Caracas, 23 abr (EFE).- Después de más de un siglo de veneración, el venezolano José Gregorio Hernández, un médico que combinó sus conocimientos científicos y su profunda vocación religiosa durante sus 54 años de vida, se convertirá en una semana en el primer beato del país en medio de una reducida ceremonia debido a la pandemia.
Nacido el 26 de octubre de 1864 en Isnotú, un pequeño poblado del estado de Trujillo, y criado por una familia modesta de marcados valores religiosos, el conocido «médico de los pobres» será beatificado.
El reconocimiento llega después de que el papa Francisco reconociera el milagro concedido a la niña Yaxury Solórzano Ortega, quien recibió un disparo en la cabeza durante un asalto mientras se encontraba con su padre.
El suceso ocurrió en marzo de 2017, en el estado central de Guárico, y la pequeña tenía 10 años. Los médicos informaron a sus padres que la niña iba a fallecer y su madre rezó a José Gregorio para su cura, según la versión de los familiares.
Al doctor Hernández se le atribuyen miles de milagros y solo el de la pequeña ha sido reconocido por el Vaticano. Su popularidad y cariño dentro del pueblo venezolano, que tras su muerte comenzó a venerarlo y a llamarle santo, inició desde muy joven, debido a la generosidad con la que siempre actuó.
LA DECISIÓN DE SER MÉDICO
Comenzó cuando era adolescente. Su obediencia, curiosidad, educación, respeto, fe e inteligencia le llevaron a ganarse la admiración de sus maestros y allegados, quienes le apoyaron para que se convirtiera en médico, aunque su decisión de titularse en el área de salud fue empujada por su padre, Benigno Hernández.
Según sus biógrafos, el progenitor le hizo ver la necesidad que tenía el interior país de personal médico.
«Él era de naturaleza obediente», asegura una de sus biógrafas a EFE, Milagros Sotelo, quien junto a su esposo, también autor, Alfredo Gómez, defiende al doctor como el «médico del deber cumplido».
Era el mayor de sus hermanos y se convirtió en un apoyo muy importante para ellos, luego de que su madre, Josefa Antonia Cisneros, falleciera cuando él tenía ocho años, y su padre, nuevamente, se casara.
José Gregorio tuvo once hermanos, cinco de su padre y madre, y otros seis del segundo matrimonio del progenitor.
Entre sus pasiones también estaba leer, tocar el piano o el violín, bailar, aprender idiomas, filosofía e incluso ejecutar la sastrería, una labor que aprendió durante sus estancias en las pensiones de Caracas, ciudad a la que se trasladó a los 13 años, luego de una sugerencia de uno de sus maestros a su padre.
Era de naturaleza amable y cariñosa y con ese mismo amor atendía a sus pacientes, relatan Sotelo y Gómez, quienes aseguran que esa fue la razón por la que ganó fama y cariño entre todos los venezolanos, y sobre todo, entre los más vulnerables a quienes no les cobraba dinero.
Fue el responsable de la llegada del microscopio al país y de que se abrieran cátedras como bacteriología o histología general y patológica, luego de realizar un posgrado en Francia, que para aquel entonces era muy desarrollado en el área de medicina.
Se encargó, de esa manera, de fundar el laboratorio del Hospital José María Vargas, uno de los más antiguos del país, así como de ofrecer clases en la Universidad Central de Venezuela (UCV), donde se graduó como médico a los 24 años y desarrolló su amistad con el doctor Luis Razetti, otro gran galeno venezolano.
El doctor José Gregorio, o «goyito» como le llamaban los más cercanos, no se casó, aunque sí mostró interés por «varias» chicas cuando era joven.
El sacerdote jesuita Javier Dupla, también autor de una biografía del ya casi beato, relata que Hernández intentó en dos oportunidades acercarse más a la vida religiosa para iniciar una vida de cartujo, pero complicaciones de salud le impidieron llevar a cabo la tarea.
Hernández fue autor también de libros de bacteriología y filosofía. En 1912 publicó «Elementos de filosofía» y su muerte fue un duro golpe para el país, según sus biógrafos.
SU MUERTE
El doctor murió en Caracas el 29 de junio de 1919 cuando un vehículo lo atropelló y en la caída se fracturó el cráneo al golpearse con una acera.
A su funeral asistieron miles de personas y, según el sacerdote, el principal cerro de Caracas, conocido como Ávila, quedó despoblado de flores luego de que fueran cortadas para llevárselas al doctor, cuyo féretro fue cargado en brazos por el pueblo.
Sobre su muerte se dice que, un año antes de su muerte, indicó que iba a pasar.
Los biógrafos señalan que poco antes de morir hizo un comentario a amigos en el que aseguraba que había ofrecido su vida para que acabara la primera guerra mundial.
Una vida de entrega y afecto hacia los más desfavorecidos que le valió para recibir la venia del papa Francisco para ser beatificado, poco antes de cumplirse el 102 aniversario de su fallecimiento.
Bárbara Agelvis