JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ, UNIVERSITARIO INTEGRAL | Por: Francisco González Cruz

 

Francisco González Cruz

“Artículo 1.- La Universidad es fundamentalmente una comunidad de intereses espirituales que reúne a profesores y estudiantes en la tarea de buscar la verdad y afianzar los valores trascendentales del hombre”. Ley de Universidades. 1970.

 

Un universitario integral debe estar consciente que:

  1. Pertenece a una comunidad de profesores y estudiantes, cuyos intereses no son crematísticos, son espirituales.
  2. La tarea es buscar la verdad, no tenerla.
  3. Afianzar los valores transcendentales del hombre que son los que miran más allá de los intereses inmediatos y que deben orientar en la cotidianidad: libertad que es actuar de conformidad a nuestra conciencia y responsabilizarnos por nuestros actos, el respeto que significa ver en el otro un auténtico otro, la bondad que es hacer el bien, la gratitud que es darle valor a lo que tenemos, la humildad que es no sentirnos superiores a los demás, la integridad que consiste en hacer lo correcto.

Para ser profesor la Ley establece que debe: a) Poseer condiciones morales y cívicas que lo hagan apto para tal función; b) Haberse distinguido en sus estudios universitarios o en su especialidad o ser autor de trabajos valiosos en la materia que aspire a enseñar.

Se entiende por alumno regular de una Universidad al estudiante debidamente inscrito en ella, y que cumpla a cabalidad con todos los deberes inherentes a su condición de alumno. Se exige espíritu crítico e iniciativa personal, creativo, ordenado, tenaz y perseverante.

Un universitario es integral cuando además de un excelente profesional, se es una persona culta y respetuosa. Y cuando se ejerce la profesión se hace con ética y calidad, con espíritu de servicio.

 

José Gregorio Hernández

José Gregorio Hernández fue el mejor estudiante de la Universidad Central de Venezuela en su época. Admirado y querido por sus compañeros de estudio, por sus profesores, por muchos de los médicos que ejercían en Caracas. También por sus vecinos y diversas amistades.

Siendo alumno estudiaba latín, inglés, francés, italiano, alemán y hebreo. Leía filosofía, teología, literatura. Aprendía música y a tocaba armonio, piano, violín y flauta. Bailaba muy bien, se vestía de manera impecable y era una persona de activa vida social. Su red de relaciones era extensa, e incluía a sus compañeros de estudio, profesores, religiosos, vecinos, gente de la cultura y muchas otras amistades. Visita diariamente las iglesias cercanas.

Un asunto importante es que dominaba muy bien el castellano, pues hablaba bien, escribía de manera impecable y escuchaba atentamente. Se armaba de una sólida cultura.

El 8 de noviembre de 1884 José Gregorio Hernández participó en una protesta estudiantil contra el profesor de Patología General y de Patología Interna Vicente G. Guánchez, y firmó una carta donde alegan “una incompatibilidad manifiesta entre nuestras justísimas aspiraciones y la permanencia en aquellas cátedras”. Este profesor sería luego Secretario de la Universidad y le correspondió emitir el veredicto al terminar José Gregorio su examen.

El 29 de junio rindió su examen doctoral frente al jurado integrado por los doctores Elías Rodríguez, Calixto González, Nicanor Guardia, Manuel María Ponte y Simón Vaamonde Blebois, todos vestidos con los solemnes trajes académicos. Dado su prestigio de ser el mejor estudiante de la Universidad, al salón acudió numeroso público entre ellos profesores, estudiantes, médicos en ejercicio y público en general.

Asisten los Senadores por el Gran Estado de Los Andes los Generales Jesús María Aristiguieta, Francisco Alvarado y José María Baptista, junto a los Diputados Generales Víctor de Jesús González y Carlos F. Ruiz, más el Dr. Juan Pedro Chuecos Miranda.

Las exposiciones de José Gregorio fueron memorables, pues a cada pregunta sacada al azar el examinado dictaba una lección magistral. Al finalizar no se pudo guardar el protocolo tradicional de desalojar el salón y que deliberara el jurado a solas: ¡Aprobado! se escuchó un grito emocionado, y en seguida – ¡Sobresaliente por unanimidad! Era el Dr. Vicente G. Guánchez Secretario de la Universidad. Los asistentes estallaron en aplausos, los jurados en abrazos y el rector Doctor Aníbal Dominici al otorgarle el título le dijo: “Venezuela y la Medicina esperan mucho del Dr. José Gregorio Hernández”

Ya graduado, como se sabe, regresó a su pueblo de Isnotú y no pierde en estas aldeas y campos su condición de universitario integral. Desempeña su ejercicio profesional con gran dedicación, estudia, mejora su inglés, francés y alemán. Recibe revistas científicas y mantiene una intensa correspondencia con sus amigos y colegas de la universidad. Se vincula a la comunidad como un ciudadano activo, participa en comisiones para mejorar el acueducto, los caminos y la atención a la salud. Viaja, baila, escribe, pinta y hace vida social. Donde va lo reciben con cariño y admiración, pues ya ganaba fama de buen médico, persona bondadosa y culta.

