Las memorias de Voltaire IV | Por: Ramón Rivasaez

Abatido, Voltaire, tras la muerte repentina de su amiga, confidente y lectora la marquesa del Chatelet, decide en junio de 1750, retornar a la corte de Federico el grande de Prusia, otro de sus protectores. Abandona París y se dirige a Potsdam, donde le aguarda el soberano victorioso y viejo amigo. Al respecto, el escritor relata «No fue mejor recibido Astolfo en el palacio de Alsalcia. Vivir alojado en las habitaciones que ocupó el mariscal de Sajonia, tener a mi disposición a los cocineros del rey cuando quería, comer en mi aposento y a sus cocheros cuando quería pasearme, eran los favores más pequeños que recibía. Las cenas eran muy agradables. No sé si me engaño: me parece que en ellas se derrocha el ingenio. El rey lo tenía y era diestro en realzar el de los demás,; lo más extraordinario era que nunca he asistido a otras comidas tan libres. Trabajaba dos horas diarias con su majestad, corregía todas sus obras, alabando mucho, sin falta lo bueno que había en ellas, al borrar lo que no valía nada. De todo le daba razón, por escrito, así nacieron una retórica y una poética para su uso; sacó partido de ellas, y su genio le sirvió aún mejor que mis lecciones. No tenía que hacer cumplidos ni visitas, ni funciones que llevar, llevaba yo una vida independiente y no concebía otra cosa más agradable».

El rey no contento con las gentilezas y prodigaba a Voltaire, redoblo sus atenciones, al final, le embriagó con una correspondencia en la que le decía: » Cómo yo nunca ser causa del infortunio de un hombre a quien estimo y quiero, que me sacrifica su patria y los afectos más caros del hombre? OS respeto como maestro mío en elocuencia, OS quiero como amigo virtuoso. Qué sujeción, qué infortunio, qué mudanza son de temer en un país donde OS estiman tanto como en vuestra patria y en casa de un amigo de corazón agradecido. He respetado la amistad que OS unía a la marquesa del Chatelet, pero después de ella, yo era uno de vuestros amigos más antiguos, OS aseguro que mientras yo viva, seréis aquí dichoso».

Ante esa inesperada bienvenida del rey, Voltaire, sorprendido, admite, «Pocos reyes escriben una carta así». No obstante, era necesario un permiso al rey de Francia XV, para que el escritor compartiera ambos reinos. De todo ello se encargó el rey prusiano, «escribió pidiéndome al rey mi señor, no me imaginaba yo que en Versalles se ofendieran que un gentilhombre de cámara fuera a Berlín de chambelán; me otorgaron el permiso pero se picaron mucho y no me lo perdonaron».

Federico el grande le concedió una pensión de veinte mil libras, lo que encendió las alarmas del resto de los colaboradores de la corte e iniciaron las intrigas cada vez más fuertes contra el escritor francés. Uno de ellos, el médico renegado galo, de nombre Le Mattrie, intrigante, sagaz e inteligente, le dijo al rey que la llegada de Voltaire había despertado la envidia de los intelectuales del reino, donde destacaba el presidente de la academia de Berlín, Maupertuis.

Este le habría dicho a Federico que su nuevo chambelán descalifica su obra poética y describía sus versos de malos, al poco tiempo su majestad le redujo la cantidad de trabajos a corregir y las cenas dejaron de ser agradables y festivas. «mi desgracia era completa», lamentó Voltaire.

Antes de abandonar Prusia, Voltaire cayó prisionero en Frankfurt, acusado de haber hurtado tesoros del monarca, era un libro de poesía que estaba corrigiendo y otros textos, los que tenía que devolver para recuperar su libertad; así en parte, la ruptura entre Federico II el grande de Prusia y el controvertido autor de Cándido.

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