Cuando vemos a la cuidad de Valera desde arriba, contemplamos el paisaje de una ciudad ordenada, en lo que es la altiplanicie principal. Si la detallamos y miramos las siete colinas y algunos urbanismos aledaños, la cuadrícula se pierde.
Don Gabriel Briceño de la Torre dibujó en un papel la ciudad que soñaba promover en la meseta de Valera y la ciudad se hizo posible, pues se puso en acción. Debió hacer esos primeros planos cuando estos lugares eran escenario de la Guerra de Independencia, con su secuela de muerte y ruina. Trujillo sufrió en particular estos dolorosos procesos, desde el 9 de octubre de 1810 en adelante, con graves acontecimientos como la Guerra a Muerte en 1813 y las gravísimas penurias que fueron relatadas por el propio General Bolívar al General Santander en noviembre de 1820, cuando son suscritos los Tratados de Trujillo de Armisticio y de Regularización de la Guerra.
Eran tiempos duros esos años, cuando Valera empieza a ser soñada, pero había la voluntad de hacer realidad esas visiones. En el centro de la dilatada terraza iría el templo, la plaza – mercado, los edificios para el gobierno local y los lotes para que los futuros vecinos levantaran sus casas y sus negocios. Todo organizado según el trazado de los antiguos y tradicionales cánones de Hippodamo de Mileto (Siglo V a.C.) y de Vitrubio (Siglo I a.C.), que trajeron los conquistadores españoles en sus normas para fundar ciudades.
Briceño de la Torre sueña con una Valera ordenada mediante el plano ortogonal, el diseño de sus calles en ángulo recto, creando manzanas en cuadrícula o en damero, con sus calles rectas y alineadas. Cerca de las fuentes de agua, con sus colinas alrededor que la protegen, en el cruce de caminos más importante de estos territorios. Valera, sueña, tendrá futuro. Recuera Doña Hernández Bello de Tejera, según relata el cronista Alberto La Riva Vale, que cuando delineaba sus calles Don Gabriel pronunció la frase, no tan correcta pero premonitoria, ¡Valera, valerá!
Se dedica a buscar los terrenos en donación, él mismo dona algunos e incluso da aportes para el templo primigenio. Mercedes Díaz, viuda de Pedro Terán, promete donar cien varas en cuadro para construir la iglesia, pero muere antes de cumplir la promesa, lo que hacen sus herederos en 1818, quienes incrementan las donaciones para, además del templo y el mercado, tener parcelas para vender solares y con esos ingresos contribuir a edificar la iglesia y otras necesidades de la nueva población.
Así en el “sitio” de Valera, “jurisdicción de la Ciudad Trujillo, a quince de febrero de 1820: Su Señoría Ilustrísima el Doctor Don Rafael Lazo de la Vega, Obispo, de esta Diócesis de Mérida de Maracaibo, dixo:”[1] y procedió a fijar los límites de la nueva parroquia de San Juan Bautista de Valera. Esta fecha es tomada para conmemorar el “Día de Valera” y como fecha referencial de su fundación. Pues como queda dicho, la ciudad no fue fundada con el ceremonial oficial acostumbrado, sino que fue fruto de la convergencia de su comunidad cívica y de su feligresía católica, para fundar coetáneamente la ciudad y el templo.
La ciudad soñada se hizo posible, de manera ordenada. Y así fue creciendo en sus linderos naturales que los marcaban por el este el Zanjón del Tigre, por el oeste el cerro La Cruz, por el norte el cerro Morón y por el sur el cerro Caja de Agua. Hasta que se hizo necesaria su expansión, pues la villa que había nacido con menos de mil habitantes ya para 1881 tenía más de tres mil. En 1891 Don Juan Ignacio Montilla presidente del Concejo Municipal dispone adquirir el Llano de San Pedro que va desde el Zanjón del Tigre hasta el cerro La Pollera. En 1901 el Concejo encarga al Agrimensor Don Américo Briceño Valero para medirlo debidamente y trazar las calles siguiendo la normativa de la ciudad ordenada original, con su templo y su plaza, y sus enlaces con el centro. Concluido el trabajo de mediciones y propuestas, en 1903 el Concejo Municipal dicta la Ordenanza donde se prevén las variables urbanas de esta primera expansión de la ciudad, dándole continuidad a los criterios del núcleo primigenio.
El poblamiento de las siete colinas rompe el trazado en cuadrícula original, por evidentes razones topográficas. Las primeras Morón al norte, La Pollera al este y La Cabaña – Caja de Agua al sur, luego La Concepción el este, el cerro La Cruz al oeste al final de la calle 8, el Cementerio y la Ciénaga al oeste. Igualmente sucede con las primeras urbanizaciones, pero esta vez por razones de diseño, fueron el Lasso de la Vega y Las Cien Casas o Bella Vista, más tarde todas las urbanizaciones realizadas por el Banco Obrero o INAVI como Plata I o Mirabel con los sectores Andrés Eloy Blanco y José Félix Rivas, Plata II o Miranda, Plata III o Libertador y Plata IV o Conticinio, luego la Urbanización Morón o Monseñor José Humberto Contreras. La terraza de Valera completa su ocupación con algunos asentamientos desordenados, el más antiguo el barrio El Milagro, y luego el cerro Siete Colinas, San Isidro y el sector La Marchantica al norte. Igualmente, el sector Pueblo Nuevo y el cerro La Peineta hacia el oeste. Otras construcciones que en la meseta original rompieron la ciudad ordenada en damero fue la construcción del Colegio Salesianos que impidió darle continuidad a las avenidas 3, 4 y 5 hacia el sur. Siguiendo al sur donde la terraza se estrecha, la construcción de varias viviendas y el Liceo Ciudad de Valera impidió darles continuidad a las avenidas 5 y 6 y ahora allí la ciudad tiene un serio “cuello de botella”.
