De seguro la dirigencia del Partido Unido de los Trabajadores, la organización de los comunistas polacos creía poseer méritos históricos suficientes para gobernar para siempre. Estaba la liberación de la ocupación nazi y la construcción del socialismo. Sin embargo, la división de la sociedad, el papel de la Iglesia Católica, los cambios en la política internacional y el que tuvieran que militarizar su poder al decretar la ley marcial con Jaruzelski le aconsejaron negociar en las conversaciones de la Mesa Redonda.
En España, antes del franquismo, hubo una terrible guerra civil y previa a ella, después de la dictadura de Primo de Rivera, la República había permitido el florecer de ideas y cambios modernizadores, pero también de sectarismo, intransigencia, amargas divisiones y violencia, así que a la muerte del caudillo había mucho temor de regresar a lo peor del pasado. Al fin y al cabo había paz. En el régimen había sectores que pensaban que no se debía cambiar, a esos nadie los recuerda. En cambio, sí a los esclarecidos que miraron adelante y se atrevieron a la democracia y a la reconciliación.
Creo que es lógico pensar que luego de décadas de apartheid por parte del Partido Nacional en el poder desde 1948 hasta 1994, la minoría blanca sudafricana tenía miedo. Era sólo 21% de la población. Miedo por sus vidas y sus propiedades y porque el país que habían construido, corriera la suerte caótica de otras naciones del continente. Como ministro del interior, De Klerk fue carcelero de Mandela, como presidente negoció con él y luego que fuera electo, fue su vicepresidente en el gobierno de Unidad Nacional.
Si vemos a Chile con los ojos de Pinochet y sus seguidores civiles y militares, había salvado al país del caos y el comunismo, hacia cuya dictadura sentían que se dirigían. Y si lo hacemos desde la perspectiva de la oposición, donde tengo tan fraternos amigos, el suyo era un régimen cruel que los había perseguido con saña y desbaratado lo fundamental de una institucionalidad de noble historia. Fueron capaces de negociar y pactar.
Cada transición es diferente. En todas, hay conciencia de que el status quo es insostenible por inviable y se decidieron, con dificultades obvias, a realizar un proceso de cambio ordenado, lo menos traumático posible.
En la política como en la vida, la perfección es promesa falsa. Pero es mucho lo que han logrado la inteligencia y la voluntad. Esa es la historia de las transiciones.