Isaías Márquez
Sucre, víctima de los septembristas, inicia su camino aciago desde Bogotá, el 13/5/1830, cuando se proclama en Quito la independencia del Departamento del Sur, que adopta el nombre de Ecuador. El congreso “Admirable” a fin de preservar la Gran Colombia, que fracasa por la secesión de Venezuela. Sucre, quien lo había presidido, retorna, perplejamente, por el quiebre del ideal bolivariano; su líder, Simón Bolívar, había abandonado el poder, porque además le consume la desesperanza y la tisis pulmonar (histoplasmosis), que quizá contrajera en las minas de Aroa, propiedad de su familia.
Acompaña a Sucre una comitiva muy rala, que integra el diputado Andrés García Téllez, junto con los sargentos Colmenares y Caicedo; su criado Francisco más dos arrieros, pese a las indicaciones que le hiciesen acerca de la ruta a seguir, sobre su escabrosidad y posibilidades de que pudieran acecharle; pues bien, no llega a imaginar que horas antes había partido una posta a objeto de dar aviso a los caudillos del valle del Cauca, los generales José María Obando y José Hilario López, ambos de la facción liberal, que repudia la pretensión monárquica que se atribuye al Libertador.
Por su parte, el militar, estadista e historiador colombiano, general Tomás Cipriano Mosquera, escribe en sus memorias que la orden de asesinar a Sucre proviene del denominado clan “septembrista” de Bogotá, que se involucra en el atentado del 25/9/1828, y por poco cuesta la vida a Bolívar, pues “consideran a Sucre obstáculo por lazo de unión para mantener la integridad de Colombia”, según asevera él.
El 27/5, semana antes de su homicidio, se halla en Popayán, donde recibe carta de su amigo en Quito, el general Vicente Aguirre, poniéndole al tanto de la secesión del Ecuador, donde se nombra como presidente provisional al general Juan José Flores; noticia que no le sorprende, según respuesta: “…más era asunto calculado por todos, que debía suceder una novedad al Sur… este acontecimiento será de provecho…; llegaré pronto allá…, para que de cualquier modo se conserve esta Colombia, sus glorias, su brillo y su nombre”.
La mañana del viernes 4/6/1830, cuando muy temprano transita por un paraje lóbrego de la selva de Berruecos, unos 80 km norte de Pasto, acaban con la vida del héroe de Pichincha, víctima de unas dos municiones que dan con su existencia y queda muerto tendido sobre el piso, decúbito dorsal, donde yace durante todo el día; luego, unos campesinos trasladan sus restos a un lugar denominado “La Capilla”. Su esposa, la marquesa de Solanda, los lleva, ocultamente, a su hacienda “El Deán”.
Y, furtivamente, al convento quiteño de El Carmen Bajo, donde permanecen por unos 70 años.
Desde el 4/6/1900 sus restos reposan en un sitio muy especial de la Catedral Metropolitana de Quito.