Francisco González Cruz
El ser humano nace con varias fortunas, dos de ellas fundamentales para la conformación de su personalidad: el hogar y el lugar. El primero, el hogar, es el espacio íntimo y personal constituido por la familia: madre, padre, hermanos y abuelos; también por la casa y los muebles y todo aquello necesario para vivir desde que se nace hasta que se parte a constituir otro hogar distinto.
Forman parte de ese ecosistema doméstico los sonidos, sabores y colores del ambiente, y de manera particular las conversaciones, que van conformando una cultura que perdurará para siempre, sea manifiesta o implicada. La calidad del hogar determina en gran medida la calidad de las personas que la integran, en un proceso de retroalimentación positiva o negativa. Positiva si el ambiente es grato, decente y estimulante; negativa si lo es desagradable, vulgar y tóxico.
Otro tesoro es el lugar, que es el espacio cercano donde viven y conviven los vecinos. Es el barrio, el edificio, la comarca, la aldea, con sus calles, plazas y jardines, sus comercios, cafetería y bares, sus sitios de oración, sus esquinas emblemáticas donde se reúnen a conversar.
También forman parte del lugar el paisaje, el clima, el relieve, la vegetación y los animales, los cuerpos de agua. Los sonidos, los olores y los sabores de su gastronomía, sus tradiciones y celebraciones. Su memoria, su realidad actual y también sus sueños compartidos sobre el futuro del lugar.
Igual que los hogares, los lugares puedes ser una bendición o una maldición, dependiendo de sus ángeles y demonios, o mejor en el balance positivo o negativo entre sus luces y sus sombras. Un lugar de gente amable, decente y solidaria, de aspecto limpio y bien cuidado es una fortuna. Un lugar de chismes, ruidoso y descuidado es un pequeño infierno. Y casi todo eso depende fundamentalmente de los propios lugareños, independientemente del entorno nacional o global.
Por supuesto que un país exitoso desde el punto de vista de su desarrollo humano integral, los hogares y los lugares tendrán mayores oportunidades de ser buenos; y por el contrario, en un país subdesarrollado tendrán menos, pero no es de extrañar que en países desarrollados se vean hogares y lugares desastrosos, y que en países pobres se vean hogares y lugares ejemplares. Aquí costará más, pero el esfuerzo de la gente supera los obstáculos.
La mejor estrategia para sobrevivir con dignidad en situaciones generales difíciles, es buscar en esos tesoros que son los hogares y los lugares el refugio necesario para que prevalezca del bienestar, la decencia, el aseo y las buenas relaciones. Y casi todo el esfuerzo hay que ponerlo en las palabras, en las conversaciones y en su gran poder para promover las acciones necesarias para mejorar la convivencia.
El hogar y el lugar representan las mejores oportunidades para promover el bienestar y el desarrollo sostenible. Es la acción en los espacios íntimos y en las querencias lugareñas las más importantes a la hora de promover el cuidado de la “casa común”. Y en tiempos recios, el refugio para mejorar la calidad de la cotidianidad.