Fueron aquellos años donde la ciudad era apacible y las polvorientas calles finalizaban en aquel lugar que Adriano González León enalteció: “El Bolo era el camino para cazar tortolitas. Allí se detenía el mundo real y comenzaban las visiones”. El Bolo, siempre fue una de las puertas de la naciente ciudad y lugar de divertidas verbenas. De vez en cuando, el bailoteo daba un paso al costado y emergía el tenis, donde el poeta Andrés Eloy Blanco fue practicante en su permanencia en la Valera de los 30. Frente al lugar donde se realizaban estas celebraciones, César Guerrero y Juan Olivares, ponen en funcionamiento en 1934 un expendio de gasolina que fue referencia de una ciudad que estaba adornada por colinas y ríos. En este sector existió en tiempos lejanos, un caney con una cancha de bolos y de allí deriva su nombre. Tiempo después, llegaron las familias González, Mendoza, Viloria, Vergara, Artigas, Medina, Betancourt, Salas, Mancilla, Marquina, Semprún entre otras y se convirtió en sitio para el buen vivir. Luego arribaron los inmigrantes encabezados por los Tognetti, Pablo Ornachi, Guido Vezzani, los Randazzo, Antonio Spina y el maestro Antonio Blanes, quien diseñó la estructura metálica del Monumental Victoria junto a su discípulo Enrique Santiago, la mayoría de ellos huéspedes del viejo hotel Venecia.
La camaradería entre sus habitantes fue notable y de allí los apodos de sus personajes populares: Antonio “La rana” Albarrán, Juan “El faro” Navas, Gilberto “Elefante” Morillo, Guillermo “La tara” León, Rafael “La vaca” González, Rafael “La mula” Hernández, Ramón “Zapallo”, Tata “El cauchero”, Patajena, Los catarras, Gorilin Mejías, Los huesos, El perro Cadenas y “Come pepas” Briceño. También sobresalían, Hilarión Pacheco y Ramón Azuaje, los eternos gandoleros. La mayoría de ellos mecánicos y grandes apostadores en el tradicional juego de “caritas”.
Aún recuerdan los vecinos, los diarios paseos de Don Antonio Santos con sus gallos, la algarabía de Victorita Salas y sus hijos Ricardo y Eloy, gladiadores del buen boxeo, el rico mondongo de Doña Melania en las cercanías de la bodega “El gato negro”, la venta de cemento de Hernán Peña y al “catire” Valecillo acarreándolo, la Alfarería Valera de Manuel Medina en las cercanías del terreno donde se jugaba béisbol al lado de la laguna de los patos, la bloquera de “Gallo ronco” y Gello Leal coloreando carros. Luego en 1955, abrió sus puertas el gimnasio de boxeo “Mercedes Díaz”, al lado de la casa donde nació el General Camilo Betancourt, quien fue Presidente del IND a nivel nacional y cómo olvidar a Aurelio Ferri, mecánico de los Mercedes Benz y “Carne mechada” uno de los grandes sastres de esta ciudad. Muchos de ellos subieron y bajaron por aquellas calles que demarcaban el territorio del viejo sector El Bolo, uno de los más añosos de esta ciudad donde se detenía el mundo real y comenzaban las visiones.
Cronista Pedro Bracamonte Osuna
La Voz de Valera, 1933
Fuente oral: Amable González, Guillermo Bracamonte, Breogan Bouza y Enrique Santiago.