En los ratos libres y en los que no lo son no hay nada más gratificante que la lectura. El tiempo de Covid es una invitación permanente al contacto con los libros, en los que hay que barajar al mismo tiempo literatura, novelas, poesía, y lo mucho interdisciplinario que alimenta el alma y conforta al necesario discernimiento ante la compleja realidad que vivimos. No podemos ser veletas que lleva el viento sino responsables inquisidores de la verdad, con una linterna como la Diógenes, para que no se nos escape, por magia de los manipuladores, nuestra libertad de pensamiento y acción.
La bondad de su autor, Jimeno José Hernández Droulers, puso en mis manos su ensayo, novela histórica, de la que comparto lo que dice en la introducción: “desde temprana edad me intrigó el tema del asesinato del general Juan Crisóstomo Gómez, delito perpetrado el 30 de junio de 1923 en el Palacio de Miraflores”. No es simple curiosidad sino la constatación del ocultamiento de hechos dolosos que involucran al poder. Es maña vieja, dirían nuestras abuelas y de reciente actualidad. La penumbra en la que se envuelven estos tristes acontecimientos en los que sentimientos bastardos y sofisticados sistemas de desinformación y manoseo de tracalerías policiales y jurídicas, dejan en el desamparo a los familiares de las víctimas, a la sociedad confundida, y en la tranquilidad de quienes sacan su provecho de estos abominables asesinatos.
El asesinato del general Juan Crisóstomo pone en evidencia la forma reiterativa de reacción del régimen de turno. Por supuesto que todo crimen debe ser investigado, pero los métodos utilizados, la tortura atroz, sin piedad y misericordia, quedan al descubierto en las prácticas rutinarias de la cárcel de La Rotunda, acompañada del dantesco eco de la banda de guerra interpretando piezas que ahogaran los lamentos y quejidos de las víctimas. Terminaron sus días después de aquellos suplicios, inocentes y posibles culpables. La práctica venezolana ha sido silenciar, intentando borrar del mapa, derribando las cárceles de los dictadores. Para nada, porque los siguientes vuelven a lo mismo para practicar sofisticados métodos de tortura. La dignidad de la vida humana poco vale, y la justicia, con la cara vendada, solo ve y oye los mandatos del superior. División de poderes, para qué, si el ejecutivo copa todos los poderes, destruyendo la balanza de la igualdad.
La interpretación del pensamiento de Juan Vicente Gómez queda bien retratado en las cavilaciones y la astucia del viejo general en buscar descubrir lo que al parecer sospechó siempre. No había que buscar demasiado lejos la autoría intelectual, pero tratándose de la sangre, mejor fue no manchar la estirpe y enviar al exterior de quien existía fundadas sospechas. El detalle del ruido del motor de uno de los tres vehículos Lincoln existentes en el país da una pista que bien supo el ministro Maya Urdaneta guardarlo para sí.
Cuando se destruye la democracia y las camarillas de poder se enquistan suelen generarse todo tipo de abusos como los que se describen en esta obra que bien vale la pena leer. Sacar lecciones del pasado es una de las carencias de nuestra cultura política, que hace recaer de nuevo, a quienes se erigen como los rectores de la vida y el pensamiento de los ciudadanos. ¿Aprendemos o nos olvidamos de los errores para volver a las andadas? He ahí el desafío.