La mudanza del encanto/ Un dibujo para el sol

 

Nos estamos preparando para el cambio, les escucho decir. Tengo problemas con mis oídos, sin embargo, por los gestos, el jefe de campaña se ufana en repartir cargos. Luego, una señora lo ratifica. Andan en eso, dice, se están preparando para el cambio. Entre las cortinas de un mediodía azaroso, la interrogante revolotea en los dinteles de puertas y ventanas, incluso en aquellos dinteles que ya no tienen puertas y ventanas. Suena el teléfono y un mensaje con unas palabras de De La Fontaine se deja leer entre el sonsonete de los signos: “De nada sirve correr, lo que conviene es partir a tiempo”.

El niño tiene una capacidad enorme para dibujar. Si hace frío dibuja cerca el sol para que haga su trabajo. O al contrario, si hay calor lo dibuja distante, con mucha lejura como diría la madre de Juan. Pues así debería ser la vida, dibujarla como un niño, sin la culpa de los culpables. Se siente el movimiento del sol como una pelota de goma, va y viene. La cosa está acelerada. Entonces, el niño artista se confunde y dibuja una cadena de soles. De esta manera, inventa el tiempo de la prisa. Así ha pasado siglos, inventando, hasta que una tarde de brisa tenue entiende que no vale la pena jugar de prisa y regresa a su posición serena y parte a tiempo. Se ha convertido en hombre y dice para sus adentros unas palabras en absoluto silencio. No las pude oír, pero ya hablaba como un viejo sabio y pude leerle los labios.

Ciertamente, esas palabras, no la del miserable que reparte lo que no es de él, producen, cuando se parte a tiempo, un verdor en el corazón. Por ese verdor, gracias a él, se resbalan las desgracias, se vuelven hasta los talones y van quedando solitas por el camino andado. Se echa a su espalda a todos sus hermanos para descubrir los caminos interiores del alma. Para él, sus padres, hijos, amigos, conocidos y desconocidos, son sus hermanos. A un hermano se le quiere porque venimos de un mismo lugar, nos inventaron los mismos dioses con las mismas dolencias y alegrías. Si hay poco pan lo repartimos, le escuché decir mientras un miracielos de la infancia jugaba aleteos con la tijereta. Parece que dijera “para lanzarse fuerte hacia el abismo hay que tener también fuertes alas”. Un hombrecillo con alas fuertes lo dominan las alas, se queda en el aleteo. Se atolondra.

Los que se reparten la torta del futuro, son esos hombrecillos de aspavientos y vuelos de serpentinas. Siglos atrás se robaban las ruedas de los magos marchantes para embobar latitudes y longitudes. Serpentean y corren como usufructadores de la nada. De nada les sirve, siguen siendo los mismos. No partieron a tiempo. El otro hombre, dice para sus adentros unas palabras en absoluto silencio. Mientras, la luna lunea una montaña.

inyoinyo@gmail.com

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