Por Libertad León González
Guardamos
toda nuestra radiante alegría
para lo que construiremos
Víctor Valera Mora
Dónde, cuándo, cómo y quiénes son las preguntas respondidas con mayor recurrencia en toda crónica, en todo relato histórico, en toda narración. En la crónica del Dr. Raúl Díaz Castañeda, hay un particular cuidado en ofrecer el reconocimiento público a cada personaje que haya aportado a la historia de la ciudad de Valera. El Libro de Valera (1970), escrito para la celebración del Sesquicentenario de la ciudad y su posterior reedición con el nombre Valera dos siglos (2020), así nos lo confirman. De allí la profusión de nombres que han quedado inmersos en el testimonio de su crónica.
Si nos valemos de la teoría de la enunciación de Émile Benveniste, en un enunciado como la crónica, la tercera persona y el referente ocupan un lugar destacado, en tanto que, continuamente se está produciendo un discurso en torno a acontecimientos y personas inmersas en tales sucesos. Se preserva la historia anecdótica del enunciador, quien se dirige al lector, es decir, al enunciatario, a quien se habla, a quien se le ofrece el testimonio vivido, conocido suficientemente por el cronista, para ser compartido. En el acto de nombrar se desarrolla el factor dominante del libro del Dr. Díaz Castañeda.
Las celebraciones del centenario y del bicentenario de Valera, tienen un hálito de suspensión, para el momento en que se producen. En ocasión del centenario, lo reseña el Dr. Díaz Castañeda en su libro, Valera, dos siglos (2020)[1]: el “Arco de triunfo 1820-1920 … Fue colocado en 1921 y no en 1920 como correspondía, porque los actos fueron suspendidos por una epidemia de viruela” (p. 6). Un siglo después, las circunstancias del momento colocan en la ciudad un nuevo obstáculo para su celebración bicentenaria, aun cuando se realizaron los actos protocolares planificados, también estaba Valera inmersa en el azote de la pandemia de la COVID-19, declarada por la OMS, el 30 de enero de 2020, como emergencia sanitaria de preocupación internacional. En consecuencia, la atención de los entes gubernamentales, instituciones y la población en general se desvía a atender la emergencia sanitaria del momento.
Quizás es, esencialmente, la celebración del sesquicentenario la conmemoración a Valera de mayor repercusión para la memoria de sus habitantes. Nos señala el autor, en su libro, Valera dos siglos, la decisión del editor y periodista Pedro Malavé Coll de ofrecer para tal celebración, el Libro de Valera (1970), así también, que fuese el mismo Dr. Díaz Castañeda quien asumiera tal compromiso como escritor. Lo hace con ayuda del periodista Guillermo Montilla, diagramado por Pedro Bracamonte y con varias fotografías de Rodolfo Zambrano. Como orador de orden ante la Cámara Municipal fue designado el más significativo escritor valerano, Adriano González León. Libro y Discurso memorables que han dejado huella al alma de la historia de nuestra Valera.
Sentido de Historia
Esta frase, sentido de Historia, que tantas veces hemos leído como título en la columna del periódico de nuestra ciudad, el Diario de Los Andes, está inmersa como aspecto de atención al lector en la Presentación del libro del Dr. Díaz Castañeda, Valera dos siglos (2020). Contar la Historia de Valera se constituye en un aporte a la memoria colectiva, dedicado a las nuevas generaciones, quizás, las menos interesadas en conocer los detalles de los orígenes fundacionales de la ciudad y el devenir de sus acontecimientos. Escuchemos al autor:
“La generación que ahora crece ha opuesto el pasado un muro de desdén difícil de salvar, acaso expresión de la nueva sociedad globalizada, pero animado por el espíritu de la lugarización, les ofrezco este apretado recuento con la esperanza de que lo conserven y lo compartan en el camino hacia su madurez.” (p. 7).