La expansión urbana fuera de la terraza principal y hacia los cuatro puntos cardinales no respetó la cuadrícula original, y experimentó un urbanismo desordenado, con las todas las consecuencias que ello tiene. Los ranchos construidos con materiales improvisados han sido mejorados con el esfuerzo de sus habitantes y convertidos en edificaciones más sólidas que, en general cuenta con los servicios públicos que ofrece la ciudad, pero en muchos sectores se mantiene la amenaza de la inestabilidad que tienen sus emplazamientos, como son las elevadas pendientes o los lechos inundables de los ríos Escuque, Momboy y Motatán. También en la zona oeste se presenta abundancia de suelos de arcillas expansivas de difícil estabilidad.
Incluso a lo largo y ancho del área central de la ciudad, se han violados las escasas y débiles normativas de ordenamiento urbano. No existe o no es conocido el Plan de Desarrollo Económico y Social del Municipio Valera, ni tampoco está actualizado el Plan de Desarrollo Urbano Local
Tres mil trescientos ochenta y siete habitantes se atreven a vivir en la ciudad nueva en 1887. En 1936 ya tenía 11.300 habitantes y en 1950 se había duplicado su población a 21.000 personas para volverse a multiplicar por dos en 1961 con 46.000 habitantes. La misma cantidad que Mérida y más que Barinas. El Censo de 1971 registra 70.000 habitantes, el de 1991 son 120.946, el de 2001 un total de 133.052 y el de 2011 cuenta con 170.046 habitantes (incluyendo a Carvajal como en los censos anteriores).
Si se incluye Escuque y Motatán el área metropolitana Valera cuenta con 216.951 habitantes censados en esa fecha. En 194 años pasó de ser una aldea minúscula a la primera ciudad trujillana en población y la tercera en los Andes Venezolanos. Las proyecciones que se hacen sobre el crecimiento de la población ponen en evidencia una tendencia a su estabilidad. Ya no crecerá Valera a la rápida tasa que crecía y se estima que su población municipal debe estar, según las proyecciones del Instituto Nacional de Estadística (INE), en el año 2020 cuando se celebró el bicentenario, en unos 171.854 habitantes y la ciudad propiamente dicha (parroquias Juan Ignacio Montilla, La Beatriz, Mercedes Díaz y San Luis) un total de 146.055 habitantes. La parroquia La Puerta tendrá 12.960 y Mendoza 12.839. Todo el municipio Carvajal se espera que llegue a 72.854 habitantes y el municipio Motatán unos 25.437 de manera que el área metropolitana de Valera tendrá 270.154 habitantes. Con Escuque se sumarían otros 34.560 para un total de 304.705 habitantes en toda el área metropolitana.
Para 2022 la ciudad ha perdido el dinamismo que la caracterizaba y luce, a pesar de su juventud, disminuida en su entusiasmo y creatividad. La crisis sufrida por Venezuela en los últimos años ha golpeado fuertemente a la ciudad, hoy sin agua, con un pésimo transporte público, con deficiente servicio de energía eléctrica, muy lentas comunicaciones, una economía muy débil, con sus instituciones municipales sin planes ni proyectos, una población empobrecida y un gobierno de la ciudad sin estrategias y sin recursos.
Existen evidentes muestras, o signos emergentes, de la ciudad “implicada” parafraseando al físico cuántico David Bohn.[2] Hay instituciones que se mantienen luchando por una mejor ciudad, empresas cuasi heroicas que se sostienen, algunas iniciativas que son testimonios de que el espíritu emprendedor está vivo.
Valera necesita un nuevo sueño, una refundación. Una puesta al día, no sólo frente a los desafíos locales, sino frente a las nuevas realidades que imponen la globalización, la Inteligencia Artificial y, sobre todos los Objetivos del Desarrollo Sostenible y en particular el ODS 11: Ciudades y comunidades sostenibles.
[1] Alberto La Riva Vale, Anales de Valera. Publicaciones del Concejo Municipal de Valera. 1988
[2] David Bohm (Niels Henrik David Bohr; Copenhague, 1885 – 1962) Físico danés. Considerado como una de las figuras más deslumbrantes de la física cuántica) habla en “La totalidad y el orden implicado” que en cualquier elemento del universo se contiene la totalidad del mismo: la parte está en el todo, y el todo está en la parte. Detrás de la apariencia del orden desplegado existe un orden implicado.
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