Los colores de Chelita para un niño desnudo, una tradición de más de una década en el pueblo de Jajó

El sol se asoma por entre las montañas y el olor a café comienza a invadir la casa. Por la puerta blanca que da al patio, se escapan los susurros y la percusión que causa el bastón plateado de Chelita cuando se dirige al porche, donde permanece su silla de arcoíris y un niño vestido de lana que habita en una pequeña cueva elevada del suelo.

Con mucha calma, Chelita atraviesa la puerta y camina con paciencia disfrutando del canto de los pájaros, que alborotados rompen el silencio que normalmente predomina en su casa. Y como acostumbra cada mañana, alza su mirada al cielo para hablar con Dios y dar gracias mientras sus ojos se cristalizan de amor.

Toma un poco de aire y se dirige a su silla que la espera inerte y vestida de colores, esos que ella misma le tejió. Deja el bastón a un lado y se sienta cerca de la mesa que guarda sobre sí un par de agujas largas para tejer y unos rollos de lana de colores.

Y allí, al compás de la naturaleza, comienza dar sus primeras puntadas para armar un vestido, el primero de los más de 50 que teje para vestir la imagen del Divino Niño Jesús que le ofrece como promesa a amigos y familiares, como lo ha hecho por unos 14 años en una tradición que nació ahí, en Jajó, donde ahora con mucho cuidado teje para no ver al niño desnudo.

“Volver a mis raíces”

Chelita, como de cariño la conocen sus amigos, en realidad se llama Graciela Olivar, una mujer de 74 años que vive entre las verdes montañas de Jajó, el lugar que nunca quiso abandonar, pero que una vez, siendo muy joven tuvo que dejarlo atrás pues sus padres tomaron la decisión de mudarse a la ciudad y desde entonces, en ella quedó grabado su pueblo al que se prometió volver para vivir definitivamente.

Fue así, como hace 14 años, tras padecer algunos problemas de salud que la incapacitaron para trabajar, decidió comprar su tan anhelada casita entre las montañas, esa que ya había dibujado en su mente y que sería el rinconcito que la esperaba para volver a sus raíces.

Ya en su casa, Chelita fue diseñando sus espacios, llenándose de plantas y colores, sin dejar atrás uno que dedicó para la espiritualidad afuera en su patio y al que llama “Mi gruta”. Es allí, donde se dedica a orar y habla con la imagen del niño Jesús, al que por su gran devoción le construyó una cuevita para adorarlo todos los días.

“Mi devoción por el niño Jesús ha estado presente desde que era una niña, y eso es gracias a mi hermana María Olivar (+) quien fue la que colocó el primer nacimiento en nuestro hogar, sembrando así en mi familia la devoción por nuestro Niño Dios, que aún está presente”.

Desde entonces ese es su lugar preferido, al que sale para llenarse de luz y compartir sus oraciones. Fue allí, donde una mañana mientras estaba sentada se quedó mirando a la casita del Niño, a la que vio muy apagada y en el fondo a un niño desnudo.

Se levantó de la silla para verlo mejor y se dijo “Mi niño está desnudo y no debe estar así.Hay que darle vistosidad para que se vea más bonito ¡hay que vestirlo!, exclamó sonriente ante aquella idea que se materializó en las manos de otra señora que le confeccionó la pequeña ropita, la primera de una tradición que ya es parte de un pueblo.

El primero fue azul

Alegre porque su niño ya no estaba desnudo, lo adoraba con su nueva vestimenta y le seguía orando con más fe. Una vez pasado ese diciembre, Chelita le pidió le concediera un favor, al que ella afirma, el niño escuchó sus peticiones y le concedió una gran bendición.

En ese momento, como agradecimiento, prometió al Niño Jesús que cada año sería ella misma quien le haría su ropa, fue así, como recordando las enseñanzas de su tía cuando visitaba el pueblo de La Quebrada, desenfundó sus agujas y tomó un hilo azul celeste para tejer y con cada puntada comenzar la tradición.

Emocionada y agradecida, Chelita fue un poco más allá, ya no solo vestiría a su niño, pues había otros 15 “que estaban desnuditos” y ella se ofreció a vestirlos. De esa manera, con el pasar de los años, familiares y amigos se fueron acercando a su casa para buscar los tejidos.

Para hacerlos aún más especiales, decidió que cada año el color de la lana que utilizará, hará alusión a los colores de los arcángeles, comenzando con el azul que es regido por San Miguel y representa la fuerza, la armonía y poder de Dios, pasando por el Arcángel Jofiel de amarillo, para la sabiduría; el blanco por San Gabriel que evoca la pureza y venida del niño Dios; el verde para pedir sanación a San Rafael; anaranjado por San Uriel que promete prosperidad y morado por Arcángel Zaquiel, quien evoca el perdón.

En el año 2020 Chelita cerró un ciclo de colores y para finalizar, vistió a los más de 50 niños con un traje multicolor, que los comenzó a tejer luego del primer trimestre del año para poder tenerlos listos en diciembre y hacer la entrega que acompaña de un ritual de oración.

Y su tradición, que ya es popular en el pueblo de Jajó, cuenta con un parrandón en honor al Niño Jesús cada 14 de enero, en el que reúne en su casa a todas las imágenes que vistió, y al ritmo de los tambores y música en vivo amanecen adorando al niño en compartir de amor con amigos y familiares.

El mes de enero es el más esperado por Chelita, porque es en el que con la celebración del Niño se rompe el silencio que impera en su casa durante el año, pero que en este 2021 será distinto por la pandemia que azota al mundo. Ella sabe que primero es la salud, por eso ha decidido mantener la tradición, pero ya no con la gran cantidad de personas que la visitaban. Su casa se vestirá de colores en honor al niño Jesús, pero la celebración se multiplicará en cada pesebre donde sus niños estén vestidos.

Es una tradición que no solo es de un mes, pues Chelita la vive durante todo el año, y es que acabado el parrandón, descansa unos días para desenfundar de nuevo sus agujas y comenzar a tejer los vestidos del año siguiente, que este 2021 será del color azul, como aquella primera vez cuando tomó la decisión de vestir con sus colores a un niñito desnudo.

Texto y foto cortesía de: Dexi Guillén

 

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