vino a Valera sin avisar a su comando policial.
En nuestra ciudad se paseó por bares tomándose las cervecitas frías con viejos amigos que quedaban asombrados con sus historias de “policía cojonudo”. Algunos, pensaban que estaba en un operativo especial de la policía, pero, naiboa, Humberto en un ataque de locura se marchó a su amada Valera con todo y patrulla.
Una noche de farra lo capturaron y de nuevo regresó a la gran capital, no como policía, sino detenido hasta nuevo aviso por haberse traído sin permiso un vehículo de la metropolitana, y de pasapalo, haber desertado como funcionario policial.
“Chivo frenado”
Algunas personas no les gustan para nada eso de los “apodos”. El pueblo en su jocosidad va poniendo sobrenombres a valeranos que van sobresaliendo en el acontecer diario de sus vidas… Al bachiller Régulo Godoy, fogoso copeyano y dirigente deportivo, nadie lo llamaba Regulito, sino “Orejita”… El profesor que vestía con mayor elegancia en el liceo Rafael Rangel fue “Parapeto”.
A Arnoldo Valbuena, excelente docente, el que lo llamara “Lolo”, lo invitaba a echarse sus buenos “carajazos” después de clases… El ingeniero Luis Pérez, desde muchacho se comportaba como una persona mayor, los vecinos lo llamaron “El abuelo”, fue presidente del Colegio de Ingenieros por varios años.
Había un aventajado estudiante en el Rangel, tenía una manera muy jocosa de hablar de bienes de fortuna. Manifestaba a sus compañeros de clase que su papá tenía una hacienda de tres pisos: Primer piso, ganado cebú, segundo piso, caballos de paso, tercer piso, burros, cochinos y ovejas. Sus compañeros de estudio le pusieron el remoquete de “Mentirita”.
En la barriada de La Ciénaga, había un sujeto algo corpulento, mal encarado, en sanidad le cancelaban 5 bolívares por cada perro callejero que envenenara, la comunidad lo empezó a llamar”mataperro”… Cuando escuchaba tan macabro sobrenombre, sacaba un filoso cuchillo y a correr se ha dicho. Muchos fueron los muchachos a los que hizo orinar del miedo, cuando le ponía el puñal en el cuello, y le gritaba: «desgraciado, vuelva a decir mataperros”.