En el Día de la Juventud, es conveniente exaltar el entusiasmo y la entrega juvenil a causas nobles que hicieron muchos héroes en el pasado. Aquellos jóvenes que hoy son los viejos de ayer y otros que cumplieron su misión y partieron, dejaron huellas profundas e imborrables en nuestra historia
Cada 12 de febrero se celebra el Día de la Batalla de La Victoria (1814), en la que dieron su vida por la causa independentista un nutrido grupo de jóvenes y seminaristas caraqueños. La tradición republicana ha consagrado esta fecha como una efeméride, designándola como el Día de la Juventud. La verdad es que quienes combatieron durante los años de la gran guerra fueron en su mayoría gente joven. Basta repasar la lista de los héroes militares que ostentaron altos grados militares antes o en torno a los treinta años de edad.
Es conveniente exaltar el entusiasmo y la entrega juvenil a causas nobles. Pero hay que evitar el riesgo de caer en la épica hueca y romántica que hace de la guerra y la muerte, el paradigma de una juventud exitosa. Hoy día Venezuela necesita jóvenes sanos, vigorosos, sacrificados, alegres, entregados a las mejores causas en pro del bienestar personal y colectivo. Es una tarea de largo aliento, de espíritu de superación, de exigente formación.
Si nos vemos en el espejo de la realidad actual, observamos que la mayoría de las víctimas y victimarios de la violencia son jóvenes que desprecian o truncan su vida, como rebeldes sin causa. Cuando se siembran vientos se recogen tempestades. Y el aumento exponencial de la criminalidad, amparado en la impunidad y la falta de oportunidades para crecer en comunidad, es la prueba de que no vamos por buen camino.
Hoy hay que mirar un poco al pasado para volver a incitar de nuevo a sembrar valores positivos en nuestros niños, jóvenes y adolescentes. Que la juventud encuentre oportunidades para estudiar, trabajar, tener una familia estable, gozar de tranquilidad para desarrollar, con esperanza y tesón, que en ella, está el futuro, que no es otro que la semilla buena que hemos sabido cultivar con afecto y alegría.
Mario Briceño Iragorry y Adriano González León, fueron dos jóvenes del pasado que brillaron, y aún siguen siendo ejemplo. Hoy los colocamos como espejo para la nueva juventud. Ambos fueron parte de generaciones distintas pero de un mismo sentimiento. Pertenecieron a una vieja guardia que nunca muere.
Dejan huella fresca
«A veces los viejos tardan en irse a la tumba, y de ahí la queja contra Picasso y Armstrong de Cortázar, contenida en «Rayuela». Lo que importa verdaderamente es la obra de los jóvenes, que no se quede en gritos ni imprecaciones, aunque éstas no están mal como condimento en un momento dado”.
Con ese triunfo literario, Adriano González León advirtió a sus adversarios. Desde su primer libro de cuentos «Las Hogueras Más Altas» que recibió el Premio Municipal de Prosa, ya se había significado notablemente en su generación.
“Viejo”: el poema largo
En 1995, y con el sello editorial Alfaguara de Colombia, Adriano González León (nació en 1931 y partió en 2008), hizo del conocimiento público una pequeña obra novelada lo que sería el testamento de vivencia de un hombre ya con los cabellos blancos: “Viejo”.
Una obra que combina dos historias; una, en la cual relata la relación de unos amigos y sus seres cercanos, y otra en la cual se vale del estilo de la escritura automática para plasmar la realidad de vida de un anciano. Se refiere a “la realidad de vida” porque retrata lo que padece un hombre cuando empieza a sentir que ya no es joven, menos maduro, sino viejo. Cuando la juventud, el divino tesoro ha quedado atrás, cuando los años ya no permiten que las articulaciones hagan elástico el movimiento; cuando la gravedad nos pesa más y nos atrae inexorablemente hacia el seno del polvo de la tierra.
En la celebración de la Juventud y de la Victoria, hemos creído oportuno recordarlo ya que consideramos que cae como anillo al dedo a este momento.
En el cuerpo poético de la obra se pueden apreciar fragmentos como este: “Me siento viejo. Decaído. Ayer tuve la certidumbre, fui joven y hoy me pongo a contarlo. Saberse viejo no es fácil. Sobre todo, porque nunca quiere saberse…”.
En entrevista registrada en 1995 por El País de España, AGL dejó un testimonio sobre su obra. “En el caso de mi personaje, el asunto se encara a través de la cotidianidad que casi todos queremos eludir. A nadie le gusta enfrentarse con el deterioro. El viejo de mi libro lo confiesa cínicamente y a veces lo escribe, lo acepta, lo rechaza… Es sumamente contradictorio, como todos los seres humanos”.
G e n e r a c i ó n bien nutrida
Otro ilustre trujillano que supo brillar y enaltecer el orgullo de saberse de esta tierra, fue Mario Briceño Iragorry, también se refirió al tema de la juventud, una generación brillante en la cual él fue protagonista.
En una carta escrita el 26 de agosto de 1956 por Mario Briceño Iragorry a Mario Picón Salas, el trujillano universal le dice: “No creo que la cultura en Venezuela haya mejorado porque hoy los jóvenes sepan como era el sistema de numeración de los timotocuicas con mayor precisión que don Arístides Rojas. Nuestra cultura de pueblo ha de juzgarse por la dimensión del hombre como sujeto de la historia. Mientras la universidad no pueda ayudar a la juventud en la búsqueda y logro en su posición en la vida, no hay derecho a hablar en serio de cultura, así en ella se explique la física cuentística de Plamck y las nuevas teorías sobre la indeterminación casual. Para el caso es preciso admitir que esa cultura sufre, como todo el pueblo y sus jóvenes, una verdadera crisis. Tu encontraste muy buena la tesis general de «Mi Mensaje» sin Destino; pues en «la Hora Undécima» yo intentó el desarrollo de uno de los tantos temas que forman la trama de aquel trabajo.”
Llenó extenso espacio
“Nosotros necesitábamos levantar nuestros niveles morales. Hubo una brillante generación que se nutrió en las enseñanzas introducidas tardíamente en nuestra universidad dedicada a una juventud necesitada y sin orientación. Esa generación brilló, habló, llenó un extenso espacio de nuestra vida cultural. Pero cuando en el campo cívico se busca su balance, nos encontramos con un vacío deplorable”.
“Nuestra cultura de pueblo ha de juzgarse por la dimensión del hombre como sujeto de la historia”
MARIO BRICEÑO IRAGORRY, 1956
“Saberse viejo no es fácil. Sobre todo, porque nunca quiere saberse…”
ADRIANO GONZÁLEZ LEÓN, 1995
—