En todos los rincones del planeta se están levantando voces para que asumamos esta pandemia que nos castiga a todos, como una oportunidad para cultivar la conciencia planetaria y la fraternidad universal. Todos habitamos el único planeta tierra, tan maltratado y destruido. Todos nos hemos descubierto vulnerables y débiles y hemos comprendido que, al cuidarnos, estamos también cuidando a los demás; y si no lo hacemos nos convertimos en peligro y amenaza. Todos hemos aprendido a valorar la importancia de profesiones que se consideraban secundarias y hemos admirado agradecidos la solidaridad y el coraje de tantas personas que combaten la epidemia en la primera línea de batalla. La pandemia nos ha evidenciado que todos somos interdependientes, estamos ligados unos a otros, nos necesitamos. Los virus no respetan fronteras, clases sociales, culturas, razas, religiones, y nos han ayudado a descubrir que todos somos igualmente humanos. También han demostrado su enorme poder para derrotar las economías que se consideraban sólidas y los mejores sistemas sanitarios.
La lección evidente es que o nos unimos o nos hundimos. Aunque a la fuerza, hemos terminado por entender que la solidaridad es la principal vacuna para prevenir pandemias y epidemias, y la mejor medicina para curarlas. Pero, si no sabemos escuchar bien las advertencias del coronavirus y seguimos encerrados en nuestro pequeño mundo individualista, de espaldas a los demás, la pandemia puede robustecer el egoísmo y el ultranacionalismo y fomentar el darwinismo social, es decir, la sobrevivencia de solo los más fuertes. También existe el peligro de que la pandemia fortalezca el autoritarismo y la imposición de estados policiales. ¿Seremos capaces de aprovechar la epidemia para reorientar la marcha del mundo, para valorar lo de veras importante, o una vez que pase, volverá todo poco a poco al mismo desequilibrio y al triunfo de la trivialidad y el individualismo?
En cuanto a Venezuela, ¿sabremos aprovechar esta pandemia para alimentar, por fin, el espíritu de la reconciliación y de la unión, o profundizará más bien los enfrentamientos, la cerrazón y el autoritarismo? ¡Basta ya de pugnas estériles, de actitudes arrogantes y de egoísmos destructores! ¡Es la hora de arrancar la política de la ideología y ponerla al servicio de una vida digna para todos! Es la hora de sustituir discursos por acciones, de derrotar la retórica con servicio y con trabajo. Es la hora de pensar en Venezuela, de superar nuestras visiones mediocres, interesadas y egoístas y de abocarnos todos a combatir con valor esta pandemia y las epidemias del hambre, la falta de medicinas, luz, agua que desde años vienen ocasionando miles de muertos. Es la hora de que fortalezcamos entre todos los dos pilares de la dignidad humana: la salud y la educación: el derecho a la vida y el derecho a un conocimiento profundo capaz de impulsar una economía próspera, al servicio del desarrollo humano. Es la hora de fomentar la imaginación creativa, crítica y autocrítica, de superar el miedo, el fatalismo y la resignación, para parir la nueva Venezuela. Es la hora de los auténticos políticos, con vocación de servicio, verdaderos estadistas, cercanos a la gente, capaces de compartir su vida y sus problemas. Por ello, la hora de dejar a un lado y para siempre a los politiqueros de oficio, arribistas y corruptos, charlatanes y mentirosos, que utilizan el poder para lucrarse.
@pesclarin
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