En 1889 es seleccionado por el gobierno nacional para realizar estudios de postgrado en el Instituto Pasteur y en la Universidad de París. Coincide la llegada de José Gregorio Hernández a París en los días que aún se vivía la euforia artística y cultural de la Exposición Universal que había congregado enormes y variadas actividades, incluyendo la inauguración de la Torre Eiffel, lo que le da la oportunidad de encuentros con diversas expresiones culturales.

Allí se destaca como uno de sus mejores estudiantes y gana varios reconocimientos. Comparte con sus profesores, compañeros de estudios e intelectuales venezolanos allí residenciados. No descuida su religiosidad y frecuenta los hermosos templos como la Catedral de Nuestra Señora (Notre Dame), Sagrado Corazón y muchas otras.

En 1891 va a Berlín para profundizar sus estudios en histología, bacteriología y anatomía patológica, igualmente para adquirir los materiales para los laboratorios a fundar en Caracas. Es septiembre de ese año regresa a Caracas, en noviembre lo designan como Catedrático de Histología Normal y Patológica, Fisiología Experimental y Bacteriología de la Universidad Central de Venezuela, así mismo como Director del Laboratorio. Tiene 27 años y comenzaba así una carrera docente que duró 28 años, hasta el 28 de junio de 1919, un día antes de su trágica muerte.

Gozaba ya el trujillano de justificado prestigio, por su destacado rendimiento como el mejor estudiante de la UCV y su brillante desempeño en el Instituto Pasteur de Francia, su amplia cultura, el dominio de diversos idiomas, su experticia en la adquisición y montaje de los equipos para la investigación científica, su bondad con todos, su religiosidad y espiritualidad.

Las clases las daba en la tarde, pues la mañana era para sus oraciones, el estudio y la atención a sus pacientes. Luego del mediodía recibía a su preparador o asistente para organizar la clase y caminaba hacia la Universidad donde daba sus clases e investigaba en el laboratorio.

Sus actividades académicas fueron interrumpidas dos veces. La primera entre mayo de 1908 y mayo de 1909 cuando se retiró al monasterio de La Cartuja del Espíritu Santo en Farnetta localidad de la Toscana en Italia donde estuvo 9 meses y luego unos días en el Seminario Metropolitano de Caracas, siguiendo su vocación religiosa. Su guía espiritual Monseñor Juan Bautista Castro, Arzobispo de Caracas le recomienda desplegar su vocación espiritual sirviendo a la salud y a la vida ejerciendo su profesión de médico, maestro y científico como un apostolado. La decisión definitiva la toma cuando un numeroso grupo de estudiantes solicitan, a él y al Ministerio de Instrucción Pública, su reincorporación a las cátedras universitarias.

La segunda vez que interrumpe sus clases fue en 1912, cuando la dictadura militar de Juan Vicente Gómez cierra la UCV. Ve la oportunidad de insistir en su vocación religiosa y en septiembre de 1913 viaja a Roma e ingresa en el Pontificio Colegio Pío Latinoamericano. Sin embargo, en agosto de 1914 una tuberculosis lo obliga a regresar a Venezuela y como la Universidad continuaba cerrada da clases particulares de Histología en el Colegio Villavicencio en Caracas. En 1916 se crea la Escuela de Medicina y reanuda su docencia universitaria. También viajó a Nueva York y a Madrid a realizar estudios. En 1893 viaja a Washington a participar en el I Congreso Médico Panamericano en representación de Venezuela y presenta un novedoso estudio sobre la influencia de la latitud geográfica en el número de glóbulos rojos.

De la calidad del profesor José Gregorio Hernández hablan sus colegas, preparadores y discípulos. Entre sus compañeros en la docencia destacan Luis Razetti, Jesús Rafael Risquez, Enrique Meier Flégel José Izquierdo, Domingo Luciani, Martín Vegas, Rafael Rangel y como Domingo Luciani, Martín Vegas, Rafael Rangel, Leopoldo García Maldonado, Pedro González Rincones, Enrique Tejera, Antonio Briceño Rossi, Ambrosio Perera, Carlos Travieso. Sus preparadores fueron: Andrés Herrera Vegas (1892), José Enrique Cardozo (1894), Luis Felipe González Garmendia (1896), Rafael Rangel (1899), Rafael Pino Pou (1903), Rafael E López (1910) y Martín Vegas Sánchez (1916 hasta 1919).

Fue uno de los 35 fundadores de la Academia Nacional de Medicina Entre los primeros académicos, fuimos fundadores se cuentan: Miguel Ruiz, Pablo Acosta Ortiz, Manuel Pérez Díaz Luis Razetti, Francisco Antonio Risquez, David Lobo, José Antonio Baldó, Jesús Rafael Risquez, Carlos R. Travieso, Martín Vegas, Rafael Pino Pou, Diego Carbonell, Leopoldo Aguerreverre, Inocente Carvallo, Temístocles Carvallo, Ricardo Cifuentes Labastida, Franz Conde Jahn, Pedro del Corral, Pedro Gutiérrez Alfaro, José Izquierdo, Domingo Luciani y otros.

