Tenemos que sacar los chécheres del corazón. Insistía en ello, afincaba bastante el acento de chécheres. La parábola magnifica de Jesús expulsando a los mercaderes de la casa de su padre adquiría en ese atardecer una dimensión apasionada. Según el cura, el templo es el corazón y allí residen los mercaderes más peligrosos, los mercaderes sentimentales, senticorazonales sería mejor decir. La envidia, la corrupción, la vanidad y pare usted de contar. El corazón es una proyección de la casa de Dios ocupada por los mercaderes de turno. Entretanto, uno de mis hermanos susurra, seguro escribes sobre esto. Seguro, se llamará “Los chécheres del corazón”.
Era la misa en honor de Freddy Ramón. A Freddy le encantaba el mar y fue un hombre honesto. También se hizo en honor a nuestros padres y de mi hijo Juan José. Hoy, al escribir esta mudanza, le recuerdo. El miércoles nació como hace 35 años un quince de noviembre. Si el nacimiento es una buena noticia, la muerte obnubila, trata de borrar el nacer. Nacemos en cada amanecer y en las noches milenarias, volamos a los confines de la soledad. Allí la nostalgia. Al regresar de ese vuelo rasante, uno queda herido, sacudido y nostálgico. “Lo primero que se garantiza al nacer es el morir”, escuché decir alguna vez.
Los envidiosos, corruptos y vanidosos no saben nada de la vida y de la muerte. Creen que son eternos, o mejor dicho, se creen únicos. Se han hecho comunes, son muchos y dañinos. No han nacido como hombres del bien, trafican con las necesidades del otro. Los envidiosos y vanidosos son gemelos. Andan por la vida comparándose enfermizamente con los demás. Son para dejar de ser humanos en el corazón. Son como la sociedad misma, pobres de espíritu. Asaltan el templo para hacer de las suyas y vuelven la vida un negocio, trafica la vida y no dejan de ser superficiales. Se corrompen. Son capaces de robarse el petróleo o el chip de un celular. Los gemelos son el sostén para este sentimiento, la falta de honestidad. La corrupción es un acto de cobardía del corazón. La honesticidad es un acto de valentía, la capacidad de ser honestos en ese templo colectivo altamente contaminado.
Estos chécheres en el corazón debemos expulsarlos como expulsó Jesús a los mercaderes de la casa de su padre. A latigazos, sí a latigazos. Ustedes creen que Jesús era pura dulzura. Al decir esto, el cura mueve todo su cuerpo y se afinca al infinito. Jesús era un berraco, vea sí que era un berraco. Eso que Jesús es todo paz y bonito es mentira. Se necesita ser un berraco para expulsar a los mercaderes del templo. Al final me acerqué y nos dimos un apretón de manos. Gracias padre.