El año pasado, ya por enero éramos entusiastas, llegamos a creer que aprovecharíamos por todo lo alto su Cuatricentenario; pero la crisis política de nuestra Venezuela más la pandemia Covid no lo permitieron.
La idea era no dejar pasar tan significativa fecha para que colectivamente —a conciencia y de manera útil y sincera, con diagnóstico en mano de lo que se ha hecho y dejado de hacer por La Puerta— pudiéramos compartir muy serias reflexiones; destacando el trabajo de quienes de verdad han hecho su aporte en aras de la preservación de sus valores culturales y religiosos, agropecuarios, ambientales y turísticos; con sus legítimas propuestas y actuando de acuerdo a los lineamientos normativos, en pro del bienestar y progreso de todos los que hacen posible su existencia.
Y por supuesto —por qué no, y qué mejor ocasión— aclarar cuáles han sido las causas de su problemática, del deterioro urbano ambiental y del continuo descontento de quienes hemos querido y propuesto y batallado —sin resultados efectivos y sostenibles— un desarrollo integral para La Puerta, nuestro lar maravilloso.
Reorganizar las tareas partiendo del minucioso diagnóstico —como punto de inflexión— y de un plan de actividades tendientes a su rescate y saneamiento, era la idea principal para ‘celebrar’ el Cuatricentenario en agosto 2020, e intentar adoptar desde esa efeméride de cuatro siglos una visión actualizada y más responsable, con la actitud cónsona y protectora de su gentilicio —su primer doliente—; de quienes la aprovechan económicamente —comerciantes e inversionistas—, de los numerosos visitantes —sus fans—, y de los organismos públicos que la administran.
En vista de que para la ‘celebración’ cuatricentenaria nada de eso se pudo llevar a feliz término —la renovación de votos y bríos por La Puerta—, y que ahora para sus 401 años —a cumplirse el próximo lunes 9 de agosto— tenemos peores circunstancias, no nos queda sino resignarnos y seguir postergando las ansiadas y constructivas ‘celebraciones’ con el sentido y justificación que merecen; en base a la continuación de una lucha que —aunque traicionada e ignorada— ya está decidida y no declinará mientras existan voluntades realmente consecuentes con ese gran propósito de rescatar nuestra parroquia y de darle el trato que ecológica y estéticamente le corresponde. Un esfuerzo ya encaminado, por lugareños y organismos multidisciplinarios, para todo el Valle del Momboy.
A La Puerta —como a todos los pueblos y ciudades— ha de homenajearse de verdad en cada aniversario, tal como lo hicieron quienes nos enseñaron a valorarla y a enaltecerla en su efeméride de los 350 años, ocasión en que se nos inculcó interpretarla en su himno y escudo, inmortales. Porque esos símbolos, ese arte heráldico que configura y sintetiza la frente muy en alto del puertense en su bucólica tierra con su collar de plata —nuestro susurrante y cantarino río Momboy—, son el ADN de nuestra historia como pueblo.
Que bueno sería celebrar el aniversario fundacional —con un motivo evidente e inexcusable— presentando un balance positivo de su organización, mejoramiento urbano-ambiental, preservación agrícola, capacidad turística, y equipamiento urbano; pero nada de eso ha ocurrido; todo lo contrario, somos simplemente un ejemplo —una muestra— del deterioro ‘integral’ del país.
La costumbre de muchos ha sido celebrar un no sé qué. Al parecer también lo erróneo y lo malo que lamentablemente le ha ocurrido a La Puerta. Con escasas excepciones se han ocultado los residuos indeseados bajo la alfombra celebrativa; exclamaciones banales y poco sinceras en muchos discursos, con servicios religiosos, ofrendas florales, y fuegos artificiales que si acaso han querido decir: ¡qué bien! ¡no pasa nada, que siga la fiesta!
Ahora el trabajo será múltiple, arduo y patriótico, porque toda esta ilusión por mejorar la semblanza de La Puerta, el bienestar de quienes la habitan y disfrutan, no será posible si no rescatamos con entusiasmo a Venezuela entera.
Luis A. Villarreal P.
Fotos: José Pulido