Ciertamente, en octubre las cosas suelen ir bastante mejor, quizá por la cercanía del espíritu de la Navidad que seguramente ablanda el corazón hasta de los más crueles. Es el décimo mes del año y si a la quinta va la vencida, no hay décimo malo. El dos de octubre es el día de los ángeles de la guarda (no de la guardia, obviamente), que no nos desampararán y el siete Nuestra Señora del Rosario.
Sin duda, en octubre todo irá mejor. Yo creo que ahora sí que sí. Quién quita que de aquí a allá Tibisay se contagie del síndrome Ortega Díaz y comience a ver injusticias por todos lados. Como de aquí a entonces, seguramente ya no habrá caja de CLAP, ni gasolina, ni electricidad en todo el país, es probable que los partidarios del poseso rectifiquen y se la piensen mejor. ¿Quién quita que no sean 6 millones, sino 4,8. Estaremos más cerca. Podríamos pedir repetición en noviembre, cuando impugnemos las de octubre y también en los primeros días de diciembre, cuando impugnemos las de noviembre. Pensándolo bien: ¿por qué en octubre?, ¿por qué tan lejos?, ¿por qué no en junio y en julio y en agosto y en septiembre? Una cada mes. Esta gente tarde o temprano se cansará de ganar. Quizá los puntos rojos no funcionen esta vez. Incluso cabe la posibilidad de que no haya plástico ni tinta con los que fabricar el carnet de la patria.
Hay un capítulo de dimensión desconocida ¿se acuerdan de la serie? que lleva por título “juego de sombras” (Shadow play). Comienza con un jurado que sube al estrado para pronunciar su veredicto. El acusado, Adam Grant es condenado a muerte por homicidio. Cuando es conminado a ponerse de pie, para escuchar el veredicto, Grant dice que está harto, que todo es parte de un sueño que se repite una y otra vez y en el que en todas las veces es ejecutado en la silla eléctrica, que todos los involucrados en su condena son solo recuerdos suyos: que a veces el juez es su padre, otras veces, el sacerdote que le absuelve es su profesor de bachillerato, los que operan la silla, unas veces sus hermanos, otras los vecinos del primer piso. Él les asegura que ellos no existen y que si no lo absuelven alguna vez, nunca despertará de la pesadilla y que ellos no son reales. Por supuesto todos le toman por loco. Sin embargo alguien le cree, una mujer que descubre que no tiene otros recuerdos que los del juicio, ni otra vida que la que tiene asignada en la pesadilla de Grant. Ella trata de conseguir el indulto del gobernador en el último minuto, pero es demasiado tarde. Grant es ejecutado, todo desaparece y la historia vuelve a comenzar: el nuevamente en el banquillo de los acusados, ahora el juez es su defensor y el presidente del jurado el anterior verdugo, etc.
Así, Adam Grant se convierte en candidato eterno a la silla eléctrica repitiendo su pesadilla una y otra vez. “Al igual que el crepúsculo que existe entre la luz y la sombra, hay en la mente una zona desconocida en la que todo es posible. Podría llamársele la dimensión de la imaginación, ¿qué no es posible? Todo es posible en el reinado de la mente, todo es posible en la… dimensión desconocida”.