Y en este sentido, la historia de la ciudad se recorre desde sus orígenes fundacionales. Demuestra el autor rigor en su testimonio, subrayando el valor de la investigación del historiador trujillano Arturo Cardozo, catalogándola como: “la investigación más seria que sobre estos documentos se ha realizado” (p. 13). De esta fuente histórica recapitula el Dr. Díaz los siguientes aspectos que mostraré a grosso modo con una serie de citas en secuencia:
Valera es registrada como Parroquia Eclesiástica el 15 de febrero de 1820, “con fijación de límites por el Obispo de la Diócesis de Mérida, Dr. Rafael Lazo de la Vega.” (p.13) y subraya el siguiente aspecto que en muchas ocasiones se olvida: “Valera no tiene héroes militares; su historia es civil.” (Ídem).
“El 25 de agosto de 1818 cinco de los diez hijos de Mercedes Díaz, viuda de Terán, formalizan la donación verbal de su progenitora, cediendo cien varas de terreno para fabricar una capilla pública en beneficio del vecindario. […] El 16 de abril de 1819 (…) dos primos hermanos, Reyes Terán Díaz y Candelaria Díaz agregaron un lote mayor de la hacienda Santa Rita para edificar casas (…)” (p.15).
“Don Gabriel Briceño de la Torre (también hermano de Antonio Nicolás Briceño), según Cardozo, debe considerarse como uno de los más tenaces propulsores de la idea de fundar el pueblo de Valera, y quien con sorprendente precisión realizó el primer trazado de las calles de la ciudad en ciernes.” (Ídem).
“En las donadas cien varas en cuadro no se levantó la Iglesia consagrada a San Juan Bautista: se dejaron para plaza, hoy de Bolívar, obrándose poco después el templo al sur de esta, en las cuarenta y cinco varas que donó Reyes Terán Díaz. (Ídem).
La visión del autor en su libro, Valera dos siglos (2020), es la del investigador acucioso que sigue a pie juntillas la Historia, pero también nos dispensa la mirada de los escritores que por alguna causa o nostalgia la han guardado en sus recuerdos, en sus referencias textuales y poéticas. He allí las evocaciones de Adriano González León, Mario Briceño Iragorry, José Napoleón Oropeza, José Balza, mencionados en el capítulo que denomina “La Valera de escritores, Historiadores y Poetas”. Permítaseme apenas extraer del texto algunas palabras del gran Adriano, tan nuestro, tan valerano y universal, mostrándonos la ciudad ancestral:
“Por allá, por allá, más lejos que quien sabe qué, por allá. Fue así. Junto a una hoguera se inclinaron para partir los huesos de un venado. Creció una llama de carbón y las caras fueron pedazos de barro, más soles tostados al barro, la brasa y el ojo de la serpiente, entre las siete colinas y los árboles que se pondrían de blanco al advertir los aguaceros.” (p.11).
Cómo no quedarse en Valera un hombre de la sensibilidad del Dr. Raúl Díaz Castañeda, hacerla tan suya en sus referencias geográficas, históricas, fundacionales, poéticas, comunicacionales. Cómo no reconocerla con sus virtudes y sus defectos para ofrecerle sus musas en historias contadas, en ámbitos diversos de su pulso vibrante como ciudad que crece, pero también decrece. Cómo no dedicarse a ella en el hacer cotidiano del ejercicio de la medicina, en la mirada reconstructiva de sus pasos perdidos, rescatarla de algunos que no saben de buenos consejos, marcar los pasos que ha de seguir con senda ejemplar a través del tiempo. Cómo no solicitar que la miren con ojos amables, que se detengan a admirarla en medio de su caos. Cómo no querer levantarla de los errores del maltrato y la inconsciencia. Recordamos ante los maltratos que pueden recibir las ciudades las palabras sabias de María Zambrano expresadas en su libro, Las palabras del regreso (2009):
“Las vísceras de una ciudad pueden ser ofendidas por el hombre que no siente el mundo como un animal viviente y que, al pisar la Tierra, cree que puede poner el pie en cualquier lugar, ignorando que, al transitarla, podría hacerla temblar y sumergirla.” (Zambrano, 2009, p.174)
Valera dos siglos (2020) es una muestra del amplio imaginario del escritor que se ha apropiado de la ciudad porque le interesa recordar sus nombres: Sabana de Marcos Valera, Sabana de Valera, Valera, Ciudad de las Siete Colinas, “(…) Sultana del Motatán, del río que le refresca el costado derecho” (Mario Briceño Iragorry, Presencia e Imagen de Trujillo […] (1961) que en dialecto cuicas quiere decir Yo soy la puerta de los Timotes.” (p.11). Ciudad de la Amistad como la llamó el locutor, Ramón Azuaje o Ciudad Colmena, llamada así por “monseñor José León rojas Chaparro, Obispo de la Diócesis de Trujillo.” (p.66).
