La educación infantil

Cuando un niño nace, son infinitas las posibilidades que pueden condicionar y determinar su actuación en la vida, todo dependerá de la compleja interacción de su carga genética con los múltiples estímulos del medio y con las circunstancias que afrontará en el transcurso de su vida, sobre todo, en la primera infancia. Al principio su naturaleza es fundamentalmente instintiva y sólo responde a impulsos primarios relacionados con su autoconservación, pero progresivamente se va abriendo a los estímulos externos que lo van modelando y condicionando con facilidad, ya que en los primeros años su naturaleza es plástica y moldeable, está ávida de aprendizajes, y le es fácil tomar la forma que le imprimen los estímulos socioambientales y las experiencias vividas.

La educación del niño persigue  dos objetivos. El primero es constructivo y procura promover el desarrollo de su personalidad en los aspectos cognoscitivos, aptitudinales, afectivos, sociales, morales y espirituales, proporcionándole todos los estímulos, medios, oportunidades y condiciones necesarias para su desarrollo normal. El segundo es restrictivo y procura realizar la adaptación del individuo al medio social, tiene una función socializadora que tiende a encauzar las tendencias instintivas innatas del niño, mediante la imposición de normas de conducta, socialización de los hábitos, enseñanza de principios morales, convenciones, etc. a que deberá ajustar su conducta en la vida social y privada. Si estos objetivos se cumplen, el niño alcanzará un adecuado equilibrio interior que facilitará su adaptación social.

Corresponde a la familia, como núcleo social originario, la formación y educación del niño durante la primera infancia, para luego delegar esa actividad educativa a otras entidades sociales que se encargarán de su instrucción, formación, y transmisión de los valores sociales, culturales y ciudadanos. Es en el medio familiar y en interacción con éste, donde el niño recibe los elementos educativos básicos para su desarrollo personal. Si el hogar, y su entorno familiar y social, ofrecen al niño un ambiente en que exista armonía y donde pueda satisfacer las necesidades propias de esa edad evolutiva, sus hábitos sean corregidos y se le enseñen buenas costumbres, su carácter y personalidad se desarrollarán normalmente; de lo contrario crecerá con problemas afectivos que repercutirán más adelante en su comportamiento y su adaptación al medio. Esta primera etapa finaliza a los 3 años de edad, coincide con su ingreso a la escuela y con el inicio de un largo y complejo período que se extiende hasta la pubertad. Este es un período en que en la vida del niño se producen cambios significativos y se caracteriza  por mantener al niño en actividad, estimular la progresiva evolución psíquica y por la riqueza de las adquisiciones intelectuales, afectivas y psicomotoras. Ya la familia no ejerce la misma influencia sobre él. A su vida se agregan otros intereses que influyen en su comportamiento (amigos, deportes, paseos, medios de comunicación, etc.). De éste período puede emerger una personalidad fuerte para afrontar las vicisitudes de la adolescencia y de la edad adulta, o  una personalidad débil, vulnerable y propensa al desequilibrio y a las desviaciones de carácter.

A la acción educativa de la familia, de la comunidad y de la escuela, se agrega la poderosa influencia del Estado que tiende a moldear e ideologizar al niño de acuerdo a los intereses del sistema gobernante, que podrá ser democrático, populista o autoritario. Es importante destacar también la influencia educativa y transmisora de actitudes, valores y pautas de comportamiento que ejercen sobre la niñez y  adolescencia, el vecindario, la televisión, internet, la iglesia, y los dirigentes políticos y gobernantes a través de sus discursos y conducta pública.

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