“Exigente”, “metódico”, “sencillo”, “serio”, “innovador”, “un verdadero maestro”. Esos y muchos otros calificativos se refieren al Dr. José Gregorio Hernández como docente. También que era mordaz y manejaba la ironía para con quien dijera un disparate. Incisivo y ameno. Puntual hasta el extremo. Son testimonios de colegas y discípulos, también de biógrafos que han estudiado su vida y su obra.

Como investigador trabajaba en el campo de la bacteriología y publicó diversos artículos científicos, entro los cuales están: “Sobre el número de glóbulos rojos”, “Sobre la angina de pecho de naturaleza paludosa”, “Lecciones de bacteriología”, “Lesiones anatomo–patológicas de la pulmonía simple o crupal”, “De la nefritis a la fiebre amarilla” y “Nota preliminar acerca del tratamiento de la tuberculosis por el aceite de Chaulmoogra”.

Publicó también “Elementos de Filosofía”, “Visión del Arte” (ensayo), “El Sr. Dr. Nicanor Guardia” (biografía),”En un Vagón” (teatro) y “Los Maitines” (cuento) y “La Verdadera enfermedad de Santa Teresa de Jesús” (ensayo).

Fue un ciudadano ejemplar, activo y siempre dispuesto a trabajar en equipo por los demás, como lo demostró en las diversas epidemias que azotaron a Venezuela. En diciembre de 1902 una escuadra naval franco-alemana bloquea las costas de Venezuela y bombardea el puerto de La Guaira y Puerto Cabello. El General Cipriano Castro pronuncia su famosa proclama que comienza: “La planta insolente del extranjero ha profanado el sagrado suelo de la patria” y hace un llamado a los venezolanos a defenderla. El primero en alistarse en su parroquia de Altagracia es el Dr. José Gregorio Hernández según constancia N° 1 del 11 de diciembre de 1902. Allí dice que vive en la calle Norte 2, casa N° 36.

El 7 de abril de 1917 le escribe a su amigo Aníbal Santos Dominici desde Nueva York: “Estoy encantado con el discurso de Wilson…sobre todo aquel párrafo “El mundo debe ser un lugar seguro para la democracia”. Se refería al discurso al Congreso Norteamericano del 2 de abril del presidente Woodrow Wilson en el cual solicita la aprobación para entrar a la Primera Guerra Mundial. Ya antes había expresado sus deseos de que la conflagración diera el triunfo a los Aliados.

El sábado 28 de junio de 1919 dicta la que sería su clase postrera. Fue en la asignatura de Bacteriología y trató el tema sobre el bacilo Mycobacterium leprae causante de la enfermedad de Hansen. Culminan así 23 años y 4 meses de clases en las que atendió con devoción a 624 estudiantes, de los cuales, en sus calificaciones, 97 salieron sobresalientes, 193 distinguidos, 284 pasables y solo 15 aplazados.

A su muerte se produce la más grande y sentida manifestación de duelo que había conocido Caracas. Basten algunas palabras pronunciadas en su sepelio para percibir la dimensión del hombre:

Dr. David Lobo, Presidente de la Academia Nacional de Medicina:

“¿Dónde hubo dolor que no aliviara? ¿Dónde penas que no socorriera? ¿Dónde flaquezas que no perdonara? En su pecho generoso, no germinaron nunca el odio ni el rencor…”

El Dr. Luis Razetti, su colega no creyente, expresó ante la tumba: “Cuando Hernández muere no deja tras de sí ni una sola mancha, ni siquiera una sombra, en el armiño eucarístico de su obra, que fue excelsa, fecunda, honorable y patriótica, toda llena del más puro candor y de la inquebrantable fe”. “…31 años consagrados a la práctica del bien bajo las dos más hermosas formas de la caridad: derramar luz desde la cátedra de la enseñanza, y llevar al lecho del enfermo, junto con el lenitivo del dolor, el consuelo de la esperanza…”

Rómulo Gallegos lo sintetizó admirablemente cuando escribió el 15 de julio de 1919: “Lágrimas de amor y gratitud, angustioso temblor de corazones quebrantados por el golpe absurdo y brutal que tronchara una preciosa existencia, dolor estupor, todo esto formó en torno al féretro del Dr. Hernández el más hermoso homenaje que un pueblo puede hacer a sus grandes hombres” … “No era un muerto a quien se llevaban a enterrar; era un ideal humano que pasaba en triunfo, electrizándonos los corazones. Puede asegurarse que en el pos del féretro del Dr. José Gregorio Hernández todos experimentamos el deseo de ser buenos”.

El Dr. Leopoldo Briceño-Iragorry, Individuo de Número de la Academia de Medicina en un artículo publicado en la Gaceta  Médica de Caracas v.113 n.4 en diciembre del 2005 titulado  José Gregorio Hernández, su faceta médica. (1864-1919) resumió magistralmente su personalidad como universitario integral: “Supo ser a la vez, sin dejar de ser él mismo, científico connotado, profesor erudito, médico eminente y sapientísimo, investigador infatigable, filósofo profundo, artista de refinada sensibilidad, ciudadano intachable y, sobre todo, hombre de envidiables cualidades y excelsas virtudes”.

FGC/2025

 

 

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