Porque el autor Díaz Castañeda valora el emblema arquitectónico que la engalana, el Templo de San Juan Bautista y al padre Guillermo Parra Faría, quien con empeño logra la construcción del nuevo templo de estilo gótico. Igualmente, exalta la presencia del padre Andrade como segundo cronista oficial de Valera e historiador del Templo de San Juan Bautista; valora el escritor de Valera dos siglos, a los párrocos de todos los templos e iglesias de la ciudad, la labor educativa de Monseñor Miguel Antonio Mejía en los comienzos del siglo XX, la labor social del Presbítero José Humberto Contreras, “las obras de caridad hacia los menesterosos” (p. 54) de Doña Ana Hernández Bello de Tejera, así como sus crónicas llamadas “Leyendas valeranas”, publicadas: “ En el periódico valerano El Anunciador, del año 1935.” (Ídem).
Hombres y mujeres de bien
Valera ha tenido a su servicio una extensa enumeración de voluntades que han dejado huellas imborrables en significativas obras dignas de remembranza. Cabe destacar los aportes excepcionales de los doctores Pedro Emilio Carrillo (1910-1994) y Rafael Isidro Briceño Carrasquero.
Destaca el autor en el Dr. Pedro Emilio Carrillo las gestiones para la construcción del Hospital Central de Valera en 1958, la yodación de la sal, contribución fundamental para la erradicación del bocio endémico en la región de los Andes venezolanos; de donde surge la realización del VIII Congreso de Cirugía en 1965, “cuyo tema fundamental, propuesto por él fue, El bocio endémico en Venezuela que mereció el premio Guillermo Morales por su alta calidad académica y su importancia científica.” (p. 59). Fundó además junto al Dr. José Gil Manrique “en 1955, […] el primer banco de sangre de Valera.” (p.60).
En el sector educativo, acentúa el autor, los nombres y la obra desarrollada por educadoras ejemplares, pioneras de la educación en la ciudad de Mercedes Díaz desde la primera mitad del siglo XX. Son ellas: María Chiquinquirá Dupuy de Enríquez, las hermanas Matheus, Carmen Sánchez de Jelambi, María de Jesús Colina Montilla, “que abrieron pequeñas escuelas para la instrucción de las primeras letras.” (p.62). Mención especial merecen educadoras excepcionales como María Ángela Álvarez de Lugo, María Dolores Manucci de Araujo, Pepita Espinoza del Gallego y Alide Anselmi de Casanova. Sin embargo, tendrá particularísima importancia detenerse en la maestra Aura Salas Pisani, promotora de actividades educativas y culturales que dieron realce a la ciudad como directora de la Escuela Eloisa Fonseca, fundadora de la Casa Municipal del estudiante, Secretaria General del Ateneo de Valera durante 25 años, “animadora de la Escuela Hogar Carmania, del Pueblo Hogar La Quebrada, del Centro de Educación Rural para el Desarrollo Integral Zapatero, Por Trujillo y del Taller Granja de Educación Especial María Daboín de Muchacho, en Escuque…”(p. 64).
La lista de nombres que han dejado huellas imborrables en Valera es extensa. Considerados por el eximio autor como “luces de un espejo poliédrico que reflejan las distintas caras de la ciudad” (p.65 y 66); resulta preciso mencionar, en diferentes tiempos y roles, indefectiblemente a: José Luis Faure Sabat (Lannilis, Normandía, 1871- Valera, 1936), a quien se le concedió el título de Hijo Benemérito de la ciudad de Valera, por su esmero y desempeño protagónico en educación; el Bachiller Pompeyo Oliva, nacido en San Lázaro, en su Centro Industrial tipográfico no solo editaba periódicos y revistas como la revista Cosmos del Ateneo de Valera sino que se congregaban intelectuales en amenas tertulias a las que asistió el adolescente Mario Briceño Iragorry. El Bachiller Américo Briceño Valero (San Lázaro, 1877- Caracas, 1955) con amplios conocimientos en diferentes áreas: “la geografía, la historia, la etnología, la cartografía, la agrimensura, la docencia y el periodismo. […] Llevó sus investigaciones e ideas a más de 20 libros entre ellos, la imprescindible Geografía del estado Trujillo” (p.68). Doña Carmen Sánchez de Jelambi (Jajó, 1850-Valera, 1937), educadora de primeras letras durante 65 años su nombre se exalta al lado de “Esther Rosario Maggi, María del Rosario Abreu, Josefa “Chepita” Paredes, Alida Anselmi Garbati de Casanova, Ernestina Salcedo Pisani y las hermanas Aura y Dalia Rullo.” (p.69).
Los invito a seguir en el libro Valera dos siglos (2020) los relatos de la Valera que tuvo y sigue teniendo en su seno gente que la ha valorado. Allí darán con muestras excepcionales en el pulso de sus acciones: Pedro Malavé Coll, el Doctor Ramón Vielma Briceño, el Doctor Jacob Senior Carrasquero, el Geógrafo Francisco González Cruz, la Profesora Marlene Briceño, el Economista Eladio Muchacho Unda, Guillermo Montilla, Francisco Graterol Vargas, el Profesor Ignacio Burk, Ana Enriqueta Terán, Adriano González León, José Antonio Abreu, Víctor Valera Mora, Antonieta Madrid, Ángel Sánchez, Marco Miliani, Miyó Vestrini, Juan Carlos Chirinos, Rómulo Aranguibel Egui, Wafi Salih, entre tantos otros nombres.
La condición intelectual del Dr. Raúl Díaz Castañeda, en las facetas que con mayor asiduidad se ha desempeñado como médico y escritor, nos permite reconocer la mirada vigilante que ofrece sobre Valera a lo largo y ancho de su historia breve, con apenas doscientos años de vida. A través de su libro Valera dos siglos (2020), expresa la importancia que para él tienen los pasos acompasados que la ciudad ha podido dar gracias a la diligencia de muchos hijos nativos y adoptivos que la han reconocido como lugar de sus desvelos. Expone el autor en su libro, entre otros, los siguientes aspectos: dar a conocer los verdaderos orígenes civiles de la ciudad, sus símbolos, el himno, el escudo, sus símbolos arquitectónicos en el que juega un papel fundamental el templo de San Juan Bautista, así como, todos los templos de la ciudad; las instituciones educativas, en todos los niveles de la educación; las instituciones de salud, los medios de comunicación, sobretodo la prensa escrita de la época, las publicaciones; los espacios de recreación y esparcimiento, de manera excepcional la cultura y la labor alrededor del Ateneo de Valera. Alrededor de todas las instituciones, los hombres y mujeres que en todos los ámbitos de la vida citadina han sabido rendir sus servicios al bienestar de la urbe.
La condición multifacética del Dr. Díaz Castañeda nos enseña a cada valerano, a cada lector, a través de su libro una muestra de su legado de vida en acciones, en escritura histórica y novelada. Los sueños se alcanzan como obra de los valores adquiridos desde la niñez, el deseo de superación, la inteligencia, la constancia, la esperanza y la determinación en sí mismo, producto de la causalidad de una ruta de vida personal desarrollada con tesón. Así es la vida de los grandes hacedores de sueños, así se construyen también las grandes ciudades. Valera como ciudad sigue creciendo, espera, merece y ha de recibir el legado inédito y generoso de muchos otros hombres y mujeres que la habitan.
[1] En este trabajo las referencias al libro del Dr. Raúl Díaz Castañeda. Valera dos siglos, corresponden a la edición de 2020, Valera, Leander. Así, a lo largo del trabajo, al final de cada cita extraída del libro se indicará solo la página